Un día en busca de la gamba en un pesquero de Cullera: así se captura uno de los productos gourmet de la Navidad
Pasamos una jornada de trabajo en un barco de arrastre que faena en el Mediterráneo, una profesión en riesgo de extinción
Un día en busca de la gamba en un pesquero de Cullera: Así se captura uno de los productos gourmet de la Navidad
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València
Estas navidades, siempre que el bolsillo lo permita, muchos compartiremos con la familia en la mesa un buen rape o algo de marisco. Por eso hemos querido conocer una de las profesiones más antiguas y quizás con fecha de caducidad.
Nos enrolamos en uno de los 13 barcos de arrastre de la Cofradía de Cullera en busca de la gamba blanca. Esta Nochebuena, nos ocupamos del mar.
Cuaderno de bitácora
Acaban de dar las 4 de la madrugada y embarcamos en el Maranyero, un pesquero de 21 metros de eslora capitaneado por Jesús. Antes de las 5 hay que salir de puerto, pero lo primero es comunicar al Ministerio las capturas de la jornada anterior. Entre quejas por el exceso de burocracia explica que la gamba blanca les permite seguir saliendo a faenar. Es lo único que se paga a relativo buen precio.
Y es que con el resto de pescado no les da ni para pagar gastos. Sólo en gasoil son casi 400 euros al día. 500 litros de combustible y gracias, porque antes de montar las nuevas puertas de arrastre eran muchos más.
Acompañando a Jesús van Víctor, que también es mecánico, y Alfonso, aunque todos le conocen como Pocho, un joven marinero, aunque con más de una década de experiencia.
Jesús explica que trabajan a destajo, todo depende de lo que saquen en la Lonja. A eso le quitan gastos y de lo que queda, la mitad para el armador, el dueño del barco, y el resto se divide en cinco partes: Dos para el capitán, una y media para el motorista, una para el marinero y la media restante para el que se queda en puerto arreglando las redes.
El caso es que el marinero a la semana puede ganar unos 300 euros, una miseria teniendo en cuenta que trabajan más de 14 horas al día cinco días a la semana. Y todo ese tiempo con el taladrante ruido del motor y con un barco bailando al ritmo de las olas que pone a prueba cualquier estómago.
Después de dos horas de navegación toca desplegar la red. La profundidad es de 100 brazas, unos 180 metros de profundidad. En el fondo vive la gamba blanca y aquí hay a montones.
Algunos barcos de Cullera van un poco más profundo. A partir de 150 brazas hay cigala y de las 200 la gamba roja, pero solo uno de los pesqueros tiene licencia para capturar este preciadísimo producto gourmet.
Un par de horas después toca sacar la red para ver cómo ha ido este primer intento. Cada uno sabe su función, entre el ruido de los motores es complicado comunicarse. Todo parece coreografiado, aunque si algo falla, siempre queda el recurso del grito.
La pesca ha ido regular. Toca cruzar los dedos, el segundo intento es el último. Después de clasificar lo pescado, queda algo de tiempo para comer. Alubias con callos. Yo ni puedo mirar la bandeja. Mi estómago ha dicho basta. Queda algo de tiempo para descansar antes de subir el arte de nuevo.
Esta vez la cosa ha ido mejor, hay muchos kilos de gamba, así que los motores rugen a pleno rendimiento porque en la lonja a los primeros se la pagan a mejor precio.
Son las cinco de la tarde y entramos de nuevo en el puerto. En el muelle esperan algunos curiosos y otros que confían en la gratitud de los pescadores.
Mientras descargamos las cajas con todo el producto ya clasificado Víctor, el mecánico me cuenta que está soltero, y que lleva 30 años trabajando en el mar. Pocho sí está casado. Tiene dos hijas a las que no recomienda que se hagan marineras. Con estos horarios, lo de conciliar está complicado.
En la Lonja esperan una docena de mayoristas. Entre ellos Carlos, un vasco que lleva años en Valencia y que pide a Jesús que no se queje tanto del precio final.
Según Carlos falta cultura de comer pescado, sobre todo en la Comunitat Valenciana. Los datos le avalan, según el Ministerio de Agricultura y Pesca, el año pasado ni siquiera consumimos los 22 kilos al año de la media nacional. Pero lo que es peor, falta gente que quiera seguir con esta profesión.
Y es que profesiones como estas pueden desaparecer de aquí nada. Por eso, igual que se apuesta por los productos de nuestra tierra, también hay que consumir los que nos da nuestro mar Mediterráneo. Producto de calidad y que permite subsistir a muchas familias. A ver si esta semana nos acordamos de Jesús, de Víctor, de Pocho y de Carlos y de cara al año que viene entre nuestros propósitos nos marcamos comer más pescado, que encima es sano.
Manuel Gil
Redactor de Radio Valencia Cadena SER