La peste negra en València
En La València Olvidada, César Guardeño nos cuenta cómo afectó esta pandemia a la ciudad de València
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València
Para la historia de hoy nos ubicamos en la calle del Hospital número 13, a las puertas de la Biblioteca Pública del Estado en València - Pilar Faus. Un edificio que actualmente funciona como biblioteca pública desde el año 1979.
Un lugar especial para los valencianos, pues aquí, en el año 1409, se construyó el antiguo Hospital de Ignoscents, Folls e Orats del fraile mercedario Fray Gilabert Jofré, el Padre Jofré. El primer manicomio de Europa. Y donde también se creó el 17 de abril de 1512 el Santo Hospital General de València después de que el rey Fernando el Católico decretara la unificación de un sinfín de pequeños hospitales repartidos por toda la ciudad para el socorro de pobres y enfermos.
Pero como dentro de poco más de dos semanas se van a cumplir tres años del inicio de la pandemia del covid-19, un 13 de marzo de 2020, que puso contra las cuerdas a toda la sociedad, voy a contar la historia de otra gran pandemia. Siempre hemos oído hablar de la mal llamada gripe española de 1918, el cólera que sufrió nuestra ciudad durante el siglo XIX y otras enfermedades que nos han golpeado duramente y cada cierto tiempo. Una de estas enfermedades mortales y auténtica pesadilla para la humanidad fue la peste negra o peste bubónica.
La primera vez que oí hablar de ella fue en la serie de dibujos animados “Érase una vez el hombre”, cuando se hablaba de la peste que arrasó la Atenas de Pericles del siglo V a. C. o la gran epidemia de peste negra que afectó a toda Europa en 1347-1348 y que acabó con un tercio de la población.
La peste en València
La peste es una enfermedad infecciosa que está causada por una bacteria, un bacilo que fue bautizado como yersinia pestis por uno de sus descubridores, el médico suizo Alexandre Yersin. Esta bacteria suele encontrarse en pequeños mamíferos, principalmente en los roedores y en las pulgas que los parasitan.
En el caso de València, quizás la pandemia de peste Negra más famosa y letal fue la que azotó la ciudad entre los años 1647 y 1648. Entre verano y primavera. Algo más de siete meses que pusieron en jaque a las autoridades y a los habitantes de la capital del Turia.
Las crónicas apuntan a que entraría por el puerto de València, a través de alguno de los barcos que venían desde Argel y luego llegaría al centro de nuestra ciudad desde Ruzafa. Estamos hablando del mes de junio o julio de 1647.
En un principio se minimizó la gravedad del asunto y luego, cuando ya se quiso actuar, fue demasiado tarde. A partir del mes de octubre los muertos se contaban por decenas cada día, y la ciudad, los médicos y sanitarios se vieron sobrepasados.
Índice de mortandad del 40 al 100%
Principalmente y durante los primeros días, aparece una fiebre muy alta y escalofríos. Puede confundirse con una gripe, también con cansancio, dolor abdominal, diarrea y vómitos. Pero lo que la caracteriza es la inflamación de los ganglios linfáticos, la aparición de bubones que generalmente se desarrollan en la primera semana posterior a la infección. Estos bubones suelen estar situados en la ingle, en la axila o el cuello y pueden tener aproximadamente el tamaño de un huevo de gallina. Aparecen en un lugar próximo donde te ha picado la pulga infectada.
Podría ser peste bubónica, que tenía un índice de mortandad del 40%, peste pulmonar, con un 90% de mortandad o septicémica, con un 100%. Afectaba a niños, ancianos, lo que hoy llamaríamos enfermos crónicos y a personas con personas con sistemas inmunitarios debilitados.
El papel del Hospital General de València
Por ese motivo estamos en el antiguo Hospital General de València, ya que jugó un papel fundamental en la lucha contra la pandemia y es donde se contabilizan buena parte de los ingresados y los fallecidos.
Hasta la aparición de los antibióticos, concretamente de la penicilina (Alexander Fleming), en la década de los años 20 del siglo XX, los tratamientos que se daban en el siglo XVII consistían en sangrados, abrir con los bisturís los bubones, aplicar emplastes, o crear medicamentos o pócimas que se extraían de las plantas.
Nuestros antepasados no sabían que esta enfermedad se trasmitía por una bacteria y pensaban que lo hacía por el aire. Por eso recordaréis haber visto que los médicos llevaban unas extrañas máscaras para protegerse con forma de pico en la que introducían con triaca, una confección farmacéutica de más de 55 hierbas, en ocasiones más de 70, y otros componentes como carne de víbora en polvo, canela, mirra y miel. Un compuesto o pócima milagrosa del que ya se hablaba en el libro Regiment preservatiu e curatiu de la pestilencia que escribió el médico valenciano Lluís Alcanyís en 1490.
Y en el caso de nuestra ciudad, se tomaron algunas medias como sacar de la ciudad o quemar la ropa de los enfermos infectados, establecer morberías extramuros para los enfermos, controlar la entrada y salida de las personas que salían por las puertas principales de la muralla, encalar los muros de las casas, no consumir pescado de la Albufera, colocar hogueras en medio de las calles para purificar el aire y obligar a los reos a recoger los cuerpos de las calles para llevarlos als fossars o cementerios parroquiales. Y lo más destacable, y quizá uno de los grandes errores, que la gente fuera a rezar a las parroquias para pedir por el fin de esta pandemia, pues creyeron que había sido un castigo divino. Cuando a día de hoy se nos pide distancia social, en 1647-1648, personas sanas y enfermas se juntaban pegados unos con otros en espacios muy reducidos.
Un duro golpe demográfico
La peste negra supuso un golpe demográfico y económico muy duro. Algunos autores como el padre Dominico Francesc Gavaldà o el jesuita Vicente Arcayna hablan de 17.000 y 14.500 muertos, respectivamente, en una ciudad que contaría con cerca de 50 mil habitantes. Es decir, entre un 27 y un 32% de la población, aproximadamente. Los cementerios rebosaban de cadáveres y se tuvieron que habilitar otros como el cementeri dels empestats, extramuros y al lado del hospital en el que estamos.
TEXTO: CÉSAR GUARDEÑO