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Historia

La "city" financiera valenciana

En 'La València Olvidada', Francisco Pérez Puche nos cuenta cómo han ido cambiando las sedes y sucursales bancarias en València

En La València Olvidada Francisco Pérez Puche nos cuenta cómo han ido cambiando las sedes y sucursales bancarias en València

En La València Olvidada Francisco Pérez Puche nos cuenta cómo han ido cambiando las sedes y sucursales bancarias en València

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València

Nos ubicamos en la esquina de la calle de las Barcas con la de Don Juan de Austria, en lo que en su día fue el Banco de Valencia y ahora es la sede de CaixaBank. Tal vez también uno de los puntos más fotografiados de la ciudad. De hecho, no es poco frecuente ver en la acera del Teatro Principal a muchas personas haciendo fotos a este edificio.

Estamos en lo que se puede llamar el corazón de la City financiera valenciana, y nuestra finalidad es hablar de banca y de finanzas. De la banca que hubo y de la que hay en estos momentos. Porque el mundo cambia y el número de oficinas de los bancos, a lo largo del tiempo, parece que se estiran y se encojen como un acordeón.

Aunque todo depende de con qué época se compare. Ahora hay más, muchas más oficinas de bancos que, por ejemplo, en 1923, hace cien años, pero muchas, muchísimas menos que hace diez años. València tuvo un tiempo en que el Banco de España tenía su oficina en la plaza de los Patos, y luego disponía de tres o cuatro bancos privados que funcionaban en pisos particulares del centro. La primera oficina del Banco de Valencia se abrió en 1909 en la calle de la Paz y la Caja de Ahorros, que empieza a trabajar en 1890, estrenó su edificio de la Glorieta en 1928.

No quiero marear con muchas cifras; pero en 2010, en toda la Comunitat Valenciana, uno podía ir a unas 5.000 oficinas para ser atendido y sacar dinero. Y ahora eso solo se puede hacer en 1.700 puntos. Con la crisis, la pandemia y las fusiones de marcas, se han perdido algo más de la mitad. De manera que –eso ya se sabe—hay muchos pueblos donde no ha quedado ninguna oficina bancaria y se tienen que ir al pueblo de al lado.

Dificultades para la gente mayor

Está claro que ahora tenemos internet y tenemos quejas de gente mayor, como yo, que no se maneja o no quiere usar internet para asuntos de dinero y que quiere ser atendida en ventanilla y con documentación en papel. Esa es la cuestión, esa es la era a la que hoy quiero referirme para que los oyentes vean cómo ha cambiado el mundo de las finanzas. Aquí a mis espaldas, está lo que fue el Banco de Valencia. Y yo quiero evocar, porque una vez la vi, la colosal puerta de la caja fuerte del banco, una puerta de más de medio metro de espesor, dotada de unos pasadores de acero que impresionaban. Eso, y las rejas que tenemos aquí detrás, enormes, gruesas, respetables, es lo que caracterizaba a una banca que parecía haber sido construida para proteger con solidez nuestro dinero.

Ahora las oficinas que parecen tiendas de decoración, donde te dan café y pastas, oficinas que ya no parecen bancos y donde, muchas veces, no disponen de dinero. Sin embargo, desde aquí vemos el Banco de España, donde la Guardia Civil traía desde Madrid los sacos de billetes y monedas de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. También una caja fuerte en lo más hondo. Enfrente mismo del teatro Principal está lo que antiguamente fue el Banco Hispano, donde un día de 1982, cuando se estaba jugando en València un partido del Mundial de Fútbol, entraron unos cacos y se llevaron 100 millones de pesetas en el curso de un robo espectacular. O sea que había mucho dinero dentro porque a la gente, a los trabajadores, a las empresas, nos pagaban todavía con dinero físico, no con papelitos o apuntes de internet.

Por cierto, que el que quiera ver lo que fue la puerta de ese banco antes de su derribo y reconstrucción tiene que ir al puerto, al monumento a Sorolla. Porque don Joaquín, el pintor del centenario, ganó en su vida mucho dinero, pero no fue para tanto: su estatua está orlada con la puerta del Banco Hispano de la calle de las Barcas.

