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"Te encariñas y te despides una y otra vez"

El programa de acogida de urgencia de la Comunidad, para bebés de 0 a 2 años, necesita familias

Juan y María entraron hace tres años y reconocen que es gratificante pero duro por las despedidas

Madrid

En Villaverde Bajo, en un piso de tamaño mediano y acogedor viven María Muñozo y Juan González con sus dos hijos de 7 y 10 años. Desde hace 3 meses, tienen un invitado especial: Se llama Luis y llegó a la familia con sólo 3 días de vida. Está esperando a que su familia tenga la estabilidad que él necesita y en vez de hacerlo en un centro de acogida Juan y María se hacen cargo de él. Recibirá las mismas atenciones y cuidados que en el centro pero con un extra que a edades tan tempranas es muy importante: el calor de un hogar y el cariño de una familia, de una mamá. "Es ese afecto que les das tú, por ser el único bebé que tienes, el que a ellos les viene fenomenal" explica María. "Y ese mismo afecto es el que a ti te llena porque tienes la satisfacción de que el niño se ha ido con el afecto que necesitaba", añade.

La pareja se apuntó hace 3 años y medio al programa de acogida de urgencia de la Comunidad, que es en el que se acoge a bebés de 0 a 2 años cuyas familias tienen problemas generales o puntuales o que sencillamente van a ser dados en adopción. Desde que Juan y María entraron en el programa han pasado por casa ocho bebés. Uno detrás de otro. De hecho, no han tenido más de 15 ó 20 días de descanso entre un niño y otro. "Somos la familia a un carro pegado", bromean.

En el barrio ya les conocen. Según cuentan Juan y María, lo que hacen agrada a sus vecinos pero no hay más familias que se animen a apuntarse al programa. "La gente en principio no se ve capaz, porque el desprenderse luego del bebé les resulta muy difícil", comenta María. Una realidad que entienden desde el Instituto de la Familia y el Menor pero que lamentan porque, según Jesús Rubio, responsable de la unidad tecnica del instituto de la familia y el menor de la comunidad de Madrid, en estos momentos están escasos de familias y necesitarían a más gente que se apunte al programa.

Desprenderse de los niños después de unos meses es difícil y no se trata de una simple percepción de los vecinos de la familia Muñozo González. Rubio reconoce que uno de los criterios para entrar en el programa es tener "una gran capacidad y fortaleza emocional". La que tiene María, que lleva más de tres años dando de comer, bañando y queriendo a cada bebé que llega a casa. Primero fue Jorge, después Sofía, y así hasta llegar a Luis, el octavo. Un pequeño de pelo oscuro que todavía duerme la mayor parte del día y del que tanto ella como su marido saben, por experiencia, que antes o después tendrán que despedirse.

"Te encariñas con todos y te cuesta mucho soltarlos", confiesa Juan con voz quebrada. "Yo siempre lo miro por el lado de <Ojos que no ven, corazón que no siente>", explica María, que prefiere no pensar demasiado cada vez que un pequeño se va. O más bien, prefiere pensar sólo en que el niño va a estar bien, ya sea porque vuelve con su familia o porque le han encontrado una familia adoptiva. "Hacemos borrón, y ya empezamos con el siguiente", resume Muñozo.

La pareja econoce que después ocho experiencias cada vez es más difícil recibir al siguiente. "Ella es la que decide", asegura Juan, consciente de que es María la que está en casa día y noche cuidando de los pequeños. Y es que esa es otra de las exigencias para entrar en el programa: que uno de los dos no trabaje para que se dedique a tiempo completo a cuidar al pequeño. Por eso, la consejería paga a las familias una mensualidad que las obliga a estar disponibles en todo momento.

"Cubrimos lo que el niño puede ocasionar como gastos y un poquito más", explica Rubio, que aclara que "no se trata de un sueldo ni un trabajo". De hecho, María y Juan aseguran que con cada niño que acogen tienen que firmar un contrato en el que queda constancia de que no se trata de una actividad lucrativa. "Es como tiene que ser, porque si no estarían profesionalizando la acogida y perdería el sentido para nosotros", expresa González.

"De momento me veo con fuerzas pero es verdad que a medida que pasa el tiempo, el programa pesa", reconoce María. Y pesa, porque son más de tres años de noches sin dormir, de pañales y biberones, de renunciar a vacaciones, y lo más importante, de encariñarse y despedirse una y otra vez.

 
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