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¿Qué pasa cuando eres familia de un recluso?

Al menos 7.000 familias en Madrid visitan semanalmente a un interno en prisión. ¿Quiénes son los familiares de los de los presos? Un grupo acaba de tener una reunión en Soto del Real

Esther, Arturo y Alvaro

En un momento dado de la M-609, las señales verticales de circulación indican que a la derecha se encuentra el desvío hacia el Centro Penitenciario Madrid - V. A lo lejos se vislumbra la torre de vigilancia de la prisión. Cuando nunca has tenido nada que ver con las prisiones, más allá de lo que enseña el cine o las series de televisión, el corazón, el alma, y todo tu cuerpo te dice que no perteneces a ese mundo, pero allí te llevan tus pasos porque dentro de esa cárcel está tu hijo. Quien dice 'tu hijo' puede decir tu marido, tu hermano, o tu novio. Si tienes la suerte de tener coche, no tendrás que estar al tanto de los horarios del bus, el 726, que tiene cadencias demasiado largas y esperas interminables, al calor o al frío. Así que pasas la barrera, y entras en la sala de espera. El olor es denso. Miras a tu alrededor y sientes que los que allí están, desconfían de ti nada más verte. Es como entrar en un saloon de Lejano Oeste. Sientes que los otros se preguntan qué habrán hecho los tuyos para acudir ahí, y tú te preguntas lo mismo.

En Madrid -V viven 1.322 internos, de todo tipo de orígenes. Están por supuesto, los que no hablan español y por obligación lo acaban aprendiendo. Están los que las corruptelas varias han terminado con ellos entre rejas, están los famosos... y está el resto. Es un mundo dentro de otro en el que las celdas para dos, miden 8 metros cuadrados e incluyen un aseo, un lavabo, una ducha, una mesa, y un par de repisas para la ropa. Pero eso son ellos. Porque cuando uno se convierte en familiar de presidiario, la tónica es que te dé vergüenza contarlo, así que muy pocos lo hacen. Lo sabe la familia, y algunos casos contados de amigos. El primer contacto con la cárcel son los funcionarios. Son ellos y ellas, a través de su cristal los que informan aceleradamente en qué módulo han 'metido' a tu familiar. También te entregan tres folios con decenas de indicaciones que te asustan. Ingresas peculio. A través de una web le transfieres dinero para que pueda llamarte desde una cabina. Te enteras que compra ciertas cosas en el economato, el champú o el jabón porque no se las puedes pasar tú en el 'paquete'. Te enteras que las semanas pares 'hay paquete' para los módulos pares, y las impares al revés. Pero como es complicado no se te queda, y te enteras de que no hay médicos en prisión.

Y todos los fines de semana, puedes ir a hablar con 'tu interno'. "¿A quien viene a ver?" pregunta la funcionaria. Das su nombre y pones tu dedo en el aparato que toma tu huella. Te cogen tu dni que no te devolverán hasta que salgas. Esperas. Tienes que llegar media hora antes que la hora indicada para la comunicación. Cuando la puerta de cristal blindado se abre con su sonido pesado, empiezan a llamar a los familiares uno por uno. Dejas tu abrigo en la máquina y vuelves a poner la huella. Pasas por debajo del arco. Las mujeres suelen 'pitar' debido al aro del sujetador. Y vuelves a esperar hasta que todo el grupo que va a comunicar haya entrado. Es la hora. Penetras en el interior de la cárcel. Por fin, le ves. Es a través de un cristal, pero está ahí, y puedes hablar con él. Antes, ni sabías donde se encontraba.

Myriam Soto

Redactora de Radio Madrid