Se derribó por las buenas, con licencia municipal, salvando solo la puerta. Porque en los setenta lo que ocurrió, a pesar de la crisis del petróleo, es que hubo una enorme expansión bancaria en España y crecieron las marcas y las sucursales. Hasta el punto que se decía que se derribaban teatros para construir bancos. En 1973, hace 50 años, hice un reportaje para Las Provincias en el que se decía que en 1970 las oficinas bancarias eran 266 en la provincia y que en 1972 habían pasado a ser 311. En la ciudad se podía ir a 121 puntos de banca o caja de ahorros. Y llegaron no pocos bancos industriales, que todos querían concentrarse en la City, el conjunto de calles que rodea el Banco de España, cerca de la plaza del Ayuntamiento, de la Bolsa y de otros centros oficiales como la Cámara de Comercio.

Expansión agobiante

València vivió una expansión, agobiante incluso, que tuvo su repercusión en el urbanismo, porque fueron muchas las operaciones de sustitución de edificios. En la calle de las Barcas, por ejemplo, la antigua sede del periódico Levante se cambió por la moderna sede central de la Caja de Ahorros, que abandonó la de la Glorieta. En agosto de 1973 publiqué un mapa financiero de València donde se veía la ubicación de 41 oficinas o sedes centrales de los principales bancos españoles y valencianos.

Pero la cosa fue a más, en apenas diez años. El Banco de la Exportación, que nació en los setenta, tenía en 1982 seis agencias en la ciudad y estaba implantado en dieciséis puntos más de la provincia. Su sede estaba aquí enfrente, donde ahora tenemos Mediolanum. A lo largo del año 1983, la Caja de Ahorros de Valencia aumentó en 57 las oficinas abiertas al público en la provincia. Aumentó al ritmo de una oficina por semana y pasó a atender a la gente de 387 puntos a 444 en total.

Un café con el director

Puedo parece antiguo, sí. Pero muchos oyentes “antiguos” me entenderán. Porque hablamos de oficinas donde rellenábamos boletines en papel y eran atendidos con cortesía por empleados diligentes. Muchos, muchísimos empleados. Desde el botones, que traía café, hasta el director y el subdirector, que se lo tomaban con una botellita de agua mineral con gas. Oficinas donde había empleados que contaban los billetes a mano, que era un gusto verlos, y hacían paquetes de 100.000 pesetas con gomitas elásticas. ¡Qué gusto daba ver aquellos montoncitos de monedas! Ahora, en cambio, no puedes llevar dinero a un banco más tarde de las once de la mañana. Y si quieres cambiar billetes en el Banco de España tienes que pedir una cita anticipada. ¡A dónde vamos a parar!

Eran tiempos de expansión, en efecto, donde a los niños se les enseñaba que el mejor camino era emplearse en la Caja de Ahorros. ¿Sabéis que hubo un tiempo en que los empleados de las Cajas de Ahorro tenían dos sueldos en algunos casos? Vivían como príncipes y disfrutaban de un club social y otros muchos beneficios. Y esa felicidad se transmitía al trato personalizado, afectuoso, con los clientes del barrio, que eran recibidos siempre como visitas de casa, incluso eran invitados a tomar café con el señor director en casos especiales.

Las cartas del banco

En casa recibíamos papeles, muchos papeles del banco. Extractos de cuenta y avisos de vencimiento. Los recibos del agua, del gas y de la luz y el anuncio del vencimiento de la hipoteca. Nos quejábamos, quizá, del exceso de papel. Pero ahora, cuando ya no hay papel, echamos en falta el tiempo que dedicábamos a ordenarlos en carpetas con los nombres de cada materia. Muchos de los que llamáis antiguos, podemos ahora reconstruir nuestras nóminas y asustarnos viendo lo sumamente barata que era la luz eléctrica.

Luego, claro, con la crisis de las cajas de ahorro, vino un súbito derrumbamiento. Las cajas empezaron a ser digeridas por los bancos o se fusionaron estrepitosamente. Así es que perdimos la Caja de Ahorros de Valencia y este Banco de Valencia a cuya sombra estamos. Perdimos el Banco de la Exportación y los industriales, el banco de Alicante y la CAM, el Rural y Mediterráneo y el Español de Crédito, el Vitalicio y el Zaragozano, el Ibérico y la Societé, el Comercial Trasatlántico y el de Bilbao, el Popular y el de Levante… Y el banco Coca, un nombre que nos hacía gracia cuando éramos unos niños con libreta de la Caja Postal de Ahorros.

TEXTO: FRANCISCO PÉREZ PUCHE

 
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