Cuando “el Abuelo” era un chaval
Recuerdos del Labordeta adolescente en el quinto aniversario de su muerte
Zaragoza
Ese hombre que aparece en la fotografía, al que muchos tomaban por serio, era también divertido y socarrón, lo que en Aragón se conoce por un auténtico “somarda”. Le encantaban las tertulias; charlar y bromear con los amigos. Era contenido en sus expresiones de alegría, pero al sonreír le brillaban los ojos como a un adolescente travieso.
Antes de cumplir los 40 ya le apodaban “el Abuelo”, pero él mantuvo siempre latente un espíritu juvenil que evocaba la curiosidad del chaval que recorría los alrededores de la finca familiar en Belchite. Los Labordeta tenían una casa en el paraje de Valdefeches y otra en el Tercón, esta última justo al lado del Pozo de los Chorros, una gran piscina natural en el cauce del río Aguas Vivas situada en un desfiladero bajo grandes paredes de roca, un terreno ideal para las aventuras del pequeño José Antonio, sus hermanos y los amigos del pueblo. Las vacaciones soñadas por cualquier chaval.
Labordeta le contó al escritor belchitano Félix Teira Cubel lo que había disfrutado en su infancia por aquellos parajes, y también las huellas y restos de la Guerra Civil que encontraban por los alrededores. También contaba a los amigos que la primera vez que cantó en público, muchos años antes de convertirse en cantautor, fue con 17 años en el viejo casino de Belchite, cuando la población aún habitaba el pueblo viejo, pues no fue hasta mediados los años cincuenta cuando se inauguró el pueblo nuevo y el anterior quedó definitivamente abandonado.
Contaba Labordeta que aquel día cantó la balada de “Solo ante el peligro”, la película de Gary Cooper que arrasaba en los cines del momento. Lo cierto es que aquella canción en inglés no debió de convencer mucho a una parroquia más acostumbrada al folklore, porque cuando dejó el escenario, un hombre mayor se acercó al joven Labordeta y le dijo: “Chaval, no cantes más esas cosas, que eso es de maricones”. Cincuenta años y muchos discos después, al “Abuelo” aún le brillaban los ojos, divertido y socarrón, cada vez que recordaba esa anécdota.