Niño de Elche, o el triunfo del dadaísmo, en La Mar de Músicas
Balleké Sissoko y Vincent Segal llenaron de magia el Parque de Artillería

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Cartagena
La tercera jornada del festival La Mar de Músicas de Cartagena deparó disparidad de propuestas musicales, a cual más atractiva.
El cantaor Niño de Elche pisaba las tablas del auditorio El Batel con un concierto atípico. Él mismo se encargó de calificarlo: no se siente a gusto cuando le dicen que es transgresor ni vanguardista, ni comprometido ni concienciado. Lo suyo, dice, es dadaísmo y crítica. Y así fue. Con un recinto abarrotado hizo alarde de una extraordinaria voz flamenca, poderosa, siempre afinada, llegando a registros que solo los grandes del género alcanzan. Sin embargo, es mucho más que un cantaor flamenco al uso.


Sus canciones, incluidas en su único álbum “Voces del extremo”, atesoran variadas influencias y ambientes: desde la lisergia del rock progresivo con raíces andaluzas, al estilo de los primeros álbumes de Triana, a la canción de autor, la música electrónica o a múltiples experimentos onomatopéyicos. Todo ello arropado por una sólida banda donde brilla con especial luz el guitarrista Raúl Cantizano. Y en sus letras, crítica social sobre todo tipo de temas, de forma explícita, con referencias al orden establecido y a la sexualidad, con crudeza y sin complejos.
Niño de Elche volvía a Cartagena en su “nueva vida” musical, muy lejana a la de sus inicios, más ortodoxos, aunque recordó que fue aquí donde acuñó su nombre artístico, ya que asistía regularmente a festivales y concursos flamencos de la zona, desde niño, y al inscribirse en uno de ellos había un veterano cantaor gitano con el mismo nombre y apellidos, así que para evitar la coincidencia le bautizaron como “Niño de Elche”.
Una noche memorable con un artista genial, imposible de encasillar.
Magia y silencio en el Parque de Artillería


La otra propuesta musical de la noche fue el único concierto en España del tándem formado por dos artistas muy distintos, pero que se complementan a la perfección: el maliense Ballaké Sissoko y el francés Vincent Segal. El primero tocando la kora, un arpa tradicional africana, y el segundo el chelo, perfectamente conjuntados como si fueran uno.
La compenetración de estos músicos es admirable, pero se explica en que llevan años girando juntos por el mundo, y de hecho ya habían visitado el festival cartagenero en 2010. En esta ocasión, su concierto se puede calificar de pura magia: por el entorno, el patio del Parque de Artillería, envueltos en el silencio de la noche (como un oasis en el centro de la ciudad), rodeados de palmeras, con relajantes proyecciones en las paredes del recinto, y senderos de velas en el suelo.
Y en el escenario dos artistas que tocaban como si fueran solo uno, que se entendían solo con mirarse, y que envolvieron el ambiente con notas relajantes, como si de una sesión de meditación se tratara. Una delicia, que disfrutó un público entusiasmado con lo que, más que un concierto, se podría calificar de experiencia para los sentidos.




