Los ciegos de la calle Museo

Valencia

No tengo por costumbre, en este blog de toponimia, urbanismo y cultura popular valenciana, abordar la historia urbana de calles y barrios del centro histórico de la ciudad de Valencia. No porque no me parezca interesante o necesario, que sin duda lo es, sino, sobre todo porque es la zona que más ríos de tinta ha hecho correr de todas y cuantas componen el espacio urbano del Cap i Casal. Sus pasajes y anécdotas ya han sido muy trilladas en multitud de libros, guías y anecdotarios, empezando por los más grandes de la toponímia valentina, como Orellana, Boix, Llombart, Carboneres, Lamarca... pasando por los estudiosos más contemporáneos como Corbín y finalizando con la cantidad de blogs y páginas web que actualmente se centran en esta parte de la ciudad. En la periferia y su evolución urbana encontré, sin embargo, un campo abonado pero casi intacto.

Pero hoy haremos una excepción, y aprovechando que es el Día Internacional de los Museos, nos adentraremos en el barrio del Carmen para descubrir los entresijos que esconde una de sus principales vías, la que continuando la calle de Roters nos lleva hasta el Portal Nou y antiguamente hasta la Mancebía y que en la actualidad está rotulada, precisamente, con el nombre de Museo.

 LA PORTERÍA DEL CARMEN, SANTA TERESA Y EL MUSEO

Aunque de trazado antiguo, la calle hoy conocida como Museo ostenta su nombre tan solo desde 1873, cuando el erudito romántico y a la sazón cronista de la ciudad, Vicente Boix, propuso un cambio en ciertas calles de la ciudad cuyos nombres eran considerados vulgares o poco apropiados. Entre ellos el de la calle de la portería del Carmen por el de calle del Museo.

El topónimo portería del Carmen hacía referencia, como no podría ser de otra manera, a la puerta de entrada principal al antiguo convento del Carmen, el mismo por el cual ahora se accede al nuevo centro museístico que alberga las dependencias de dicho exconvento. Las entradas o porterías de algunos conventos fueron topónimos de primer orden en la Valencia del siglo XVIII, ya que en esa época encontramos calles como portería de San Agustín, portería de San Cristóbal, portería de la Compañía y portería de las Monjas de Santa Tecla.

Anterior a este topónimo, la calle también fue conocida con el nombre de calle del Carmen, homónima a la plaza adyacente y en clara alusión al convento de Carmelitas Calzados. Y, en menor medida y tiempo, también se hace referencia a ella como calle de Santa Teresa, debido al retablo de azulejos de Manises del siglo XVIII que se encuentra en una hornacina adosada al muro del centro y en el que está representada Santa Teresa de Jesús.

El cambio de nombre que propuso Boix a finales del siglo XIX viene justificado por el hecho de que en 1836, y a raíz de la desamortización de Mendizabal, el convento del Carmen se convirtiera en Museo Provincial de Pintura. Después de la Guerra Civil, el Museo de Bellas Artes, junto a la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, pasó a su ubicación actual en San Pío V. En la actualidad, el Museo del Carmen es un centro dependiente del Consorcio de Museos de la Generalitat Valenciana y por lo tanto, el nombre de la calle que lo jalona, la calle del Museu, sigue estando vigente.

 LA COFRADÍA DE LOS CIEGOS

Otro de los nombres que recibió esta calle del Museo, y que quedó grabado en los anales de la historia al ser el topónimo que el padre Tosca inmortalizó en su famoso plano, es el de calle de la Cofradía de los Ciegos. Esta cofradía, que parece ser tuvo su sede en esta calle desde el siglo XIV, estuvo muy vinculada al barrio, primero a la desaparecida iglesia de la Santa Cruz y posteriormente a la del Carmen, donde se trasladó la primera al ser derribada en 1844.

Tal y como nos recuerdan Solaz y Corbín, antiguamente en Valencia los invidentes se dedicaban a recitar plegarias y narrar gestas en cualquier rincón de la ciudad. Era una estampa típica ver a los ciegos guiados por niños o perros recorriendo la ciudad. Algunos de ellos, guitarra en mano, se situaba en los lugares más concurridos, como las plazas de la Seu o del Mercado, recitando romances y tragedias en su lengua materna valenciana, que luego vendían en pliegos de cordel, un género literario popular donde se recogían dichos coloquios e historias y que en el siglo XVIII y XIX les suponía una gran fuente de ingresos.

También eran solicitados en muchas iglesias y pueblos de los alrededores de la ciudad para cantar misa y rezar oraciones, ya que debido a su gran oído y su destreza para tañer instrumentos, realizaban estos oficios con gran magnificencia y solemnidad. Por este hecho, los ciegos que se ganaban la vida cantando y orando eran conocidos como Ciegos Oracioneros o Paternosters.

No era fácil la vida de los invidentes en aquella época, donde incluso no era raro ver por las calles a ciegos accidentados o cargando con desvalidos, donde el primero ponía las piernas y el segundo, la vista. La cofradía de los Ciegos fue en esos tiempos, “…un verdadero Padre y Madre de los pobres (hombres, y mujeres) que se hallan privados de un sentido tan principal como es la vista (sic).” (Orellana, 1924). Y tan conocida era por su labor que, primero el pueblo y luego el padre Tosca, nos legaron para siempre el nombre de la calle de la Cofradía de los Ciegos o simplemente, calle de los ciegos, para la historia de la cartografía y la toponimia de nuestra ciudad.

 REFERENCIAS

Orellana, Marcos Antonio (1924): Valencia antigua y moderna. Acción Bibliográfica Valenciana, Valencia.