La maldición de la calle de Don Ventura
La pequeña calle del Emperador, conocida anteriormente como Don Ventura fue, en la época a caballo entre los siglos XIX y XX, uno de los rincones más conflictivos de la ciudad. Allí se produjo un crimen que dejó tal huella en la sociedad valenciana que propició su cambio de nombre
'Callejeando': La maldición de la calle de Don Ventura (04/12/2023)
València
La calle del Emperador es un pequeño callizo situado entre la calle Juan de Austria y la plaza de los Niños de San Vicente, en pleno centro comercial de la ciudad. Su nombre se debe a que, justo enfrente de la calle, donde ahora se encuentran unos grandes almacenes, se levantaba el Colegio Imperial Nuestra Señora de la Misericordia, una institución benéfica creada en 1545 por el emperador Carlos I para dar educación a los hijos de moriscos, por lo que era popularmente conocido como el Col·legi dels morets. Tras la expulsión de los moriscos en 1609, el colegio se quedó vacío y fue aprovechado para alojar allí a los niños huérfanos de San Vicente Ferrer, otra institución educativa de carácter benéfico fundada por San Vicente Ferrer en 1410 y que desde ese momento tomó el nombre de Colegio Imperial de niños huérfanos de San Vicente Ferrer.
Sin embargo, a finales del siglo XVIII, los vecinos, de forma espontánea, empezaron a denominar a la calle Emperador como calle de Don Ventura, porque en ella vivía un militar muy famoso de la época conocido como Don Ventura de Mesa. Y la nueva denominación hizo fortuna y se convirtió en oficial, tal y como atestiguan las guías y planos de la ciudad del siglo XIX. Pero la calle cayó en desgracia en los años a caballo entre los siglos XIX y XX, y su nombre fue condenado al olvido.
El 3 de agosto de 1888 se produjo el que seguramente sea el primer crimen mediático de la ciudad de València, equiparable y coetáneo al crimen de la calle Fuencarral de Madrid. Según la prensa de la época, aquella noche, el capitán retirado, don Dionisio López y Santos, fue agredido con arma blanca por la espalda mientras se dirigía, junto a sus tres hijas, a su casa sita en la calle de Don Ventura. Dionisio salvó la vida de milagro y la agresión quedó impune, pero diez días después, todavía convaleciente de las heridas, su casa fue asaltada y murió asesinado en su mismo lecho. El crimen tuvo un gran impacto en la sociedad valenciana y, conforme la prensa iba destapando las pesquisas policiales, más morbo despertaba: víctima con cierto nivel adquisitivo, robo de joyas, criados deshonestos, un yerno furtivo… el caso tenía todos los ingredientes necesarios.
Se detuvo a varios vecinos, a la hija mayor y a su prometido, acusados de autores, cómplices o encubridores del delito. Hasta nueve sospechosos pasaron casi un año presos, pero la sala segunda de la Audiencia dictó auto de sobreseimiento provisional en la causa y fueron puestos todos en libertad, produciendo gran impotencia entre los valencianos, que responsabilizaban a la justicia de ser incapaz de desentrañar los misterios que rodeaban al crimen.
El tiempo pasó, la indignación con el suceso de la calle Don Ventura se fue atemperando, pero su estigma como lugar conflictivo no paraba de acrecentarse y copaba constantemente las crónicas de sucesos de los diarios de principios del siglo XX. Muchos de los prostíbulos que se encontraban en el vecino barrio de Pescadores fueron a parar a la calle Don Ventura tras el derribo de aquel -hasta 8 casas de lenocinio fueron contabilizadas- y diariamente se sucedían tiroteos, atracos cuchillo en mano, trifulcas en los cafetines, blasfemias entre vecinos, detenciones… Y no solo habitaban en ella mujeres de vida airada, como se decía en la prensa de la época, si no que también era refugio de carteristas que venían a hacer el agosto en la Feria de Julio.
Las quejas de los vecinos del barrio eran constantes y el asunto afectaba ya a la seguridad ciudadana y amenazaba el orden civil. Hasta tal punto que el Gobernador, Genaro Pérez Moso, tuvo que tomar cartas en el asunto para cortar de raíz los escándalos que con lamentable frecuencia se suscitaban en la calle Don Ventura. Primero se instalaron focos eléctricos a la entrada y a la salida de dicha calle, y, junto a ellos, dos parejas de municipales y policía. Posteriormente, y siguiendo el reglamento de higiene que prohibía que hubiese prostíbulos cerca de Asilos y colegios de niños, se desalojaron todos los prostíbulos.
La calle de Don Ventura empezó entonces a desaparecer de las crónicas negras, pero su nombre seguía instalado en el imaginario colectivo como lugar de mal vivir, así que el Ayuntamiento decidió borrarlo del mapa. Primero se propuso llamarle calle Apolo, por encontrarse junto a ella dicho teatro. Pero finalmente, en sesión del 16 de marzo de 1913, el Ayuntamiento decidió restituir el antiguo nombre de Emperador en la calle de Don Ventura, zanjando así uno de los episodios urbanos más truculentos de nuestra historia reciente.
Luis Fernández Gimeno
Ingeniero Técnico en Topografía y Máster en Teledetección...Ingeniero Técnico en Topografía y Máster en Teledetección por la Universidad Politécnica de Valencia. Divulgador especializado en toponimia y cultura popular, es autor de libros como 'Toponimia i Memòria Urbana' (Ayuntamiento de València, 2023) y 'Las calles y su historia' (Drassana, 2017). Conduce los espacios 'SER Falleros' y 'Callejeando'.