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El crimen de Valeriola

En 'La València Olvidada', César Guardeño nos descubre el terrible asesinato de don Jerónimo Valeriola

En La València Olvidada César Guardeño nos descubre el terrible asesinato de don Jerónimo Valeriola

València

Nos ubicamos frente al palacio de los Valeriola de la calle del Mar, que muchos recordarán porque aquí estuvo en los años 80 el famoso pub “Juan Sebastián Bach”, en el que algunos cuentan que había leones enjaulados y otros que había uno en un foso.

Sin embargo, más allá de esta curiosa historia sobre los leones, este palacio fue testigo de la crónica negra y sangrienta de nuestra ciudad. Y es que vamos vamos a hablar sobre el terrible asesinato de D. Jerónimo Valeriola, ocurrido la noche del día 20 de octubre de 1606.

Un crimen que conmocionó a la ciudad de València y en el que los jueces de la Audiencia sospecharon rápidamente que había sido cometido por su hijo, D. Cristóbal Valeriola, y por D. Luis de Sosa.

Principales sospechosos

Así lo creyeron en un primer momento. Sin embargo, las pruebas reunidas contra ellos resultaban insuficientes como para acusarlos directamente, aunque ya se sabía que D. Luis Sosa era amigo de bandoleros y de gente acuadrillada.

La propia justicia consideraba que Sosa había sido el brazo ejecutor del asesinato de D. Jerónimo de Valeriola y que podía estar a las órdenes dictadas por D. Francisco Crespí, señor de Sumacàrcer, y D. Pedro Figuerola. Así que lo sometieron a tormento para que denunciase a sus jefes y a sus cómplices. Quisieron hacerlo cantar torturándolo.

Abrazar al cadáver

Sin embargo, se mantuvo firme y guardó silencio. No delató a nadie. Y precisamente, esta actitud hizo que los magistrados llevaran a cabo una ceremonia ciertamente macabra; el viernes 27 de octubre de 1606, entre las cuatro y las cinco de la tarde, el cadáver de D. Jerónimo fue exhumado de su sepultura del Convento de Predicadores (Santo Domingo) y obligaron a D. Luis de Sosa a abrazarlo.

Existía la extraña creencia de que, en contacto con el homicida, el cuerpo del difunto se estremecería. Pero D. Luis de Sosa aguantó con gran valor este suplicio y Don Jerónimo, por supuesto, ni se inmutó. Por lo tanto, la justicia se vio obligada a liberarlo.

Tras quedar Sosa en libertad, las autoridades trataron de estrechar su cerco sobre los sospechosos, principalmente sobre D. Francisco Crespí, que también fue detenido, interrogado y finalmente puesto en libertad. Así que, a partir de este momento el punto de mira de los jueces focalizaba hacia otro de los sospechosos: Don Cristóbal Valeriola, el hijo de la víctima.

Así que Cristóbal Valeriola fue detenido, interrogado, procesado y hallado culpable de parricidio. Fue condenado a muerte. El día de su suplicio, el 28 de mayo de 1607, el caballero fue torturado tamquam cadáver, es decir, como el condenado a muerte se puede considerar que ya es cadáver antes de ser torturado, ya que existe contra él una sentencia condenatoria y definitiva, los efectos purgativos de la tortura sufrida en silencio no le aprovechan. No se trata ya de averiguar o comprobar su culpa, puesto que la culpabilidad de este reo ya está demostrada. El objetivo era otro: que delatase a sus cómplices. La justicia quería más nombres.

Con la tortura, consiguieron los nombres que la justicia tanto deseaba escuchar. Don Cristóbal Valeriola pronunció precisamente los dos apellidos que el fiscal deseaba oír: Crespí y Figuerola.

Sin embargo, y a pesar de esta confesión forzada por la tortura, don Cristóbal, antes de ser ejecutado en la plaza del Mercado, tuvo un último acto de dignidad y proclamó la inocencia de quienes había denunciado, desbaratando así los planes de la Audiencia. Crespí y Figuerola eran exculpados.

Y tras esto, Cristóbal Valeriola fue ejecutado públicamente, delante de una multitud.

Un giro inesperado de la historia

Sin embargo, la historia no termina aquí porque la verdad de los hechos tardaría casi trece años en averiguarse.

Fue un 17 de febrero de 1620 cuando un antiguo jurado del Consell Municipal, D. Miguel Pertusa, que se encontraba en esos momentos en la corte en calidad de síndico de la Diputación, contó lo que realmente había pasado años atrás.

Encontrándose muy enfermo y sintiendo próxima su muerte, D. Miguel Pertusa quiso descargar su conciencia y se confesó autor del asesinato de D. Jerónimo Valeriola.

Pertusa declaró que la madrugada del viernes 20 de octubre de 1620 entró en el domicilio de los Valeriola y, en compañía de dos matones catalanes, asesinó a D. Jerónimo, asestándole una cuchillada en el cuello.

Pertusa, sin embargo, no había actuado por cuenta propia, sino al dictado de D. Crisóstomo Ruiz de Lihory, enemigo mortal del patriarca de los Valeriola. Y, paradojas del destino, hoy, a apenas diez metros del Palau de Valeriola, se encuentra la calle Ruiz de Lihory. Víctima y verdugo cara a cara.

Sin embargo, ni D. Miguel de Pertusa ni D. Crisóstomo Ruíz de Lihory fueron juzgados pues fallecieron de muerte natural al poco tiempo.

El cronista Pere Joan Porcar dejó anotado en su dietario su sentimiento por la lamentable ejecución del inocente D. Cristóbal Valeriola, así como las injustas y crueles torturas a que habían sido sometidos ciertos caballeros, como D. Luis de Sosa, por culpa de Ruiz de Lihory y Pertusa.

Un D. Luis de Sosa que, aunque se libró del crimen de D, Jerónimo de Valeriola, terminó siendo ajusticiado el 6 de junio de 1607, por el asesinato premeditado de un hombre apellidado Rubio.

Y no quiero terminar sin dar el toque “mágico” a esta historia, pues dicen que el espíritu de D. Cristóbal Valeriola vaga por el palacio buscando el descanso eterno. Veremos si cuando reabre el palacio vemos o no a su fantasma paseando por los pasillos.

TEXTO: CÉSAR GUARDEÑO