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Ramón Gómez Ferrer, el apóstol de la infancia

En junio de 1924, ahora hace 100 años, la ciudad de València amaneció conmocionada al conocer la muerte de uno de sus hijos más queridos, el doctor Ramón Gómez Ferrer, apóstol de toda una generación de niños y niñas valencianos

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València

Los homenajes en vida suelen estar reservados a personajes de primera magnitud, a hijos predilectos que generan adhesión en cualquier ámbito de la sociedad. Pero el hecho de que los reconocimientos se produzcan en vida y se multipliquen tras la muerte, de forma casi indefinida en el espacio y el tiempo, solo está al alcance de muy pocos. Es el caso del doctor Ramón Gómez Ferrer, sin duda, una de las personalidades más queridas, renombradas y prestigiosas de la València de principios de siglo XX.

Su currículum es inabarcable, aunque podemos apuntar de forma sucinta que nació el 21 de diciembre de 1862 en el barrio de la calle San Vicente y que fue un niño brillantísimo. Comenzó la escuela a los 3 años y a los 14 ya había terminado el bachiller, iniciando en ese momento el Preparatorio de Medicina. En 1881 adquirió el título de licenciado en Medicina y Cirugía con sobresaliente y, dos años más tarde, con 21, alcanzó el título de doctor en Medicina -también con sobresaliente y con una tesis dedicada al higienismo, una corriente de la que fue pionero en la ciudad-. A partir de este momento, guiado por un espíritu innato de amor al prójimo, dedicó su vida a ayudar a los demás, sobre todo a los niños y niñas más desprotegidos, por los que sentía especial predilección.

Su labor social, pedagógica y cultural en pro de la infancia fue incesante y continua. Por eso, en 1920, un grupo de madres y admiradores del doctor decidieron erigir un monumento en su honor en la Glorieta, entonces el parque de la infancia valenciana por antonomasia. Fue inaugurado el 16 de mayo de dicho año, el mismo día que fue nombrado hijo predilecto, y a los pies de la escultura se puso la siguiente dedicatoria: “Las madres valencianas al medico de niños Ramón Gómez Ferrer”. En ese momento era el director del Sanatorio Marítimo de la Malvarrosa, catedrático de Pediatría de la Facultad de Valencia y presidente de la Real Academia de Medicina, pero su reconocimiento más sentido le llegó desde el pueblo, por su labor humanitaria en las enfermedades infantiles.

Después de este bagaje, cuando la muerte sorprendió a Gómez Ferrer en 1924, cuando contaba con 56 años, las muestras de dolor y consternación recorrieron toda la geografía valenciana. Sus compañeros, muchos de ellos también eminentes médicos como José Sanchis Bergón, Adolfo Gil y Morte, Fernando Rodríguez Fornos, Vicente Peset Cervera, Jorge Comín o Rafael Pastor le dedicaron sentidas necrológicas que inundaron la prensa de aquellos días. Valencia le tributa decenas de homenajes y se aprueba denominar la Glorieta como Glorieta Gómez Ferrer. En diciembre de ese mismo año se descubre una placa en el Hospital Provincial, en el departamento de niños en su memoria:

“A la memoria del doctor don Ramón Gómez Ferrer, varón sabio y bueno, gloria de la escuela médica valenciana, alivio y consuelo de la niñez enferma”

No hay población en la huerta de València ni en la provincia que no le dedique una calle al doctor Gómez Ferrer durante los meses siguientes a su muerte: Utiel, Cullera, Buñol o Gandia. En la misma ciudad, el Ayuntamiento tiene que ir desestimando solicitudes de poblados como el de Campanar que quieren dedicarle una calle o plaza. Una de las pedanías que lo consigue es Castellar, que el 12 de octubre de 1924, coincidiendo con las fiestas dedicadas a la buena cosecha de arroz, descubre la placa de mármol que da nombre a la plaza Ramón Gómez Ferrer, la principal del poblado, en una fiesta amenizada por la banda Primitiva de Lliria y por las tracas de Antonio Caballer de Moncada.

Con la cantidad de calles y plazas dedicadas a Gómez Ferrer, muchas de ellas de forma extraoficial, que existían en las pedanías, nunca se llevó a cabo la denominación de la la Glorieta con el nombre del doctor Gómez Ferrer. Así que, tras la guerra, se decidió limpiar todas estas denominaciones repetitivas, incluida la de la plaza de Castellar, que pasó a ser la plaza de la virgen de Lepanto, y se aprueba dedicarle una calle de nueva planta junto a la nueva facultad de Medicina, continuación de la calle dedicada a otro ilustre médico valenciano, el doctor Moliner, a l otro lado del Paseo de Valencia al Mar, que fue inaugurada en 1952.

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