La Vuelta del Ruiseñor
En La València Olvidada Rafa Solaz explica cómo era esta zona rodeada por huertas y acequías y donde era tradición acudir a comprar fresas
En La València Olvidada Rafa Solaz explica cómo era esta zona rodeada por huertas y acequías y donde era tradición acudir a comprar fresas
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València
Vamos a uno de los lugares más entrañables y olvidados de la Valencia extramuros. Actualmente tan sólo es recordado por una calle de su título que da comienzo en la de Alboraia, casi tapada por el vetusto edificio del Colegio Seminario de San Pio V. Antiguamente la calle, convertida en camino, seguía por los campos de huerta y finalizaba en el área de la avenida Blasco Ibáñez, a la altura de la Clínica Quirón. La urbanización definitiva de la calle se forjó en los años 40 del siglo XX.
Uno de los puntos de referencia era el Jardín del Santísimo, dedicado a la explotación de flores ornamentales. En el portalón de acceso a este entrañable huerto se situaba un retablo de azulejos con una Custodia. El jardín desapareció con las reformas del paseo de Valencia al Mar.
El lugar lo citaron algunos autores como de origen medieval y lo refieren a toda un área rodeada de alquerías, barracas, casas con miramar y acequias. Una descripción de Estanislao de Cosca, en 1832, lo cita como: un “lugar formado por anchas calles de rosales, alfombradas de taronjil, donde se habían instalado pequeñas mesas de pino para que los visitantes pudieran degustar una espléndida merienda servida por mujeres de la huerta, con sus peines de plata, sus cortas sayas de muselina y sus pesados pendientes”. Esta descripción es la imagen que reafirma el carácter idílico y de esparcimiento del lugar. Para ir a este cercano lugar los vecinos de la ciudad tan sólo tenían que atravesar el puente de la Trinidad.
Dos joyas históricas y arquitectónicas
En este punto se ubican dos auténticas joyas cercanas al lugar, el monasterio de la Trinitat, fundado en el siglo XIII y construido como se ve en la actualidad en el siglo XV, todo un eje espiritual y cultural del Siglo de Oro Valenciano, una joya del gótico flamígero tan característico en la zona mediterránea.
El otro monumento es el Colegio Seminario San Pío V, construido en el siglo XVII, con su iglesia y espléndida cúpula de tejas azules, alzada en el siglo XVIII. En la actualidad este edificio monumental, desde 1946, es la sede del Museo de Bellas Artes de Valencia.
De excursión a comprar fresas
Un aspecto interesante y desconocido de La Volta del Rossinyol: entre los siglos XVIII y XIX el lugar fue famoso por sus plantaciones de flores y especialmente de fresas. Era costumbre entre los vecinos de la ciudad el organizar una excursión en primavera con el fin de comprar y comer estos frutos que allí se cultivaban y que eran muy apreciadas. Por estas plantaciones el lugar ofrecía un aroma característico al visitante. Tengo que decir que eran auténticas fresas, más pequeñas que los fresones, que posteriormente proliferaron procedentes de otros lugares.
No sólo eso, hay otra curiosidad: una presencia casi desconocida, fue que a principios del siglo XX se instaló el Skating Garden, una pista para patinar. Fue bastante emblemático el Horno de la Trinidad, desaparecido recientemente –yo lo he llegado a conocer-, y todavía permanece en pie el edificio, por no citar la fábrica de azulejos de la Trinidad que permaneció hasta la Guerra Civil. Esta fábrica fue muy popular entre las obras que se realizaban, porque allí se adquirían azulejos y materiales de construcción, no sólo en la ciudad, sino en las alquerías de la zona. La presencia de carros entrando y saliendo por el emblemático portalón se hizo cotidiana.
Más cosas que quedaron para el recuerdo. Los jardines y huertos con acceso al camino que transcurría en dirección a de Benimaclet también desaparecieron. Atrás quedaron la Senda de la alquería de la Palmereta, junto a las casas y senda del Ave María y Casa Rafa, que se hallaba en el área de la actual calle Flora. Más hacia el norte se hallaba el popular Molí dels Tarongers.
Con todo, en este programa, hemos querido recordar a la Volta del Rosinyol, un fragmento de huerta y vida, un paraíso para la evocación, donde las mujeres, con sus delantales blancos, sus peines de plata y pendientes de nácar, servían meriendas con aroma mezclado de rosales y fresas.
TEXTO: RAFA SOLAZ