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Usos y peligros de los carruajes de caballos en el campo y en la ciudad

Desde llevar la carga del campo hasta transportar a distinguidas señoras, los carros, bien tirados por caballos o por mulas, han supuesto una ayuda, y a veces una osadía, para carreteros y viandantes

Carroza Negra. Manufactura de Francia o Austria. / patrimonionacional.es

Carroza Negra. Manufactura de Francia o Austria.

Cuenca

Nuestros antepasados utilizaron en sus labores diarias y vida cotidiana los carros, carretas, carrozas y coches tirados por animales con diversos propósitos: trabajo, transporte o paseo por el campo y ciudades.

Esta semana hemos analizado algunas circunstancias derivadas de aquellos usos y la opinión que merecían a los vecinos aquellos coches tirados por mulas, en el espacio Así dicen los documentos que coordina Almudena Serrano, la directora del Archivo Histórico Provincial, y que se emite cada jueves en Hoy por Hoy Cuenca.

Usos y peligros de los carruajes de caballos en el campo y en la ciudad

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Los coches se hicieron cada vez más frecuentes a lo largo del siglo XVI. Y vamos a pedir a los oyentes que visualicen la descripción que vamos a hacer de uno de ellos, según un contrato de construcción de uno de ellos, realizado para el marqués de Poza, en el año 1601, y que costó la nada despreciable cifra de 176.800 maravedís.

‘La madera de la caja y de todo el juego ha de ser de álamo negro, con una ventana trasera y dos en la delantera, guarnecido por dentro de cordobanes azules oscuros con pasamanos y franjas de seda de Granada de dicho color y diez mil tachuelas pavonadas.

Debía de llevar dentro, además, dos almohadas grandes del mismo cordobán azul de antes, con su cenefa ancha pespuntada y caireles de seda redonda. Los asientos, respaldares y antepechos debían estar cubiertos de cordobán azul con sus franjas de seda a la redonda, faldillas de toda la redonda del tejado de vaqueta, guarnecidas con franjas angostas de seda azul.

Coche de la Corona Real. Julián González.

Coche de la Corona Real. Julián González. / patrimonionacional.es

Coche de la Corona Real. Julián González.

Coche de la Corona Real. Julián González. / patrimonionacional.es

Además, ocho cortinas de damasco azul de Granada y otras dos cortinas par las puertas de paño azul con su fleco y franjas de seda, con varillas y sortijas.

El marqués usaba el coche para pasear por la ciudad, en cuyo caso le ponía aparejo para un caballo, y cuando salía de viaje lo sustituía por un tiro para dos mulas.

Los coches se hicieron frecuentes desde el siglo XVI y los tuvieron nobles, regidores, canónigos, señores y otros miembros destacados económicamente en la sociedad. Los coches se guardaban en cocheras y en Cuenca tenemos documentadas algunas casas con cochera durante el siglo XVII. Los coches de mulas se usaron para viajar.

Aquellos viajes y por unos caminos complicados de recorrer tenían como consecuencia, por ejemplo, que a mitad del siglo XVIII, el viaje en coche de mulas de Barcelona a Madrid durase unos 15 días.

Los carros siempre han sido muy usados, sobre todo, para las labores del campo. Se utilizaron carretas y carretones que eran gobernados por los carreteros. En la provincia de Cuenca, los más célebres fueron los carreteros de Almodóvar del Pinar, que con sus carretas ayudaron a transportar el azogue desde las minas de Almadén hasta Sevilla, y, también, la madera que no se debía transportar por el río Júcar y Cabriel hasta Cullera, o la que se llevaba a Madrid.

Además, las carretas también se utilizaron en la vendimia, para transportar la uva desde el majuelo hasta el lagar. Y como ejemplo de lo que podía costar alquilar una carreta tenemos que en el año 1572 se alquilaban por 408 maravedís diarios.

Y otro tipo de transporte que debemos citar fueron los carricoches, que eran carros cubiertos que tenían la caja de coche con dos ruedas y eran tiradas por un animal solamente.

Los carros que eran mayores que las carretas, además, tenían sus ruedas herradas con sus llantas. Las carretas no solían salir de la comarca pero los carros viajaban por todas partes y podían transportar mucho más peso.

Pero los carros atendían otras actividades bien distintas porque se usaban para funciones de teatro, para representar Autos sacramentales, sobre todo, durante las fiestas del Corpus Christi. Estos carros eran auténticos teatros ambulantes.

