Fernando Casado, el ingeniero militar de Cuenca que enamoró a Catalina la Grande
Fue uno de los artífices de la innovación industrial del siglo XIX y en su pueblo, Zafra de Záncara, aún le recuerdan como el Rusiano
Cuenca
Esta semana, José Vicente Ávila rescata para el espacio Páginas de mi Desván que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, al marino conquense Fernando Casado de Torres e Irala, que fue jefe de escuadra y comandante general del Cuerpo de Ingenieros de la Real Armada Española. Natural de Zafra de Záncara, impulsó el industrialismo y ejerció su profesión tanto en España como en otras ciudades europeas, con especial relevancia en Rusia, donde según contaban los cronistas fue “el capricho español” de Catalina la Grande. Un personaje que sigue vivo en el recuerdo, pues en la localidad cántabra de La Cavada cada año se recrea en agosto el nombramiento del brigadier Casado de Torres, con una gran fiesta que ya es de interés turístico regional.
Fernando Casado, el ingeniero militar de Cuenca que enamoró a Catalina la Grande
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Este ingeniero militar español, que también fue diputado por Cuenca en las Cortes de Cádiz, nació en Zafa de Záncara el 30 de mayo de 1757, como se recoge en las “Noticias Conquenses” de Torres Mena y en el libro Diputados por la provincia de Cuenca en las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz, de Manuel de Parada y Luca de Tena, citando a Fernando Casado como diputado sin asiento, “nacido en Zafra, hoy de Záncara, el 30 de mayo de 1757, hijo de don Pablo Casado y de doña Rosa de Torres. Sin tratamiento de don en las respectivas partidas sacramentales de defunción que he tenido a mano”. En otras fuentes como el Almanaque Conquense y El Consultor Conquense de 1894, se cita como fecha de nacimiento la del 31 de mayo de 1757 y en Historia Naval de España se dice que vino al mundo el 30 o 31 de mayo, sin mayor discusión y todos contentos.
¿Cómo transcurría la vida del joven Fernando en Zafra de Záncara?, cuna por cierto de otros curiosos personajes que en este programa hemos tratado como el Moro Zafra el Sansón zafreño, entre otros
Independientemente de si nació el 30 o 31 de mayo, sí se puede recordar que tan importante personaje de la vida española, como lo fue Fernando Casado, que compartió con Jovellanos el protagonismo de ser pioneros de la evolución industrial, y de amplia biografía ingeniero-militar, nació en Zafra, a 30 kilómetros de Belmonte, en tierras bañadas por el río Záncara al que se debe su nombre toponímico, amén de otras leyendas. No cabe duda de que Zafra de Záncara tuvo un pasado de esplendor y brillo, pues tras la conquista de Cuenca por Alfonso VIII, el rey cristiano tomó las fortalezas de Zafra, Alarcón y Moya para dominar los enclaves más cercanos de las fronteras musulmanas, siendo Pedro Manrique quien se ocupó de tomar la fortaleza de Zafra. Según Torres Mena, los antepasados de Fernando Casado procedían de la Montaña y se establecieron en Zafra en el ramo de Montes, apuntando que el zafreño Casado de Torres ya apuntaba cualidades de niño y de ello se apercibió el cura y maestro de Zafra, Collado Díaz, que lo mandó con un pariente fraile a Murcia para la debida instrucción escolar y de bachiller.
Realizados sus estudios en Murcia, ¿cómo surge esa afición por la ingeniería militar naval del joven zafrense?
Con una excelente preparación, y habiendo conocido también el puerto de Cartagena, regresó Fernando Casado a Zafra de Záncara, con los conocimientos precisos para iniciar una vida que le llevaría por la ingeniería militar, con un primer destino en Nápoles, donde residía Mateo Carrascosa, también originario de Zafra de Záncara, que fue general-virrey de Nápoles. Su paisano Carrascosa colocó a Fernando Casado en el Colegio Militar de Artillería de Nápoles y tales fueron sus conocimientos y aprendizajes que fue uno de los oficiales solicitados por Catalina de Rusia para sostener la guerra contra los turcos. Cuenta la historia, entre leyenda y verdad, que “en Rusia sus éxitos guerreros fueron oscurecidos por sus victorias amorosas, en las cuales parece que jugó un papel principal la misma emperatriz”.
Cumplida su misión, entre cañonazos… y abrazos amorosos, Fernando Casado (sin casar) regresó a España donde le aguardaba una ardua tarea más de ingeniería que militar. El rey Carlos III le había concedido una pensión de 12.000 reales anuales en 1874 por sus trabajos en apoyo del secretario del Consejo de Indias, viajando por el Reino Unido, Alemania, Francia, Holanda, Dinamarca y Suecia, adquiriendo con ello una gran información sobre las técnicas hidráulicas, como bien se recoge en Historia Naval de España, que se extendió a numerosos lugares, en esos años convulsos del siglo XIX.
