Cómo son las rosquillas de la Tía Javiera de Fuenlabrada, unas de las más apreciadas en la pradera de San Isidro
La famosa rosquillera fuenlabreña de finales del XIX consiguió popularizar sus ricas rosquillas, llegando a venderse por San Isidro en Madrid. De 30 céntimos de entonces se ha pasado a los 20 euros de hace unos años. En la actualidad, la asociación ‘Las Rosquilleras’ guarda su legado
Paloma Pérez, presidenta de la Asociación 'Las Rosquilleras' de Fuenlabrada, habla de las famosas rosquillas de la Tía Javiera.
Fuenlabrada
La Tía Javiera, Cipriana de nombre real, convirtió sus rosquillas en unas de las más famosas de Fuenlabrada y más allá. Y cuando decimos más allá, no sólo nos referimos a extensión geográfica, sino también a su trascendencia en el tiempo, por que ella que hacía rosquillas a finales del siglo XIX ha trascendido hasta el siglo XXI, donde fielmente guardan su nombre y memoria la asociación de mujeres fuenlabreña ‘Las Rosquilleras’, que preside Paloma Pérez. Las famosas rosquillas se vendieron hasta hace unos años en una pastelería que regentaba en Miraflores de la Sierra un descendiente de la Tía Javiera, pero el establecimiento ya se ha cerrado y ahora la receta y el secreto de la misma ha quedado en vía muerta.
En esa época en Fuenlabrada había muchos panaderos y rosquilleros y entre ellos, la que más famosa se hizo fue la Tía Javiera. Todo en ella apuntaba a que lo conseguiría. Lo más importante, unas riquísimas rosquillas que sabía promocionar como nadie. Pérez, explica como su abuela que sí conoció a Tía Javiera, le contaba cómo la repostera acudía con su cesto lleno de rosquillas hasta la estación de tren donde paraban trenes procedentes de Extremadura y Portugal. Allí aprovechaba para vender sus rosquillas, que comenzaron a adquirir más fama y a llegar a la capital. “Recuerdo que mi abuela contaba como cogía antes el dinero que daba las rosquillas, no sea que se fueran sin pagarla”, afirma Pérez en una entrevista concedida a SER Madrid Sur.
Luego las empezó a vender en diferentes ferias de pueblos cercanos y acabaron llegando a la Feria de San Isidro de Madrid. Allí se vendían junto con las otras modalidades típicas de esta fiesta madrileña, como las rosquillas ‘tontas’ o las ‘listas, además de éstas, empezaron a demandar ‘las rosquillas fuenlabreñas’, las de la Tía Javiera.
Cómo se hacían
Y es que aunque Pérez no las hace, si sabe el fundamento de estas rosquillas. “Tienen huevo, harina, azúcar… y estas tenían aguardiente. Metían la masa al horno y cuando las sacaban las ponían en unas cuerdas y las metían en un barreño para bañarlas en agua, azúcar y esencia de limón. Ponían unas barras en la pared y las iban colgando para que se secasen en dos o tres días y se vendían por docenas en el mismo cordel. Luego chupábamos hasta el cordel”, cuenta Pérez, recordando como quedaban con una capa glaseada de agua y azúcar.
La pena, afirma, es que ya nadie las haga. “Yo conocía de niña a su hija Marciana que las seguía haciendo y hace años compré algunas en una pastelería de Miraflores que regentaba un descendiente, pero la han cerrado y ya no las he vuelto a comer”. Antes se pagaba la docena a 30 céntimos, ahora se ha llegado a los 20 euros. Su asociación, ha repartido cien kilos de rosquillas, subvencionadas por el Ayuntamiento, en los Carnavales de Fuenlabrada como homenaje y recuerdo a esta tradición.
En este día de San Isidro, Pérez recuerda como el Santo también estuvo labrando tierras de los Vargas, para los que trabajaba, en Fuenlabrada. De hecho el estandarte del Cristo de la Misericordia en una esquina tiene a San Isidro con la labranza como muestra también de la ligazón con esta ciudad.
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