Callejeando: La calle de Rafael Altamira
Los restos mortales del humanista Rafael Altamira acaban de ser repatriados desde México y enterrados en El Campello, su ciudad natal. En València, una pequeña calle del barrio de la Cruz Cubierta recuerda la figura de este gran humanista valenciano
Callejeando: "La calle de Rafael Altamira"
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València
En el barrio de la Cruz Cubierta, encorsetado entre la calle San Vicente y las obras del canal ferroviario de acceso a València, ahora mismo en pleno proceso de construcción, se encuentra un pequeño conjunto de edificios en estado de semiabandono y con el cartel de desahucio colgado en sus fachadas desde que el PAI del Parque Central los catalogara como fuera de ordenación. Este grupo de viviendas populares se empezó a construir a principios del siglo XX para dar cobijo a los trabajadores de la fábrica de material ferroviario Devís-Macosa, y allí se alzaron algunas de las mejores muestras de la arquitectura obrera de estilo ecléctico modernista de la ciudad, obra de reputados arquitectos como Demetrio Ribes o Javier Goerlich.
Los derribos, que empezaron hace una década, fueron frenados un par de años atrás por los propios vecinos, logrando salvar de la piqueta momentáneamente algunos de estos edificios únicos. Pero aun así, el barrio sigue en pleno proceso de degradación, la habitual antesala de su desaparición. Una de las casas primeras casas en ser derribada fue la que hacía esquina entre la calle San Vicente y la calle Altamira, de la cual solo dejaron los muros del bajo para hacer de tapia y evitar la entrada al solar. Milagrosamente, sobre los restos de la fachada que siguen en pie, todavía se conserva la más que centenaria placa rotuladora de la calle Altamira, el callejón perpendicular a San Vicente que acaba en las vías del tren, dedicado desde 1910 al humanista Rafael Altamira, que estos días ha vuelto a ser noticia, ya que sus restos han sido por fin repatriados desde México y enterrados en el cementerio de El Campello, su ciudad natal.
Efectivamente, Rafael Altamira nace en El Campello en 1866 y realiza sus primeros estudios en Alicante. En 1882 se traslada a la Universitat de València, donde se licencia en Derecho y establece una gran amistad con Vicente Blasco Ibáñez, Azorín o Sorolla -que le hace un retrato-, y tiene sus primeros contactos con la Institución Libre de Enseñanza a través de su profesor Eduardo Soler y Pérez. Se doctora en Madrid, donde se inicia en el campo de la enseñanza, de la cual fue un gran renovador y llegó a ser director general de Enseñanza Primaria.
Fue uno de los historiadores más importantes del primer tercio del siglo XX, introductor y principal difusor de la historia de la civilización en la historiografía española. Destacó también como pedagogo, jurista, periodista y escritor, campo en el que cultivo la novela, el ensayo y la crítica literaria. Recibió decenas de reconocimientos y condecoraciones a lo largo de su vida. Fue nombrado miembro de diversas instituciones académicas y doctor honoris causa en ocho universidades de América y Europa, entre ellas de La Sorbona y la de Cambridge. También el Centro de Cultura Valenciana le nombró doctor honorífico en 1918, momento en el cual ejercía el cargo de senador por la Universitat de València.
Gran antibelicista, fue nominado en varias ocasiones al premio Nobel de la Paz, pero como otros tantos otros intelectuales progresistas, después de la Guerra Civil acabó sus días desterrado en México, donde participó en las actividades organizadas por el exilio republicano, entre ellas las de la Casa de València, donde cultivaba su lengua materna, la valenciana, de la cual se sentía muy orgulloso, e incluso llegó a ser fallero de honor de la falla plantada en la ciudad de Texcoco en 1945. En el país azteca murió y fue enterrado en 1951, pero su expreso deseo era el de ser inhumado en su Campello natal, anhelo que se cumplió la pasada semana, casi 75 años después.
Su calle en la ciudad de València, donde Altamira se formó y pasó épocas importantes de su vida, languidece bajo la incesante presión urbanística. La centenaria placa también tiene los días contados, pero aún estamos a tiempo de protegerla. Actúen.
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