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Antonio Coronil

‘Morralla’

Una reflexión sobre lo sucedido en el "caso Gabriel"

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Algeciras

Hoy hace más de dos mil años de la pasión y muerte de un hombre singular. Hoy hace más de un mes de la pasión y muerte de un niño único, como son todos los niños. Su madre nos lo recuerda en una carta a todos.

Y desde hace un mes, otras niñas y niños también han sufrido el brutal final de sus vidas, la más injustificada muerte, por parte de quiénes debían de quererlos, de quiénes debían de protegerlos. De quiénes, en fin, entienden la pasión de manera desordenada, llevada hasta el extremo de la locura.

De entre todo el río de imágenes, memes, chascarrillos, series y noticias (que ya casi no se distingue qué es cada cosa) que recorren nuestras pantallas y pantallitas, saltó el sobresalto de un niño desaparecido. Pero este caso, más frecuente de lo que deseásemos, tomó rápidamente dimensiones extraordinarias.

Quizás la alegre e inocente sonrisa de Gabriel, en la primera foto ofrecida. Quizás la sencillez desgarradora y sensata de su madre, pidiendo que le ayudásemos. Quizás el apodo simbólico y cariñoso de “pescaito” que inundó nuestro desbordado invierno. Lo cierto es que el caso no fue un caso como otros muchos. La pasión de la madre contagió a todo el mundo. Y todos adoptamos a Gabriel y todos deseábamos que se resolviese con bien aquella búsqueda.

Y fue la pasión, entusiasta y sincera de muchos voluntarios y de las fuerzas de seguridad que no escamotearon ni medios ni lágrimas, la pasión, contenida y esperanzada de toda una sociedad que se resistía a no encontrar al inocente Gabriel perdido inexplicablemente, la que mantenía nuestra esperanza.

El final ya lo conocen. El peor de los finales se produjo por otra pasión, esta vez maligna, desequilibrada, enfermiza de una mujer que vio un rival de ocho años, en su amor desaforado e interesado por un hombre.

Una vez resuelto el caso de la pasión (en los dos sentidos) y muerte de Gabriel, vino lo peor, si es que pudiera haber algo peor que el quebranto de tan inocente vida.

Y entonces asomaron otras pasiones, las peores mezquindades de los humanos menos humanos, cuando todavía teníamos el alma estremecida.

Primero quizás, por la cercanía de las fechas de celebración de la feminidad, hubo intercambio de soflamas sobre si las mujeres son o no asesinas. Que si el tratamiento por parte de los medios, por su condición de mujer fue el adecuado.

Segundo, los medios de comunicación, que en su necesidad de rellenar los espacios, las pantallas y el aire, revolvían todos los detalles, buscaban obtusos ángulos, que no quisiéramos saber.

Luego, por la condición de emigrante y morena de piel (que no negra) de la asesina, se desplegó de manera más o menos soterrada, el argumentario sobre la emigración y la xenofobia, que es la forma de decir finamente racismo.

Y por último, siempre al filo de la oportunidad, los políticos. Ellos, que estaban en no sé qué trámite parlamentario de corregir la prisión permanente revisable, aprovecharon para dar el más abochornante espectáculo, una vez más, de utilizar a las familias y su dolor, para su causa común y en contra del adversario.

Entonces, que ya hace un mes y ahora, mientras un inocente y blanco pececito nada en otro mar, en este contaminado mar de la vida, todos somos, de una manera u otra, morralla.

 
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