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¡Petróleo en Cuenca! La gran expectación que vivió la ciudad hace 90 años

En 1928 se descubrió un yacimiento petrolífero bajo el casco antiguo. Pero, ¿qué fue de aquella historia? ¿Por qué Cuenca no es una ciudad petrolera en la actualidad?

Detalle de la noticia sobre Cuenca y el petróleo en la revista Estampa. / Biblioteca Nacional

Cuenca

El 9 de mayo de 1928 la ciudad de Cuenca se despertó con la noticia de que se había encontrado un yacimiento de petróleo en el túnel que se construía bajo la puerta de San Juan, para desviar las aguas del Huécar al Júcar. Un hallazgo que mantuvo en vilo a los conquenses, entre incrédulos e ilusionados, durante siete años, en períodos alternos, desde 1928 hasta 1935, tiempo en el que tanto la prensa de Cuenca, como la de Madrid, se hacían eco de esas noticias.

José Vicente Ávila recupera aquella historia para el espacio Páginas de mi desván que emitimos los martes en el programa Hoy por Hoy Cuenca, incluyendo el reportaje de la revista gráfica Estampa, de 1933, que, en cuatro páginas, dedicaba un amplio espacio a aquel acontecimiento con profusión de fotografías.

¡Petróleo en Cuenca! La gran expectación que vivió la ciudad hace 90 años

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Todo comenzó con las obras de la desviación del río Huécar iniciadas en mayo de 1927, y como bien relata Antonio Rodríguez en su blog Cuenca en el recuerdo, “hubo en la ciudad de Cuenca unos años –posteriormente repetidos en la provincia-, que las expectativas de encontrar el oro negro, fue algo permanente y unido a los ríos Júcar y Huécar, que estuvieron envueltos en una constante rebujiña de esperanza colectiva capaz de librar a Cuenca, si fuera realidad, del estado letárgico que llevaba sumida desde siglos, acariciando y columbrando un futuro mejor para la población conquense”, con la aparición del petróleo. Como suele suceder por estos lares, el proyecto de desviación del Huécar fue redactado en 1897 por el ingeniero Julián López Redondo, y aprobado por el Ayuntamiento un año después, pero habían de pasar treinta años para el inicio de las obras, adjudicadas al contratista Agapito de Castro, por un plazo de ocho meses.

Reportaje en la revista Estampa (portada).

Reportaje en la revista Estampa (portada). / Biblioteca Nacional

Se trataba por tanto de desviar el río Huécar por debajo de la ciudad alta, lo que supondría un arduo trabajo sin contar con la maquinaria perforadora adecuada. En aquellos años del primer cuarto del siglo XX este tipo de obras se solucionaban con barrenos. Se realizó un túnel de más de 300 metros con inicio frente a la Cueva de Orozco o “Cueva del Tío Serafín” hasta la puerta de San Juan, pasando por debajo de la Casa del Corregidor, que era sede del Juzgado y Cárcel, y será en el futuro Archivo Municipal y sede del Consorcio Ciudad de Cuenca.

Pasado un año del inicio de las obras, la voladura de un barreno hizo concebir las esperanzas de que saliese “esa mezcla de compuestos orgánicos insolubles en el agua”, como bien citaba Antonio Rodríguez, y se escuchase la voz de ¡petróleo, petróleo!, ¡hemos encontrado petróleo!

Ello ocurrió el 9 de mayo de 1928. La gente estaba pendiente de que se aprobase un servicio directo de tren entre Cuenca y Tarancón, de ida y vuelta, que bien podría valer para transportar los futuros barriles de petróleo. La noticia la dio el 11 de mayo “El Día de Cuenca”, que estaba entonces inmerso en una “huelga intermitente” de cajistas, con el llamativo título de “Indicios de petróleo en el Cerro de San Cristóbal”, con un texto que comenzaba así: “Anteanoche llegó a nuestra Redacción la estupenda noticia de que en las obras de perforación del Huécar se había encontrado un yacimiento de petróleo. Ya las gentes hacían cábalas sobre las posibles ventajas que tal novedad había de reportar a Cuenca”. y añadía:

Reportaje en la revista Estampa (Página 1).