Y si de carrozas hablamos es inevitable pensar en las que usaban los nobles y la realeza que fueron muy ricas en su hechura y muchas fabricadas con gran lujo, por ejemplo aquella carroza litera que compró el conde de Castañeda, de terciopelo azul, por un total de 320 mil maravedís, en el año 1582.

Otra carroza es la que hubo en casa del comendador Manrique, que se hizo con cuatro cortinas, estradillo, guarniciones de cuero, cincha y colleras y la que tuvo el conde de Ribadeo fue de terciopelo carmesí, con la clavazón dorada y plateada.

Sin embargo, sabemos que el uso de estos vehículos no fue siempre pacífico ni estuvo exento de problemas. Por ejemplo, durante el siglo XVIII hubo muchos problemas en Madrid, ciudad en la que porque las calles estaban sucias y mal empedradas, ninguna persona quería ir a pie, siendo así que el número de coches aumentó. Por ejemplo, en el año 1746 se contabilizaron en Madrid más de 2.500 coches, que, aunque parezca problemática exclusiva de hoy, no lo es porque ocasionaron graves problemas de tráfico.

Ya en el año 1628, el rey Felipe IV hubo de promulgar una pragmática sobre el uso de coches con mulas:

‘Porque la experiencia ha demostrado que so color de la dicha cédula y de licencias mías, que dizen algunos tienen y de la que otros se han tomado por su propia autoridad para traer de rua, ansí en esta Corte como fuera della coches de mulas, ora sean labradores, ora no lo sean, la desorden ha sido y es tan grande, y el daño destos mis reynos tan universal, ansí respeto de la criança, porque la de los caballos se va extinguiendo totalmente con la introducción de los coches de mulas (…) como respecto de la labrança y carretería (…) porque oy valen las mulas a tan subidos precios que no tiene el labrador sustancia y caudal para comprarlas’.

Este fue el problema que se ocasionó para los labradores: el aumento del precio de las mulas, al ser tan utilizadas en los coches.

Pero es que, además, a diario hubo atropellos y muertos ¡por exceso de velocidad! Circunstancias trágicas que obligaron a aprobar varias órdenes sobre limitación de caballerías.

Y así fue que el rey Carlos III emitió una Real Cédula en la que se dispuso todo lo conveniente para evitar daños ocasionados por el abuso de correr con los coches dentro de las poblaciones y a cierta distancia de ellas. Este documento lo firmó el rey en Aranjuez, el 21 de junio de 1787 y dice así:

‘Sabed que, enterado de ser frequente el abuso de correr por las calles públicas de los pueblos los coches de rua, de cuyo desorden se han seguido y siguen perniciosas consequencias, pues se ha verificado que no sólo en varias ocasiones se ha atropellado y maltratado a diversas personas sino que en muchos casos se les ha causado la muerte, y, deseando evitar semejantes infaustos sucesos, he resuelto por Real Orden comunicada al mi Consejo (…) prohibir como prohíbo (…) que los coches de rua vayan por las calles de los pueblos con seis mulas, aunque sea yendo de viage, y con casaquilla los cocheros’.

Como toda norma a aplicar, se establecieron penas para quienes las incumplieran:

‘Y a los contraventores a esta mi disposición quiero se les exijan precisamente las penas (…) que son la multa de 50 ducados por la primera vez, y doble por la segunda.

Y por la tercera perderá el dueño las mulas o caballos de exceso con igual aplicación, dándoseme noticia de la persona que hubiere contravenido.

Y mando que los coches de colleras, a quienes permito el uso de seis mulas, vayan de llevar siempre montado el zagal en los caminos de los Sitios Reales y generalmente en las entradas y salidas de los pueblos, y dentro de ellos sin correr unos ni otros, ni los de posta en el distrito de la citada distancia de los trescientos veinte y cinco pasos o varas’.

Las penas para estos fueron las siguientes:

‘Por la primera vez que lo hicieren, diez ducados, aplicados la mitad al denunciador o ministros por quien sean aprehendidos, y la otra para gastos de justicia.

Y un mes de cárcel por la segunda contravención, doblada pena y multa.

Y por la tercera serán castigados con la misma multa y seis meses de trabajos en obras públicas los cocheros y caleseros que incurran en ella, castigándose también (…).

Cuya pena se executará dentro de las veinte y quatro horas, como en los casos de resistencia a la justicia, escalamiento de cárcel y otros semejantes de pragmática, sin perjuicio de agravarla según el mayor daño que resultase y el resarcimiento de este, y además ha de perder el dueño el coche si fuere dentro de él y las mulas, aplicado todo a la parte ofendida’.

