"Si acordáis que no, que no habrá Fallas, vosotros veréis": así se decidió la celebración de la fiesta tras la riada de 1957, que se cebó especialmente con las comisiones de la ciudad
En comparación, la riada de 1957 fue mucho más dañina para talleres y comisiones que la DANA del 29 de octubre. Y aun así, las autoridades franquistas coaccionaron al colectivo fallero para que Valencia ofreciese una imagen de normalidad en marzo del 58
Así se decidió la celebración de las Fallas tras la riada de 1957 (15/11/2024)
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València
Ahora que surgen algunas voces que se preguntan si se celebrarán las Fallas de 2025, ya les adelanto que, en la ciudad de València, sí habrá Fallas, como las hubo en 1958, tras una riada que, en comparación, fue mucho más dañina para talleres y comisiones que la ocasionada el pasado 29 de octubre, aunque la administración franquista se encargó de minimizar sus efectos para transmitir una imagen irreal de normalidad y control de la situación. Coaccionando incluso al colectivo fallero para que la fiesta josefina saliera a las calles en marzo.
La desastrosa avenida del río Turia del 14 de octubre de 1957 tuvo un gran impacto social, económico y moral en los habitantes de la capital. El mundo fallero, de igual manera que está sucediendo estos días, dio un ejemplo de solidaridad y responsabilidad cívica al liderar la batalla contra el barro que arrasó barrios tan típicamente falleros como el del Carmen. La riada golpeó en la línea de flotación de la comunidad festiva: no solamente en talleres y casales, sino que también lo hizo en la propia estructura social de una tradición todavía popular, sufragada por los propios vecinos.
Hubo comisiones de Russafa, el Carmen y los Poblats Marítims que directamente se reunieron para confirmar su disolución, ya que no podían hacer frente a los gastos mínimos necesarios para su supervivencia. Los artistas, que aún no contaban con la Ciudad del Artista Fallero, tenían sus talleres diseminados por la ciudad, muchos de ellos, en zonas gravemente damnificadas. Volviendo al Carmen, por ejemplo, en la calle Marqués de Caro tenían su taller los reconocidos Salvador Debón, Ángel Azpeitia y Gori Gallego, mientras que en la orilla izquierda, junto a la calle del doctor Olóriz, en la Saïdia, donde el agua alcanzó los 5 metros, se encontraba un viejo y enorme almacén de muebles utilizado a modo de taller, al que llamaba popularmente el Rancho Grande.
Psicológica y moralmente tampoco hubo ganas de fiesta. Era la sensación que se respiraba en el ambiente: un pesimismo social que fue utilizado por el arzobispo Marcelino Olaechea para pedir la supresión de las Fallas y la extensión del luto más allá del mes de marzo. Sin embargo, lo que realmente quería don Marcelino, que como buen vasco nunca entendió la procadidad mediterránea, era aprovechar la coyuntura para cambiar definitivamente la fecha de celebración de las Fallas: de San José, el 19 de marzo, a San José Obrero, el 1 de mayo. Alegó que el ambiente frívolo y festivo de las Fallas interrumpían el tiempo sobrio y re recogimiento de la Cuaresma, llegando incluso a amenazar con no abrir la basílica para realizar la ofrenda de flores a la Geperudeta si no se satisfacían sus designios. Unas advertencias que no fueron bien recibidas en un sector de la comunidad fallera, que le dedicó la famosa frase "Marcelino el tombolero ya no quiere ser fallero".
Pero, a pesar del nacionalcatolicismo imperante, las autoridades franquistas no se podían permitir una imagen de decadencia en una de sus celebraciones más internacionales, así que trasladaron a los dirigentes locales la necesidad de que las Fallas del 58 se llevasen a cabo. Y lo primero era convencer a los falleros, que son, al fin y al cabo, quienes pagan e impulsan la fiesta. Para ello, el presidente de Junta Central Fallera, Clemente Cerdá, convocó a los presidentes de las 130 comisiones a una reunión extraordinaria celebrada en el Ayuntamiento de València el 7 de noviembre, apenas tres semanas después de la riuà, con el único objetivo de decidir si se suspendían o no. Cerdà, con la lección bien aprendida, se lanzó a coaccionar a los allí presentes con una serie de alegatos prototípicos del momento: "No tener Fallas supondría la una tercera riada para València" o "serán las Fallas de la gratitud a nuestra patria", para acabar con un "por València y para València, por España y para España, serán las Fallas de 1958".
El discurso vehemente del regidor provocó el respaldo de los presidentes en una posterior votación que concluyó con el resultado afirmativo de continuar adelante con la fiesta, pero el apoyo no fue unánime, como así le hizo saber más de un delegado en el turno de palabra. Entre ellos, el más beligerante fue el presidente de la Falla Sanchis Bergón-Turia, que evidenció la falta de sinceridad y valentía del resto, dejando también entrever la coacción a la que habían sido sometidos. Interpelado por dichas acusaciones, Cerdà dio un ultimátum: "Yo no quiero un 'sí' arrancado con fórceps. 'Sí' o 'no'. Si aplaudís y os levantáis, haremos Fallas. Si acordáis que no, que no haremos Fallas, vosotros veréis".
Finalmente, y bajo los lemas "València por España" y "Las Fallas de la gratitud", la fiesta se celebró. Y, a modo de agradecimiento, la Corte de Honor de la Fallera Mayor estuvo integrada por una representante de cada región del país. El discurso oficial justificó la celebración aduciendo que las Fallas son "el pan de los artesanos y el faro del turismo", algo que cabría en el argumentario básico actual. Aunque la cruda realidad de marzo de 1958 fue, que cinco meses después de la riada, no había llegado ni un duro de la ayuda gubernamental, como así denunciaron públicamente personalidades como el director del diario Las Provincias, Martí Domínguez; el presidente del Ateneo Mercantil, Joaquín Maldonado; y el mismo alcalde de la localidad, el Marqués del Turia. Todos ellos depurados de sus puestos por tamaña osadía.
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