Reportaje en la revista Estampa (Página 1). / Biblioteca Nacional

“Desgraciadamente, sin negar el hecho hay que sujetar la fantasía para no dar al descubrimiento más valor que el que realmente tiene”. Se recordaba que hacía años en distintos puntos de la Sierra se conocían indicios semejantes, explicando, por ejemplo, que cerca del pueblo de Zafrilla abundan calizas que al partirlas dan un ligero olor a petróleo y arden durante unos segundos.

Explicaba el periodista que en la mañana del 9 de mayo de ese año 1928, deseoso de estudiar el caso y encontrar “el oro negro”, fue al lugar donde se había hecho el descubrimiento del petróleo y así lo narraba:

“Penetramos por la boca de salida del túnel, en el margen izquierdo del río Júcar, por donde se llevan hechos unos 130 metros de galería, y en el fondo, donde trabajan los obreros, nos enseñaron éstos, en la roca, una oquedad del tamaño de un puño ligeramente impregnada de una sustancia que, en efecto, huele como las calizas de Zafrilla. La pequeña cantidad de líquido recogida en los primeros momentos, más que de manantial, debía proceder de una insignificante balsa, pues en ese momento fue imposible recoger ni para llenar un dedal”.

Esa primera visita periodística al túnel, y la croniquilla, hizo que en la misma edición de “El Día” aparecieran estos versos firmados por Manganilla con el título “¡Petróleo en Cuenca!:

En las catacumbas

de la ciudad de San Julián

han dicho que existen

pozos de aceite mineral.

Dicen que allí hay petróleo

para surtir la humanidad

y que sale un caño suelto

lo mismo que un brazo de mar.

Ya don Agapito

en las tarjetas pondrá:

el rey del petróleo

para lo que gusten mandar.

Quieren que se constituya

una potente sociedad

con doscientas mecanógrafas

y un secretario general.

Pero ¡horrible, pero!

ahora resulta que no hay tal,

que ese yacimiento

tiene el tamaño de un dedal.

Y que a todo ese petróleo

lo podrán encerrar

en una lenteja hueca

de las del tipo comercial.

(de las que tienen bichito)

El semanario “La Voz de Cuenca”, por su parte, en un pequeño suelto en primera página, con el título “Se descubren indicios de petróleo” publicaba el 14 de mayo que “los obreros que trabajan por cuenta del contratista don Agapito de Castro, en las obras de desviación del Huécar, descubrieron al estallar un barreno, en una poza, un líquido combustible de olor parecido a petróleo”:

Reportaje en la revista Estampa (página 2).

Reportaje en la revista Estampa (página 2). / Biblioteca Nacional

“El descubrimiento se hizo a 170 metros de la boca del túnel que se ha practicado debajo de la Puerta de San Juan, y a 43 metros de profundidad, correspondiendo su emplazamiento exactamente debajo del antiguo edificio de la Correduría, donde estuvo establecida la Cárcel y donde hoy se hallan instalados los Juzgados”, citaba La Voz de Cuenca.

En la ciudad produjo la noticia la consiguiente sensación y “el yacimiento ha sido denunciado por el señor de Castro con el nombre de “Nuestra Señora de los Ángeles”, refería La Voz, al tiempo que anunciaba la llegada a Cuenca del ingeniero de Minas, Enrique Dupuy de Lome, perteneciente al Instituto Geológico de España.

Vamos a conocer la opinión de tan importante autoridad geológica, pues Enrique Dupuy hizo informes y publicó libros sobre la geología referida a carreteras, desvío de ríos y ferrocarriles…

Pues bien, el famoso ingeniero llegó a Cuenca desde Madrid en el tren de la mañana, el 12 de mayo de 1928, y acompañado de algunos amigos y periodistas, descendió por la bajada de San Juan, que estaba en un estado lamentable, hasta la boca del túnel que se estaba abriendo para la desviación del Huécar. (Si paseamos por el Paseo del Júcar podemos divisar este bello lugar por el que salen chorros de agua). En “El Día” se informaba con cierta amplitud sobre esa visita del ingeniero y de sus impresiones:

Reportaje en la revista Estampa (página 3).

Reportaje en la revista Estampa (página 3). / Biblioteca Nacional

“Una vez en el sitio y precedidos de la lámpara de uno de los obreros que allí trabajan, seguimos por la galería del túnel como unos 100 metros y, previo un ascenso de unos cuatro o cinco metros, para salvar el escalón que forman dos secciones de la obra, llegamos al sitio donde los obreros, entre el estruendo de los martillos de aire comprimido, perforan la roca.