Pero hubo otros problemas en otros territorios, como así contó en una carta, el Secretario de la embajada en Génova, Diego de Laura, al Secretario del Consejo de Estado, Pedro Coloma, sobre el mal estado de la Hacienda en Génova y el problema de la salida de literas y coches por las puertas de la ciudad haciendo contrabando, y las medidas que hubieron de tomarse, en el año 1658.

Así escribió el diplomático español:

‘En carta de 29 de septiembre dí quenta a Vuestra Majestad de quán embarazado se hallaua este gobierno en buscar forma de ajustar la materia de hacienda que todavía se halla en muy vellaco estado.

Y ahora puedo añadir que a este fin publicaron el otro día una pragmática en que prohiven la entrada y salida por las puertas de la ciudad de coches y literas, suponiendo que en ellas se entren y saquen cosas de contrabando en daño de sus alcabalas, con que han dado materia para que el pueblo se ría mucho, diciendo que los mesmos que ponen las alcabalas son los que las roban.

Tenemos que explicar que las alcabalas era un impuesto del 10% que se pagaba sobre las ventas, para que nuestros oyentes lo entiendan, algo así como el IVA actual. Y, claro, el abundante contrabando eludía este impuesto, menoscabando la Hacienda.

Al decir esta carta que han dado materia para que el pueblo se ría mucho, diciendo que los mesmos que ponen las alcabalas son los que las roban, estaban insinuando que los que controlaban el impuesto eran quienes realizaban el contrabando.

Pero los problemas de los coches no acabaron ahí. Veamos qué se opinaba en el reino de los coches, según consta en un Memorial que se suplica al rey que no se lleve a cabo la prohibición de coches que se ha propuesto desde el Consejo real y que se dé licencia para que fuera de la Corte se puedan tener mulas.

El reyno diçe a entendido que el consejo trata de que Vuestra Magestad haga pregmatica prohibiendo y quitando los coches.

Y antes de la promugaçión della suplica a Vuestra Magestad se sirva de advertir la soledad tan grande en que esta corte quedará sin ellos y la novedad que causará a los extranjeros que a ella vinieren, dexando tanta multitud de coches que adornan y ylustran todas las demás cortes de Europa, que oy exçeden en muy grande número a los que la de Vuestra Magestad tiene.

Es decir, que intentan convencer al rey de que haría el ridículo prohibiendo los coches que en otras Cortes de Europa dan tanta prestancia. Veamos otras bondades de los coches en otras ciudades europeas y que explican al rey en este documento:

‘Y se permiten en ellas por la comodidad que dellos sacan, sin temer los ynconvinientes que a Vuestra Magestad se le abrán representado de eçesos que diçen que acarrean, pues es cierto que quien quisiere cometerlos, quando se prohivan los coches, no le faltará comodidad para ello.

Y por un temor tan ynescusable no a de pribarse la corte de Vuestra Magestad de su adorno, ni de la comodidad que del uso de los coches se le sigue, ni Vuestra Magestad a de permitir que más de tres mil personas que los tienen con licencia suya, sin haver cometido delito alguno, sean castigados, el que menos con suma de más de 300 ducados en que incurrirán si la dicha pregmatica se promulga.

Pues es cierto que los coches y cavallos que oy tienen quedarán de todo punto sin valor alguno. Y no es bastante el remedio de limitar la dicha prohibición con licencias porque la experiencia a enseñado que esto solo sirve a negociaciones particulares y no al beneficio común.

Y, finalizando, se llama la atención sobre los beneficios del uso de estos coches de mulas en la conservación de la agricultura, a la que la inmensa mayoría de la población se dedicaba, como le recuerdan al rey:

Y, asimismo, por pender el mayor beneficio destos reynos de Vuestra Magestad de la conservación de la labrança, parece será muy grande ayuda para ella el permitir Vuestra Magestad que fuera de la corte se puedan traer coches de mulas, con carga de que qualquiera que los tuviere aya de sembrar, por lo menos, quarenta fanegas de pan.

Y se insiste en otra realidad, la de los dueños de las tierras, que deben visitar sus propiedades en aquellos coches:

Y con esto, además de la comodidad que se sigue de poder los caballeros que viven en las ciudades, acudirán sus coches a la administración dichas haciendas que tienen en las aldeas y cortijos, vendrá a quedar la labrança muy acreçentada por el dicho camino, sin perjuicio ni ynconviniente ninguno, que dello se siga pues en los lugares particulares no puede averle, en que recibirá merced de Vuestra Magestad’.

En definitiva, vemos que entonces como hoy, el uso de los coches, era y es necesario, con sus ventajas e inconvenientes.

 
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