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Opinión

En defensa del paisaje urbano y el ornato público

Los antiguos azulejos que rotulan los nombres de las calles y plazas de València deben ser catalogados y protegidos por ser una fuente indispensable para el conocimiento de la ciudad y una parte fundamental de nuestro paisaje urbano y cultural

Restos de una placa cerámica rotuladora de principios del siglo XX expoliada en una fachada ruinosa de la Cruz Cubierta (València). / Luis Fernández

València

Está visto que las placas cerámicas rotuladoras que a duras penas sobreviven en las vetustas fachadas de nuestra ciudad, las que contienen los nombres de calles y plazas, son el patito feo del patrimonio cultural de València. El pasado 22 de mayo el Ayuntamiento aprobó la protección del panel cerámico de Nitrato de Noruega que se encuentra en la pedanía de Mahuella, uniéndose así a la lista de más de 60 retablos y paneles cerámicos considerados Bien de Relevancia Local existentes en el término municipal.

Una acción que los defensores del patrimonio urbano hemos recibido con gran satisfacción, pero que evidencia una vez más el escaso interés del consistorio en proteger de igual manera los rótulos cerámicos de las calles y plazas de Valencia, cuyo número va menguando mes a mes sin que la administración mueva ficha, a pesar de que ya existe un estudio preliminar que justifica su protección.

Dicho estudio muestra como las placas, azulejos y letreros cerámicos destinados a la denominación de calles y plazas que se conservan en el espacio público de València forman un conjunto único dentro del paisaje urbano y el ornato de la ciudad. Su valor radica, en primer lugar, por ser el medio de expresión físico en el cual se plasmó tanto la toponimia tradicional como la conmemorativa desde su implantación a finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, siendo por tanto la proyección pública de nuestra onomástica autóctona que con el paso del tiempo pasa a formar parte del paisaje cultural de la urbe.

Azulejo decimonónico de la calle Valeriola en un estado óptimo de conservación.

Azulejo decimonónico de la calle Valeriola en un estado óptimo de conservación. / Luis Fernández

Pero no solo eso, estos azulejos rotuladores, fabricados en los siglos XVIII, XIX y XX, han adoptado diversas tipologías, con formatos, colores y tipografías que nos hablan de unas necesidades administrativas concretas y de los recursos que aplicó la industria cerámica en cada momento, convirtiéndose en hitos del callejero y en auténticos vestigios de la ordenación urbana llevada a cabo desde las Reales Cédulas de 1769. Aquellos primeros azulejos rotuladores, de los que apenas quedan un par de ejemplares en València, eran cuadrados, de unos 20 cm de lado, con letras azules sobre fondo blanco. Ya en el siglo XIX las placas crecieron en tamaño para su mejor visualización y el color de las letras pasó a ser negro sobre fondo blanco.

De esta tipología decimonónica se conservan unos 60 azulejos mayoritariamente en Ciutat Vella y en barrios extramuros como la Roqueta y el Botànic. Fue a partir del siglo XX cuando aparecieron las primeras placas azules con las letras blancas, el formato más extendido, aunque con modelos diferentes, en cuanto a tamaño y tipografía, a lo largo del siglo. En ese momento los rótulos callejeros pasaron a ser considerados como ornato público y las calles principales dedicadas a ilustres personajes empezaron a lucir bellas placas artísticas para mayor honor del homenajeado.

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Parece, por tanto, que está sobradamente contrastado que los azulejos de nombres de calles de la ciudad de València poseen un valor histórico, artístico y ornamental vinculado al espacio público, a la industria cerámica valenciana que los produjo y a los contextos políticos y culturales de la época a la que representan. Por tanto, tras años de abandono, expolio y sustitución, su protección como bien cultural está más que justificada y resulta fundamental para su supervivencia.

Cada hueco en una fachada, cada placa desaparecida o puesta a la venta en un portal de coleccionismo, es una muesca más es nuestro precario paisaje cultural urbano. Los pasos son sencillos, pero requieren de voluntad y diligencia: la catalogación exhaustiva como paso previo a su protección y conservación, y su posterior divulgación para concienciar a la ciudadanía del rico patrimonio que todavía atesoramos en las calles y plazas de nuestra ciudad.

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