La València Olvidada: El jardín botánico (por Paco Pérez Puche)
Visitamos el interior del Jardín Botánico de la Universitat de València, que está situado en la calle de Quart, cerca de la gran vía de Fernando el Católico y del paseo de la Petxina
La València Olvidada: El jardín Botánico (10/07/2024)
València
Antes de entrar en materia, hablaremos de la "primera" Ciudad de las Ciencias que tuvo València, un precioso antecedente de la de Santiago Calatrava. Que lo tenemos, precisamente, dentro del Botánico. Porque se trata de una preciosa obra de hierro y cristal, una obra de arquitectura magnífica, innovadora y modernísima en su día, que no está olvidada pero sí creo que está escondida, rodeada de árboles de gran altura, en el centro del jardín. Si nos fijamos, incluso se podría decir que el Museo de las Ciencias de Calatrava, aunque es mucho más grande, está inspirada en las líneas de esta construcción, que no tuvo otra finalidad que crear un espacio acristalado para permitir la entrada de calor y luz y proteger del frío las plantas tropicales que albergaba.
El arquitecto que lo trazó es Sebastián Monleón, un valenciano que, a lo largo de su vida, realizo obras de extraordinaria importancia para la ciudad, como el Teatre Principal, la plaza de toros y el famoso claustro del edificio universitario de la Nau.
Pero esta es una obra muy distinta: un trabajo ligero y de cristal. Seguramente en Valencia no se había hecho nada parecido. Y esa es la gran novedad. Estamos a mediados del siglo XIX y se está empezando a desarrollar el ferrocarril. La gran novedad de un mundo que se industrializa es la fundición de hierro. Se están empezando a construir los primeros puentes de acero, y en Inglaterra nace el concepto de edificio invernadero, un jardín, un paseo con techo de cristal para proteger al público de la lluvia, tan frecuente allí. Ese es el concepto del Crystal Palace, del arquitecto John Paxton, que en 1851 albergó la primera Gran Exposición, en el Hyde Park de Londres.
Aquel fue un edificio grandioso, enorme en comparación con nuestro invernadero. Pero lo que quiero destacar es que Monleón lo construyó en València, con la misma técnica que acababa de asombrar en Londres, solo diez años después. Cuando este invernadero se inaugura, València tiene ferrocarril desde hace solo tres años y todavía no se ha planteado derribar las murallas. Esta obra de estructura de hierro y piezas de cristal, una joya de la arquitectura y la ingeniería, es muy anterior al enorme mercado de Les Halles de París, anterior a la torre Eiffel, anterior al mercado del Borne, de Barcelona (1876) y al Palacio de Cristal del Retiro, de Madrid, que es de 1887. Cuando se construyó, en España solo había una construcción en hierro, que era el puente de Triana, y lo habían hecho técnicos franceses con materiales traídos de Francia.
Los 24 metros de longitud que tiene y los nueve metros de altura hacen que sea un invernadero bastante grande. Tiene 465 metros cuadrados de cristal y como es fácil comprobar la complejidad viene dada por su diseño curvo. Las 5.342 placas de vidrio de la cubierta están dispuestas en una elegante curva… que van cosidas con piezas metálicas especialmente diseñadas.
El problema que tuvo el arquitecto es su proyecto era nuevo y la tecnología en que se apoyaba también. No había cerrajeros en València, no había herreros, cristaleros, talleres de forja, que hubieran hecho nunca una cosa así. Monleón era la vanguardia, como Calatrava lo fue en la Ciudad de las Ciencias. Monleón tuvo que explicar a los talleres lo que quería y lo que necesitaba. Y su obra pionera sirvió, precisamente, para que otros técnicos entendieran que la combinación de paneles de cristal sostenidos por nervios de acero era muy útil para construir mercados, estaciones de ferrocarril, pasajes comerciales y en general edificios donde el público tenía que estar a cubierto pero con mucha luz.
El presupuesto inicial fue de 80.000 reales, pero luego tuvo un sobrecoste que puso las cifras en 115.854 reales… algo que también evoca a Santiago Calatrava. Pero la verdad es que en esos momentos la Universitat tenía como rector a don José Pizcueta Donday, catedrático de Medicina y director del Jardín Botánico. En un momento, además, en que el prestigio de este huerto de cuatro hectáreas regado por la acequia de Rovella era la instalación pionera en España desde el punto de vista de la ciencia botánica.
En la correspondencia del rector con el ministro, que conserva la Universitat, se puede apreciar todo el sentido de innovación que el rectorado y el arquitecto quisieron dar a la construcción, dentro de lo que era una institución universitaria muy acreditada.
La Universidad de Valencia ha tenido huertos para experimentar y estudiar plantas desde el principio. Desde que tiene estudios de Medicina ha tenido un “hort d’herbes” para medicamentos. Primero en la calle de Sagunto y luego en la Alameda, junto a la torre de Santiago, que es la que da al cauce del Turia. Allí tenía la Universitat sus campos de experimentación y la Sociedad de Amigos del País los suyos de aclimatación de especies americanas y orientales. Las dos instituciones, y en su momento el arzobispo Mayoral, tenían campos para traer de América plantas, flores y alimentos que se pudieran cultivar en nuestra huerta con provecho. Y así ocurrió con muchos, empezando por el cacahuete.
Claro que la Universitat tenía, y tiene, una misión primordial, que es la de enseñar Botánica a sus alumnos; explicar una asignatura básica que se debe apoyar en ejemplos. Que si son vivos, mucho mejor que si están pintados en láminas.
De ahí que, en 1802, la Universidad comprara un huerto, l’Hort de Tramoyeres, que estaba en las afueras. Un buen huerto bien regado, que se fue convirtiendo en un jardín científico a pesar de las dificultades. La primera la Guerra de la Independencia lo dejó para el arrastre. Hay documentos que indican que cuando Fernando VII visitó el jardín estaba lozano… pero sobre todo producía patatas, cebollas y melones por el hambre que había.
Después, gracias a los esfuerzos del profesor Pizcueta se mejoró, se construyó este invernadero, el edificio de dirección y la torre adosada, y un magnifico umbráculo. La intensidad científica creció al compás del interés de los catedráticos. Pero ha atravesado épocas malas y regulares, etapas de abandono y nulo presupuesto y momentos tan duros como la guerra civil o la riada de 1957, que metió medio metro de barro en los jardines. La reconstrucción, en los años 60, fue lenta y tuvo como promotor al profesor Ignacio Docavo. Y en las últimas décadas es cuando se ha visto un florecimiento, un interés popular por la naturaleza y el medio ambiente.
Incluso hemos visto al Botánico hacer lo que no había hecho nunca en su historia: dar conciertos musicales al atardecer… y dar nombre a unos gobiernos autonómicos que pactaron aquí mismo su programa.
(Texto: Paco Pérez Puche)
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Quique Lencina
Filólogo de formación y locutor de profesión,...