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La València olvidada: Los Escolapios (por Paco Pérez Puche)

Hoy nos acercamos hasta la iglesia del colegio de las Escuelas Pías, en la calle de Carniceros

La València Olvidada: Los Escolapios

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València

Antes de hablar de la iglesia del colegio de las Escuelas Pías, en la calle de Carniceros, quiero hablar un momento de la Basílica de la Virgen de los Desamparados. Donde, cuando vayáis, os sugiero que busquéis, en una repisa adosada a la pared, la imagen de un santo que está acompañado de unos niños.

Esa imagen es la de San José de Calasanz, el fundador de las Escuelas Pías. Que fue aragonés, nacido en Peralta de la Sal, en Huesca, pero que pasó en Valencia el curso universitario de 1578-79, en el que estudió Teología. Según sus biógrafos, fue un año clave de su vida, el año en que se decide y consolida su vocación, cuando el muchacho tenía 21 años de edad. Y él mismo dijo que, mientras estuvo en nuestra ciudad, visitó mucho a la Virgen de los Desamparados. Que no estaba aquí mismo, en su Basílica, porque aún no había sido construida.

La imagen de la Virgen estaba en la Catedral. Antes de que se inaugurara el templo, en 1667, la imagen era venerada en uno de los arcos exteriores que hay enfrente de la basílica, junto a la puerta de los Apóstoles. Y allí acudía a rezar, como cientos de fieles más, el joven José de Calasanz, que luego estudió en Alcalá de Henares y más tarde se fue a Roma donde trabajó como preceptor de la importante familia Colonna. Hasta que, a la vista de la realidad de las calles, de la miseria y la pobreza reinante, tomó la decisión de atender y educar a los niños que vivían en la calle, abandonados y al borde de la delincuencia.

Las Escuelas Pías nacieron en Roma, en 1597, para los niños menos favorecidos. Ese fue el difícil trabajo que puso en marcha Calasanz, un religioso que se convenció, contra viento y marea, de que la educación es un derecho fundamental de la persona y de que el dinero, o la nobleza de la cuna familiar, no pueden decidir en esta materia. Ha de haber un mínimo de educación para todos y los pobres deben recibirla. Y para conseguirlo, la orden estableció un modelo peculiar: si las autoridades no dan recursos para mantener una escuela gratuita para los pobres, vamos a establecer un modelo de pago para los que pueden pagar y, con esos recursos, daremos también educación a los que no pueden hacerlo. Ese fue el modelo escolapio que luego utilizaron otras órdenes religiosas: niños de pago y niños pobres. Un modelo diferencial, sin duda criticado tiempo después; un modelo que ha pasado a la historia. Pero que en su momento funcionó y dio un mínimo de instrucción a millones de niños pobres que, por lo menos, aprendieron a leer y escribir.

Los Escolapios llegaron a València en 1737 de la mano de la nobleza y del arzobispo Andrés Mayoral, que mientras tuvo recursos corrió con los gastos. Dos años después empezaron a construir este sólido colegio, que estuvo terminado y abierto en 1747. Aquí se aplicó, hasta bien entrado el siglo XX, el modelo de niños que podían pagar y niños que no podían hacerlo. Y los religiosos, acogidos desde siempre al lema de PIEDAD Y LETRAS, se instalaron en el barrio industrial de la ciudad, en el barrio de Velluters, donde tanto los hombres como las mujeres trabajaban duramente en la industria de la seda. El punto donde había más niños pobres.

València, tenemos que imaginarlo, era una factoría en el siglo XVIII. En la huerta había cientos de familias que criaban gusanos de seda en la andana. El mito de la huerta verde y frondosa de Valencia no es por los naranjos ni por las chufas; lo era desde más antiguo por las moreras. Kilos y kilos de capullos de seda cosechados por los labradores eran escaldados en calderas de agua caliente por cientos de mujeres y niñas adolescentes que hilaban la seda que los hombres tenían que trabajar en los telares. El barrio iba desde las torres de Quart al Hospital y desde la ronda de la muralla hasta el Mercado. Velluters era un barrio potentísimo, el más poblado, en el que funcionaron más de dos mil telares; y aún nos quedan algunos palacios de los propietarios, que eran residencia y taller al mismo tiempo. Pero hasta los diez o doce años, esos niños y niñas, llamados enseguida a trabajar, necesitaban algo de instrucción. Que ofrecían las monjas para las nenas y los Escolapios para los chicos.