Ese regreso, con la experiencia adquirida, debió servirle para su ingreso en la Armada Española al hilo de su biografía.
Efectivamente, Fernando Casado Torres ingresó en la Armada en 1789 y llegó a jefe de escuadra en 1815, si bien entre medias, en 1896, fue nombrado brigadier de La Cavada, en Cantabria, y director de la Real Fábrica de Artillería por el rey Carlos IV. Creada la Compañía de las Reales Minas de Langreo, con el propósito de explotación para las necesidades de la Marina de los yacimientos de la cuenca del Nalón, se presentaron dos proyectos: el de Jovellanos y el de Casado, y aunque ambos se llevarían a la práctica, la Junta de Estado se inclinó por el presentado por el conquense para hacer navegable para barcazas de transportes, conocidas como “chalanas”, el río Nalón hasta San Esteban de Pravia. Se cuenta que fue tozudo el empeño del marino de Zafra en convencer a las autoridades militares “para montar en el río Nalón un horno de coque con todos los adelantos, descubriendo además 82 yacimientos de los que 25 puso en explotación”. Fue el primer alto horno de España. El invento duró menos tiempo del esperado porque al final se impuso el dominio de quien manda: el río.
Estábamos precisamente en esa evolución industrial del siglo XIX en la que el zafreño era uno de sus artífices.
El profesor Germán Ojeda, en su trabajo “La industrialización y el desarrollo económico de España” destacaba que “La evolución industrial ilustrada tiene en España un motor: el carbón de piedra; dos protagonistas, Jovellanos y Casado de Torres y tres realizaciones: los hornos de coquizar en Langreo, la canalización del río Nalón para transportar los carbones y la Fábrica de Trubia para elaborar “municiones gruesas” con hierro obtenido en hornos “al cok”; realizaciones que promovidas en la década de 1790 por un Estado “benefactor”, debían servir a la prosperidad del Reino y a la conservación de la Monarquía”. Se trataba, en esencia de fabricar cañones de hierro batido, según proyecto de Arriola, y al efecto Casado fue enviado a Cádiz por Orden Real para verificar el funcionamiento del Martillo realizado por el ingeniero Juan Smith, además de poder dar el visto bueno a la primera playa artificial de Cádiz.
Este ingeniero militar llegó ser incluso diputado por Cuenca en las primeras Cortes.
Fernando Casado, que también sufrió algunas enfermedades, se vino a pasar un tiempo a su Zafra natal y a la ciudad de Cuenca. En 1812, efectivamente, la provincia de Cuenca le eligió Diputado para las Cortes de Cádiz, cargo al que no pudo acceder por ser “prisionero de honor” de los franceses, aunque con mucha habilidad supo llegar a tierras gaditanas, evitando a los invasores. Pero como bien recoge Torres Mena en “Noticias Conquenses”, “su elección como diputado prueba la grande estimación que de él se hacía en la Provincia, como demuestran otros muchos datos la predilección que mostró constantemente por su país natal” y en cuanto podía se acercaba a Zafra para descansar. En su pueblo construyó una gran casa y una casa-posada, conocida como “palacio del Rusiano” y un molino aceitero junto al Záncara. Contaba también en Madrid con una gran colección de pintura. Por cierto, Paco, olvidados los amores con Catalina de Rusia se casó en Cádiz en 1796, con la hija del tesorero Martínez. Una de sus hijas emparentó con otro pariente del taranconero Fernando María Muñoz, Duque de Riánsares (otro amor de reina), siendo sus nietos hijos del Conde de Retamoso.
Sobre los amores de Fernando Casado y Catalina la Grande, como secretos de alcoba, encontré no hace mucho tiempo un curioso artículo del escritor de Colindres, afincado en Barcelona, Luys Santa Marina, publicado en el diario “Solidaridad Nacional” barcelonés en 1948, y reproducido por el periódico “Ofensiva” de Cuenca, titulado “Un capricho español de Catalina la Grande”; en la entradilla se explica el porqué de su reproducción citando que la firma y el tema lo justifican y abro comillas “para reexpedir a la Mancha conquense la semblanza de un celtíbero que hizo el amor y la guerra por tierras de Crimea”. Comienza así:
“Entre la ronda de galanes de Catalina la Grande, entre aquel plantel de buenos mozos: (cita sus hazañas y los nombres de Soltikof, Orlof, Potemkin, Poniatowski, Subuf, Visilichicof, Korsakof, Lanskoi, Zavaroski, Sorie), todos oficiales y caballeros, hubo un español, un hidalgo de la Mancha Alta: Don Fernando Casado de Torres.
Familia de abolengo, pero sin metales, arraigada en Zafra, lugar de pan y vides y unos liños de olivos, no lejos de Belmonte, pasó a Nápoles, al arrimo de parientes y fiado en su buena ventura. Gente de armas –alguno dejó sus huesos en las guerras itálicas de Felipe el “Animoso”— llevaronle al Colegio Militar de Artillería.
