La vergüenza (y los desvergonzados)
Firma de opinión. Sebastián de la Obra. La vergüenza (y los desvergonzados)
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Córdoba
Este país lleva demasiado tiempo trastocando el significado de las palabras y las cosas: la admiración se transforma en envidia, la compasión en venganza y el conocimiento en sospecha. Vamos dejando un enorme agujero negro donde crece el rencor, el resentimiento y (a veces) el remordimiento.
Ver (y disfrutar) de una vida rota nos sube la autoestima. Todo es un enorme plató de “Sálvame”. Si esa vida es la de un personaje público, el disfrute es doble. Miramos por el ojo de una cerradura y pensamos: ¡Están mucho peor que nosotros! Observar las “desgracias” ajenas es un poderoso antidepresivo para nuestra sociedad (enferma).
Un ministro se sube al carro del ruido y se le ocurre acusar a un juez de tener un “problema singular”. Añade que “todo el mundo” conoce ese problema. Es una vieja y pícara tradición que se resume en “lanzar la piedra y esconder la mano”. Objetivo logrado, distracción masiva. No se habla del fondo y se desvía la atención sobre un “problema” del juez, que nadie conoce pero que se transforma en la comidilla de todos y de todo. Sabe el ministro que a la gente no le importa la verdad, la gente quiere espectáculo… Que una parte de la clase política carezca de una pizca de vergüenza no debe convertirnos al resto en desvergonzados.
Ya no hablamos del verdadero alcance y significado de la “intimidación”, ahora hablamos del “problema singular” de un juez. Nos llevan y nos traen como les da la gana.