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PÁGINAS DE MI DESVÁN

El hundimiento de la torre de la catedral (la culpa fue de las campanas)

La torre del Giraldo se hundió un 13 de abril de 1902. El 27 de ese mismo mes vino a Cuenca el ministro Canalejas y en el Congreso de los Diputados se discutía sobre la responsabilidad. Los diputados escurrían el bulto y le echaban la culpa al repique de campanas

Escombros en la base de la torre hundida de la catedral de Cuenca. / Cadena SER

Este martes, en “Páginas de mi desván”, José Vicente Ávila rescata aquellos angustiosos días de abril de 1902 que vivió la ciudad de Cuenca, entre la intensa pena de la pérdida de la vida de cuatro jóvenes y del propio hundimiento de la torre de la catedral. Esto ocurrió el día 13 de abril. El 27 de ese mismo mes, catorce días después del terrible hundimiento, se personó en Cuenca, para ver “in situ” los trabajos de desescombro, el entonces ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Fomento, José Canalejas, que luego sería presidente del Gobierno, asesinado en Madrid el 23 de noviembre de 1912.

Páginas de mi desván. El hundimiento de la torre de la catedral

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La culpa fue de las campanas

Mientras los voluntarios y los zapadores desplazados trabajaban para desescombrar y salvar vidas, en el Congreso de los Diputados se ponía en tela de juicio el suceso que se podía haber evitado de haberle puesto remedio a tiempo.

En una sesión al día siguiente de la catástrofe, el diputado por Huete, Luis José Sartorius, conde de San Luis, en ausencia del diputado de Cuenca, señor Ortega, acusaba al Gobierno de no haber puesto antes los medios, pues existía un informe del Obispado conquense avisando del peligro de hundimiento, catorce años antes. Contestó el ministro de Gracia y Justicia, Juan Montilla y Adán: “Tengo el sentimiento de manifestar al Congreso que el señor Conde de San Luis tiene razón. Realmente, señores diputados, la cantidad que se destina en los presupuestos ordinarios para la reparación de templos es tan exigua, que puede afirmarse que se producen estas catástrofes por falta de recursos. El Obispo y el Cabildo de Cuenca, con el celo que verdaderamente les honra, instruyeron un expediente en 1888 haciendo constar que aquella Catedral amenazaba ruina, y formando el presupuesto de las obras necesarias, cuyo coste creo que ascendía a unas 100.000 pesetas, no se ha podido conceder por la imposibilidad absoluta de disponer de ella, dada la necesidad de atender con la exigua consignación presupuestaria a la reparación de un sinnúmero de templos. Afirmaba el ministro que para el año 1902 no tenía disponible más que 7.039 pesetas y 48 céntimos. ¿Qué hacemos con esa exigua cantidad? No obstante el Gobierno procurará atajar el daño con cuantos medios esté a su alcance.

Ante esas afirmaciones del ministro Montilla, el diputado óptense agradecía las palabras del ministro de Gracia y Justicia y, tras pedir que se consignase una cantidad para iniciar las obras de desescombro y reconstrucción de la Torre de la Catedral, el diputado de Huete solicitó entonces al ministro de la Gobernación, señor Moret, que se allegasen recursos para los familiares de las víctimas y ayudar al Ayuntamiento de Cuenca, porque “según se me ha comunicado tenía en caja la cantidad de 14 a 15 pesetas”. Concluía su intervención el conde de San Luis, recogidas en La Gaceta de Madrid, con alguna punzadita, a pesar de que comenzó diciendo “que siendo hoy día únicamente de elevar una oración por las víctimas, me abstengo de hablar de responsabilidades; pero, en realidad, habiendo un expediente desde el año 1888 en que se denunciaba el estado ruinoso de aquella iglesia, parecía indicado, por lo menos, que con motivo de las fiestas de Semana Santa, o de otras en que suele haber una gran concurrencia en la iglesia, ha debido cerrarse al culto para evitar una catástrofe que hubiera podido ser de muchísima más entidad que la ocurrida”.

Al ministro de Gracia y Justicia, señor Montilla, no debió hacerle mucha gracia esas palabras del diputado de Huete sobre la falta de medidas, teniendo noticia del expediente del Obispado de Cuenca de catorce años atrás. En la respuesta del ministro intuimos que echa la culpa del hundimiento a quienes permitían que tocasen las campanas. Se le notaba cierta alteración en sus palabras: “Tiene razón su señoría al decir que no es día de exigir responsabilidades que corresponderían a todos por el exiguo presupuesto que tenemos. Habilitaremos un crédito de 300.000 pesetas, no sólo para reparar los daños de la catedral de Cuenca, sino de otras iglesias con expediente de ruina. Y aquí viene lo bueno del ministro Montilla y Adán: “Sin que sea dirigir recriminación de ninguna clase a las personas dignísimas que rigen las Catedrales, debo decir a su señoría y al Congreso que sería muy conveniente que cuando las iglesias están denunciadas por su estado ruinoso o por necesitar obras de reparación, no se voltearán las campanas, pues es muy probable que el hecho tristísimo que lamentamos haya podido ocurrir porque se haya ido minando, poco a poco, la resistencia de la torre por voltear las campanas de gran peso, como todas las que existen en las Catedrales. Y aclaraba el ministro su palabra con datos técnicos: “Esto lo digo, porque según opinión de un señor arquitecto con quien he hablado esta mañana, el volteo de las campanas produce en las torres una trepidación permanente, que puede dar motivo a catástrofes como la que lamentamos. Sería por tanto, de desear, que en aquellas iglesias en que las torres no tienen la solidez necesaria no se voltearan las campanas para evitar estos sucesos”.

 
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