50 aniversario de los azulejos de las calles de Pie de la Cruz

València

Lo que conocemos como toponimia tradicional, los nombres de caminos, calles y plazas anteriores a la revolución liberal, servía única y exclusivamente para orientarse por la ciudad. Y nacía del pueblo, y era este el que lo validaba a través del uso y la costumbre. No hay municipio de nuestra geografía que no cuente en la actualidad con un carrer major o una plaça de l’església, pero la gran mayoría del corpus toponímico histórico fue borrado sistemáticamente desde principios del siglo XIX para dar paso a la toponimia conmemorativa, esa que empezó a utilizarse para homenajear a personajes y episodios ilustres de la nación recién creada.

En el popular barrio de Velluters, entre el Mercat y El Pilar, muchos de los nombres tradicionales de sus calles fueron sustituidos por el de supuestos personajes célebres, como Maldonado, Balmes o Lope de Rueda. Pero también han resistido a los envites de la modernidad calles como En Sendra, Torno del Hospital o Pie de la Cruz, entre otras. Esta última, una de las más transitadas y renombradas del barrio por su original trazado curvo y por ser una histórica vía de comunicación entre el mercado y Velluters, debe su nombre al Convento de Nuestra Señora de los Dolores del Pie de la Cruz, fundado en el siglo XVI por las monjas servitas. Dicho convento fue desamortizado en el siglo XIX, pero aguantó en pie hasta 1940, cuando fue definitivamente demolido con las vistas puestas a la apertura de la flamante avenida del Oeste.

Como bien sabemos, el proyecto de la gran vía del Oeste quedó paralizado en el Mercado Central, no sin antes haber arrasado con la trama urbana histórica del barrio, generando una auténtica frontera que sirvió para aislar totalmente el sector occidental y propiciando su degradación, convirtiéndose en el conocido, durante la segunda mitad del siglo XX, como barrio chino.

A pesar de todo, la barriada no perdió nunca su carácter castizo, y prueba de ello fue la vitalidad del tejido social, comercial y festivo que consiguió mantener con vida en los peores años. Un claro ejemplo de este dinamismo fue la activa falla que precisamente se plantaba en la calle Peu de la Creu, una de las más antiguas de la ciudad y que hace 50 años, en 1974, celebró su centenario rotulando las calles de su entorno con azulejería valenciana, recuperando a su vez los antiguos nombres en valenciano que tenía este entramado de callejuelas. Una original iniciativa que logró visibilizar la memoria urbana más directa, el amor por el territorio y por la lengua, a través de la recuperación de la toponimia tradicional.

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