Allí nos muestran la pequeña poza de la cual extrae el señor Dupuy un puñado de residuos de la roca que huele y me presenta con signos afirmativos, pues el ruido hace imposible la conversación. Eleva luego la lámpara de carburo y reconoce las hendiduras de la roca y la dirección de las capas. Salimos, y ya al aire nos dice:

Mi impresión es que no se trata de petróleos primitivos, puesto que no son aceites pesados, vulgarmente llamados “chapapote”, sino productos volátiles que tienen el olor de gasolina y petróleo.

Ya comprenderá que no he tenido tiempo de hacer un estudio completo ni es ésta la misión que he traído. Parece ser que las emanaciones petrolíferas ascendiendo por las comisuras de la roca se han condensado en un punto formando una petaca.

El interés estriba –añade el ingeniero— en considerar como un indicio favorable que pueda haber acumulación de petróleos en otros puntos. La disposición de los bancos, bastante horizontales, y los niveles de arcilla que se encuentran en la Hoz, permiten abrigar la esperanza de que haya en la provincia estructuras geológicas favorables a la existencia de petróleos.

Reportaje en la revista Estampa (página 4).

Reportaje en la revista Estampa (página 4). / Biblioteca Nacional

Hasta ahora, en España no se han encontrado más que pequeñas balsas de petróleo, pero esto no quiere decir que no puede haber yacimientos más importantes… El terreno en que se ha encontrado petróleo en la provincia de Burgos, es muy semejante a éste.

En resumidas cuentas, termina la croniquilla, que el descubrimiento no es para forjarse temerarias ilusiones; es un dato más, que unido a los varios que antes de ahora se tienen de la existencia de petróleo en esta parte de la Sierra, debe motivar, dada la importancia que para la industria y la defensa nacional tendría una explotación de esta índole, un estudio detallado y sereno del Instituto Geológico.

Eso sí, el competentísimo ingeniero Enrique Dupuy de Lome aprovechó el viaje a Cuenca para conocer la Catedral, recorrer la Hoz y bajar por el puente de San Pablo para saludar al gobernador civil y darle cuenta de sus impresiones. Por cierto, a finales de mayo, el entonces famoso publicista y escritor conquense, José María Álvarez Martínez del Peral, escribía un artículo en “El Día” con el título “El porvenir de Cuenca”, en el que entre otras cosas decía:

Inicio del túnel que comunica el río Júcar con el Huécar.

Inicio del túnel que comunica el río Júcar con el Huécar. / Cadena SER

“Cuenca ha estado por unos días en plena actualidad periodística. El casual descubrimiento de unos aceites volátiles entre las concavidades de unas rocas, ha servido para que se diera como un hecho cierto la existencia de un manantial de petróleo. Sea el resultado de estos indicios favorables o adversos, se ha logrado un objetivo: que se hable de Cuenca y que mucha gente se convenza de que Cuenca existe.

El detalle apuntado no deja de ser un síntoma que lleva en sí una moraleja digna de hacerla destacar. Nuestra provincia es rica, y su riqueza variada; esto lo saben muchos de un modo axiomático, pero muy pocos los que se han preocupado de hacer un detenido estudio.

Deseamos que los técnicos dictaminen de lo que haya cierto en esas manifestaciones; que, si en plena ciudad de Cuenca han salido al descubierto bolsas de aceites volátiles, también en otras partes de la Sierra se ha dado idéntico fenómeno… Lo único que debemos sacar de esta noticia es una intención entusiasta para iniciar el conocimiento exacto de todas nuestras inexplotadas riquezas: agrícolas, mineras, hidrológicas, forestales, etc., y poner los medios conducentes a su futura explotación”.

El periódico La Vanguardia del 17 de junio de ese año 1928 se hacía eco de los hallazgos “en un túnel que barrena la colina en que se asienta la parte antigua de Cuenca”, señalando que el ingeniero había dicho que se habían hecho sondeos en terrenos cretáceos de la parte alta de la ciudad, similares a los de las provincias de Santander Burgos y Soria, donde se suponía había depósitos petrolíferos”.