En cuanto a su grandiosa iglesia, más que una necesidad de los religiosos se puede decir que fue un deseo de notoriedad del arzobispo Mayoral. Que quiso copiar el modelo de la iglesia de las monjas Bernardas de Alcalá, en Madrid, y terminó construyendo un templo neoclásico de gran calidad, inspirado en el Panteón de Roma. Empezó la obra el maestro José Puchol pero la concluyó Antonio Gilabert, un genio olvidado, el Calatrava de aquella Valencia. Y se puede decir que tenemos templo casi de milagro porque el donante, Andrés Mayoral, murió en 1769, las finanzas se pusieron feas y no se pudo consagrar el templo hasta 1773.

Estamos, eso es lo más relevante, ante una de las cúpulas más grandes de Europa y la mayor de cuantas hay cubiertas por esas tejas azules tan típicas de la arquitectura mediterránea. Tiene un diámetro de 24’5 metros, mil metros cuadrados de superficie, y se levanta sobre tres tambores cilíndricos. Se compone de diez segmentos o gajos y está construida de ladrillos típicos de la tierra, más grandes cuanto más arriba están. Ladrillos que pesan hasta ocho kilos en la parte más alta. Ladrillos trabados por los albañiles valencianos con sistemas tradicionales que el gran Guastavino, triunfador en Estados Unidos, estudió a fondo antes de consagrarse como maestro de la tabiquería.

Detalle de la cúpula de la Iglesia del Colegio Escuelas Pías de València

Detalle de la cúpula de la Iglesia del Colegio Escuelas Pías de València / Cadena SER

Detalle de la cúpula de la Iglesia del Colegio Escuelas Pías de València

Detalle de la cúpula de la Iglesia del Colegio Escuelas Pías de València / Cadena SER

Una iglesia que ha sido restaurada hace poco. La cuestión es que la cúpula, y la fachada, presentaban, desde los años ochenta, unas grietas muy feas que llevaban camino de ser peligrosas. Como pasa en estos monumentos, la grieta da paso a la gotera y la gotera acaba con todo: las pinturas al fresco del maestro Vergara, las esculturas de los apóstoles y lo que hiciera falta. Habían crecido vegetales en las cornisas, las rejas se estaban deteriorando, los pájaros hacían nidos… El camino de los daños estaba abierto hasta que la orden escolapia apeló a las autoridades y, con gran admiración general, consiguieron, en los presupuestos generales del Estado de 2022, los que aún no habían sido prorrogados, las cantidades precisas, unos dos millones, para llevar a cabo la restauración.

Los ministerios de Fomento y Vivienda, y algo la Generalitat, resolvieron el problema entre 2022 y 2024. Fue un verdadero milagro porque más que resolver las grietas el asunto fue cómo llegar hasta ellas. Solo el andamio costó año y medio de estudio. Porque no podía cargar su peso, de 75 toneladas, sobre la cúpula que se iba a mejorar. Costó un dineral, unos 400.000 euros. Pero permitió envolver la gran cúpula y, por así decirlo, meterla en el quirófano. Solo cuando se pudieron tocar las tejas, por fuera y por dentro, el equipo del arquitecto Luis Cortés Meseguer se hizo cargo de lo mal que estaban las cosas y lo complicadas que eran. Porque, por poner solo un ejemplo, se encontraron ocho tipos de tejas diferentes, con tonos de azul distinto, y hubo que encargar a un taller artesano que se hicieran nuevas las que hiciera falta…

Para esta labor se pudo encontrar un taller que aún maneja la técnica de la teja azul y que tiene un par de hornos para cocerlas. Porque estamos hablando de una cúpula con unas 17.000 tejas, de las cuales hubo que poner nuevas un 40 %, exactamente 7.047. Por fortuna, las nuevas tecnologías, los equipos de la Politécnica, han ayudado a resolver los retos de una importante restauración en un templo querido y entrañable.

Aquí estuve estudiando 'apenas' once años. Y aquí me casé, como se puede suponer por la Iglesia, en 1969 antes de Cristo…

Texto: Paco Pérez Puche

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Quique Lencina

Quique Lencina

Filólogo de formación y locutor de profesión, actualmente forma parte del equipo digital de Radio Valencia...

 

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