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"Los amputados eran heridos leves": el testimonio del director del dispositivo de emergencia del 11-M en Madrid

Son palabras de Ervigio Corral, director del dispositivo de emergencia aquel día. Recuerda que había 350 personas críticas a las que hubo que “clasificar y priorizar.”

Fue terrible. Así empieza a contar aquella mañana del 11 de marzo de 2004. Todo adquirió una graduación completamente distinta a la habitual. "Atendíamos a los grandes quemados. Aquellos que se iban a morir en las primeras horas del accidente. Alguien con algún miembro amputado o una pierna y un brazo, era moderado o leve. Podía esperar."

Algo que la gente no entendía. Tardó tiempo en olvidar por qué le insistían en atender a alguien que respiraba. "Desgraciadamente esto es lo que hay que hacer en una emergencia. Se llama triaje y es un procedimiento muy duro, pero el único que nos permite formar, identificar y clasificar a las víctimas".

Los asientos de los andenes se convirtieron en camillas

Pedro Gallardo, apenas tenía 37 años. Era el director del servicio de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid. Como cada mañana, atendía a las urgencias habituales que se producen en la ciudad. Pero de repente, una llamada. Es su compañero "Acaba de explotar una bomba en la estación del Pozo".

No lo dudó. Cuando llegó vio lo que sería la imagen que marcaría su vida. Silencio, llamadas sin respuesta y mucha gente atrapada. "Este era nuestra prioridad, había que rescatar a las personas fallecidas o no, que había bajo los escombros. Entonces las fuimos colocando en fila en los andenes."

Y sin esperarlo. Otra llamada. Esta de la Policía Nacional: Una mochila ha caído en las vías del tren de la estación del Pozo. Hay que evacuar.

Pedro recuerda que no había tiempo para pararse a pensar. El suboficial del cuerpo, Manuel Polo, le preguntó que qué hacían y mi respuesta fue, que "ahora es cuando mejor vamos a trabajar. Si tiene que explotar, que explote. Este es nuestro trabajo".

Madrid estaba en las mejores manos

Estas eran las palabras del entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. El aviso le llegó por parte de su concejal de seguridad Pedro Calvo. Recuerda que le dijo que se había producido una explosión en Atocha y que probablemente habría fallecidos.

"Desde el primer momento supe que no había sido una explosión de gas. Fue un atentado terrorista. El peor de la historia de España y probablemente de Europa." Apenas llevaba un año en el cargo, pero supe que aquí los políticos debíamos mantenernos al margen y dejar trabajar a los profesionales, los mejores que podíamos haber tenido.

"Con las víctimas tenemos una deuda difícil de saldar. Estoy del lado de sus familiares, de todo el sufrimiento que tuvieron que pasar. Nunca imaginamos que Madrid sería escenario del terrorismo."

"A veces me pregunto si sería mejor olvidar"

Reflexiona Jesús Ramírez. Aquella mañana de marzo subió como todos los días a la estación del Pozo. Sin embargo, nunca llegó a su destino. "No recuerdo demasiado, solo sé que me senté y se produjo la primera explosión. Y me vi sentado encima de un señor que estaba dos asientos a mi lado. Como si nada, le pedí perdón, no sabía lo que había pasado." En ese momento, se produjo la segunda. "Ahí perdí el conocimiento. El atentado me dejó muy grave, me rompí la clavícula y lo más llamativo es que tenía una oreja colgando."

Sin embargo, la víctima se pregunta si no sería mejor olvidar. Si es bueno rememorar todo el sufrimiento tanto físico como psicológico que le ha traído todo esto. "La mente me juega malas pasadas un sí y otro también evocando imágenes infernales. Os digo, hay que ser muy valiente para seguir adelante."

Una vez me quedé inconsciente. Estuve mucho tiempo en coma. Recuerdo despertarme en una habitación del 12 de octubre. Y ver a mi mujer. Se había recorrido todos los hospitales de Madrid buscándome. "Las víctimas somos las víctimas, pero ¿alguien ha preguntado a nuestros familiares cómo fue el tiempo que no supieron nada de nosotros?

Ni la metralla que todavía queda en su cuerpo ni los infinitos dolores que le acompañan desde hace tres años impiden que Jesús Ramírez, a quién es difícil no tutear, pierda el optimismo y una sonrisa que evoca el dolor y la impotencia que supone rememorar un día que nunca olvidará.

 
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