Desde aquellos días de mayo de 1928 pasarían cinco años hasta que en los primeros días de abril de 1933 volviese a saltar la noticia de la aparición de petróleo en Cuenca, esta vez recogida con todo lujo de detalles y fotografías por la revista “Estampa”.

El reportaje no tiene desperdicio, pues en las cinco páginas, incluida la portada, se insertan doce fotografías de Erik, en algunas de las cuales aparecen ciudadanos asomados al puente de San Antón, buscadores del “oro negro” con sus jarros en el agua, el nuevo descubridor del petróleo, en este caso Pedro Carretero, leñadores de la Sierra con sus borricos y su peculiar indumentaria de blusa y calzones con abarcas, y hasta don Juan Giménez de Aguilar, tocado con su sombrero y su peculiar bigote. El título, con letra muy llamativa, de ¡Petróleo en Cuenca!, insertado sobre el caserío de la Hoz del Júcar, tiene una cita: “El oro brotó de la tierra”. La revista tenía una tirada de 200.000 ejemplares, todo un logro para la época y en el diario “Ahora”, del mismo día, se insertaba el anuncio del “Petróleo en Cuenca”. La crónica era del reportero, Luis G. de Linares, que tenía entonces 29 años, y luego sería director del diario “Madrid”, más adelante del diario “As” y de “Semana”, entre otras publicaciones.

Tras una entradilla sobre las prospecciones petrolíferas en California, Luis se preguntaba: ¿Brotará mañana del lecho del Júcar esa columna de “espeso, negro y viscoso fluido, que lanzaba herramientas y útiles, obligaba a los hombres a apartarse para salvar la vida, colmaba las depresiones vecinas y desbordaba por las vertientes de la colina? Por el momento, el oro líquido no amenaza inundar nada en Cuenca. Y escribía más adelante:

“Anuncia discretamente su existencia por unas gotas que continuamente se elevan desde el lecho del río hasta la superficie del agua, extendiéndose y disolviéndose luego en la rampa de la presa. En el puente del Júcar, desde que amanece hasta que empieza la noche, hay gentes inclinadas sobre la barandilla, con la mirada fija en el remanso. La ciudad entera hierve en comentarios: ¡Petróleo!, ¡Petróleo!...

La palabra surge de todos los labios, vuela en todas las imaginaciones, llega hasta la Sierra por el valle de Uña, y en unos borriquillos bajan los leñadores, los pastores, los chiquillos descalzos, las mujeres de negros vestidos. ¡Petróleo!, ¡Petróleo!... Las gentes sencillas van creando la leyenda…

Pero, ¿quién dio esta vez la voz de alarma del hallazgo del petróleo? Las respuestas las iba encontrando Luis G. de Linares en su conversación con las gentes que a él se le acercaban pues “en Cuenca no hay medio de enterarse de nada”:

-Fue un niño que estaba jugando junto al río.

-Fueron unos hombres del barrio de los pescadores (o sea, San Antón).

-Hace tres días que aparecieron las manchas, dicen otros.

El periódico El Liberal de Cuenca publicaba una noticia que recogía “Estampa” en la que se hablaba del descubridor del petróleo, dato que también aporta Antonio Rodríguez: El descubridor es un mecánico llamado Pedro Carretero, quien constantemente aseguraba que hacía medio año aproximadamente que había visto unas manchas en el río y que con los reflejos de la luz reconoció la existencia de petróleo, debido al conocimiento que tenía por su oficio, que le hacía muchas veces observar las manchas que la gasolina y el aceite hacían al caer sobre una superficie mojada.

Ello le llevó durante varios meses a seguir observando este fenómeno hasta que se decidió a poner en conocimiento de las autoridades el presunto hallazgo, cambiando así su rutinaria forma de vida y que le llevó desde entonces a convivir con la fama recibiendo visitas, misivas, telegramas de importantes financieros de España y del extranjero con la finalidad de averiguar la verdad y hacer exploraciones sin olvidar desazones y disgustos que su descubrimiento le ocasionaba.