Pronto descolló y salió oficial, y fue uno de los enviados desde Nápoles por el rey Fernando cuando la emperatriz Catalina le pidió artilleros para su lucha contra los turcos. A los 26 años –1738—partió para Moscovia.
Valiente y entendido, pronto distinguiose en la guerra que dio Crimea a Rusia. Ganó tierras y ganó el corazón de la Zarina. Le doblaba en edad, ya no era la fina casi niña princesa de límpidos ojos claros que fue a casarse a la ciudad del Neva desde las marcas prusianas, sino una majestuosa dama de claro gesto y hermosa boca roja.
Ante el respetuoso y ahidalgado español, en aquellas serenas tardes otoñales y marciales de Crimea, con un leve y picante olor a pólvora, recordó placeres pasados y sintió reverdecer una vez más su corazón, y agrególe a su séquito, cada día más cerca. En las gélidas tardes de San Petesburgo, le decía al verle callado, con nostalgia quizá de sol, ante los vasos de “té de caravanas”, venido a lentas jornadas desde China:
Aquí no tenemos un verano y un invierno, sino un invierno blanco y un invierno verde… Pero tienes las noches blancas… ¡Y me tienes a mí¡…
El español inició una reverencia, y Catalina le estrechó entre sus brazos.
¿Cuánto tiempo duraron sus amores? ¿Un año, dos…?
En 1788 vuelve a España y le destinan al arsenal de La Carraca, ingresa en la Armada y pronto llega a brigadier y a jefe de escuadra. A la muerte de la Emperatriz –noviembre del 96— se casa casi cuarentón con una señorita de Cádiz.
Le encargan comisiones y embajadas en países extranjeros. Es amigo de Jovellanos y emprende y realiza diversas obras de utilidad pública. Pero entre vuelta y muerte mediaron largos años. Le llamaban todos “El Rusiano”, contaban y no acababan de su aventura imperial, de las liberalidades de la Zarina. No era extraño; generosa de todo, derramó sobre sus favoritos, riquezas, joyas, palacios, siervos…
Don Fernando callaba a fuer de caballero: cubría su fuego con sus cenizas, pero en sus soledades, cuando le dejaba en paz la piquilarga de su mujer, recordaba llanuras inmaculadas, con orla de sombríos abetos; troikas con los raudos caballos, el “come nieve” en medio y “los furiosos” a los lados, lanzaban como un torbellino: cúpulas de oro, tejados verdes, enormes estrellas en cielos de cristal helado… y aquellos ojos francos, y aquella hermosa boca.
Y el “Rusiano” decía sin decir, como cantando para sus adentros:
-“Catalina la Grande”, “La Semiramis del Norte… , concluía el cántabro escritor de Colindres, desde su Barcelona de adopción.
Fernando Casado falleció en Murcia el 25 de febrero de 1829, ciudad en la que había ido a vivir para curar sus achaques, y donde comenzó sus estudios. Todo un personaje de Zafra de Záncara y de Cuenca.
La Cavada
El brigadier “sigue vivo” en la memoria de La Cavada, el pueblo cántabro que recuerda en agosto su entrada en el año 1896. Es una recreación que se hace todos los años el último sábado de agosto para conmemorar la toma de posesión del brigadier Fernando Casado de Torres. En la prensa cántabra del pasado año, por ejemplo, podemos leer que un centenar de personas asistió a la recreación del nombramiento del militar conquense que en el año 1796 fue puesto al mando de la Real Fábrica de Artillería, tras recibir el nombramiento por parte del rey Carlos IV. El pueblo se vuelca en la celebración y de manera especial el Ayuntamiento y el Museo que apoya la Asociación de Amigos de La Real Fábrica de La Cavada.
Una fiesta colorista y reivindicativa de la historia de esta localidad. cántabra. Los figurantes van ataviados con trajes del siglo XVIII y con uniforme militar, similar al del Retrato del Museo Naval, y subido en una calesa tirada por cuatro caballos llega el brigadier al Arco de Carlos III, donde vecinos y visitantes esperan impacientes el comienzo de la recreación histórica, en la que participan, entre otros, una treintena de músicos de la Agrupación de Tamborradas de San Sebastián, la Agrupación de Gaiteros de Solares y la Tamborrada Infantil de La Cavada. Tras el paso de revista de las tropas y los discursos de las autoridades, se produce el momento más esperado como es el de la recreación con el lanzamiento de la salva de honor que se lleva a cabo con un cañón de 48 libras fundido en la propia fábrica: La Cavada saca todos los años sus cañones para rendir homenaje a su militar más afamado, como lo es el zafreño Fernando Casado Torres de Yrala. Una fiesta además que desde el año pasado es de Interés Turístico Regional.