Del reportaje gráfico de “Estampa” intuimos que Luis G. de Linares también habló con Juan Giménez Aguilar, cronista de Cuenca. Era la persona adecuada, por su profesión de geólogo y director del Instituto de Cuenca, amén de conocer muy bien la idiosincrasia conquense. “Hace unos años, comentaba don Juan— cuando se perforó un túnel para desviar el río, hallé muestras de petróleo, pero no creí que pudiera dar lugar a una explotación. El periodista acerca a don Juan al río Júcar y éste dice: “Pues sí, parece petróleo, aunque río arriba, cerca de Uña, hay unos importantes yacimientos de lignitos; tal vez se trate de una destilación natural de estos lignitos”. Aparece en escena Pedro Carretero para decir que “en la presa (se refería al Salto de Villalba), entre dos rocas, sale un pequeño chorro de un líquido que parece petróleo”. Subieron por la carretera que conduce a la Ciudad Encantada y por allí hablaron con varios obreros, destacando González de Linares lo que le dijo un leñador, típicamente ataviado que se metió en la conversación:

- Pitrólio, pitrólio… ¡Eso es resina!. Yo he visto salir los gorgolitos del agua.

- Pero, hombre, ¿cómo va a salir resina de la tierra?

- ¡Ande!... ¡Pues no hay pocos pinares en estas tierras!...

Concluye Linares su crónica viajera por la Serranía de Cuenca: “Sin poder descubrir la fuente petrolífera regresamos al anochecer a Cuenca. En el puente de San Antón hay un centenar de curiosos contemplando las manchas que aparecen en la superficie del río.

A la orilla, hombres y mujeres, con sartenes, cazos, cubos o con las manos, intentan recoger la materia líquida.

-¡Échele una cerilla, a ver si arde!.

-Si se enciende, pues nos llevamos unos cubos a casa y así no hay que comprar carbón.

Y en el atardecer dorado, los pastores de la Serranía, silenciosos, inmóviles, contemplan el río. Ni quieren ver las irisaciones del petróleo. En el río, lleno de sombra azul, el milagro está a punto de florecer”, terminaba su reportaje Luis G. de Linares.

Pasaron los días, los meses, y el petróleo se quedó como en agua de borrajas. Pero dos años después, el 14 mayo de 1935, César González Ruano escribía en la tercera de “ABC” (reproducido en el de Sevilla dos días después) el artículo titulado “Las misteriosas burbujas”, tras la coletilla entre paréntesis de que “han comenzado los sondeos en el Júcar para comprobar si existe petróleo”, del que entresacamos estos párrafos:

“Es un viejo pleito, un litigio batallón y antiguo éste al que se refiere el telegrama de Cuenca, concediéndole última instancia ante el Tribunal de la pública curiosidad, en los estrados de la letra impresa. ¿Existe o no existe petróleo en Cuenca?

Sobre la corriente del río, emperezada de siglos, a la sombra de la ciudad vieja y noble condecorada de escudos, aún con altivos señoríos de murallas, ciudad que mantiene en vilo el equilibrio de sus casas colgadas sobre la roca, surgieron hace tiempo las misteriosas burbujas que habían de conmover su vida recoleta y traer y llevar su nombre, tan recatado de ordinario, tan ejemplar de humildad y de olvido.

Las burbujas eran nada, o poco más que eso: unos grises lunares que salpicaban en ciertos lugares la superficie del agua y estallaban y se deshacían en unas manchas de apariencia oleaginosa y borde irisado…. ¿Petróleo en Cuenca? Más de un soñador, tocado de la manía inefable de los hallazgos, buscador de oro en agotados filones, robinsón de islas sin mapa, se estremeció al contacto de la palabra cargada de extraños poderes taumatúrgicos y de ambiciones atónitas de milagro.

Cuenca fue de pronto, insospechada, magníficamente, paraíso de calenturientos desvelos o imagen de aventura para febriles noches de tan profundo sueño, que no dejaban al dormido abrir los ojos ni un solo momento… Yo no sé si esos torreones se rendirán ahora, de una vez para siempre, “para nunca” a su gran pesadumbre. No sé si los sondeos en realización de la cuenca del Júcar con el Huécar comprobarán la existencia de los yacimientos que parecen anunciar las misteriosas y poéticas burbujas.

La esperanza es lo último que se pierde, pero también lo primero que se gana. Y hasta que el fallo de la ciencia lo sentencie, sea éste un pleito de ilusión y de magia que habrá hecho felices muchas horas de poesía más o menos disfrazada de ambición, pero siempre poesía. Eso sí que lo sé”, concluía César González Ruano el 14 de mayo de 1935.

 
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