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El alfarero que hacía el cuerpo para que Pedro Mercedes pusiera el alma

José Martínez Culebras trabajó más de cuarenta años junto al alfarero de San Antón. En SER Cuenca rescatamos su importante figura del olvido

José Martìnez junto al monumento a Pedro Mercedes el día de su inauguración en 2008. / José Vicente Ávila

Cuenca

En Páginas de mi Desván, el espacio que coordina José Vicente Ávila y que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca, ya dedicamos en su día un programa a Pedro Mercedes, el alfarero del barro, profeta en su tierra, por lo que en esta ocasión sacamos a la luz la sombra callada de José Martínez Culebras, el oficial alfarero que trabajó codo a codo con el laureado Pedro a quien le habló de este modo: “Yo estoy haciendo este jarrón, que es el cuerpo, y tú le pones el alma”.

El alfarero que hacía el cuerpo para que Pedro Mercedes pusiera el alma

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“Una vez haciendo yo un jarrón bastante grande, que luego vi en varias exposiciones, y creo que está en el Museo de Cuenca, me gustó tanto que estaba enamorado de aquel jarrón. Tenía una forma tan bella y una línea tan perfecta que le hablé a Pedro Mercedes, que estaba tranquilamente decorando un jarrón, y le dije, ¡Pedro! –“¿Qué quieres?” –Mira, yo estoy haciendo este jarrón, que es el cuerpo, y tú le pones el alma. Y dice, Pedro: -“¡Cuánto me gusta lo que has dicho!” Así relataba José Martínez Culebras aquel momento. Este alfarero trabajó como oficial ayudante de Pedro Mercedes nada menos que cuarenta. José Martínez Culebras, que va camino de los 92 años, ha sido o fue el fiel ayudante de Pedro Mercedes durante todo ese tiempo, en la soledad del alfar al que Pedro llamaba su divino claustro. Me decía el alfarero de San Antón que allí había un “duende”, y en verdad que ese duende podía ser el mismo José, la voz callada, las manos en el barro, moldeando las piezas. El día que se inauguró el monumento a Pedro Mercedes en San Antón, con una obra de Tomás Bux, en abril de 2008, hablé durante un buen rato con José, que siempre permanecía en la sombra, detrás del maestro y amigo, y me contó momentos de vicisitudes y de ese cambio que se vio obligado a ejercer el alfarero y todos los del oficio. Por azares del destino, aquella conversación grabada que llevé al periódico quedó extraviada y un tiempo después la recuperé casi de milagro. Tenía entonces José 81 años y una gran memoria, como la tiene ahora con 91, pues coincidí con él en la presentación del reciente libro “Pedro Mercedes, la grandeza del barro”, grandeza que también alcanza al alfarero José.

La alfarería es quizá una de los oficios artesanos más antiguos establecidos en la ciudad y es una máxima que tienen presente la mayoría de los alfareros: “Oficio noble y bizarro, entre todos el primero, es el oficio del barro, pues Dios fue el primer alfarero y el hombre su primer cacharro”. La alfarería tuvo siempre en Cuenca gran tradición, sobre todo porque había necesidad de tener en las casas los cacharos para cocinar en la lumbre baja o para tener agua, dado que no existían fuentes ni grifos. Cántaros, botijos, orzas, ollas de barro, jarros, tazas e incluso tuberías para las primeras alcantarillas eran los elementos de trabajo cotidiano de aquellos alfareros de los que podemos citar en Cuenca capital a Gregorio Lucas, Lucio Muelas y la viuda e hijos de Pedro Navarro, que aparecen en el Nomenclátor de profesiones e industrias de la Guía-Consultor Conquense de 1894.

Alfar de Pedro Mercedes, con José Martínez y Florentino Merchante.

Alfar de Pedro Mercedes, con José Martínez y Florentino Merchante. / J.L. Ramos Otero

En el primer cuarto del siglo XX ya aparecen nombres como los de Félix Pérez y Florentino Merchante Velasco, padrastro de Pedro Mercedes, y en la guía de Cuenca de 1947 se cita como cerámica y alfarería a Emiliano del Castillo en la carretera de Madrid y “La Aragonesa”, en la carretera de Alcázar. La guía de 1956 recoge como alfarerías las de Gaspar Alcántara Albendea, en el Pozo de las Nieves; Luis del Castillo Alcántara, en la calle Doctor Galíndez; Luis Morillas Martínez, en la calle San Lázaro de San Antón; Eliseo Parra Magán en la carretera de Alcázar, Alejandro Fernández y la de Pedro Ignacio Mercedes en la carretera de Madrid, que así se denominaba entonces, pues su nombre completo era el de Pedro Ignacio Mercedes Sánchez, dado que había nacido el 31 de julio de 1921, y ese día es San Ignacio de Loyola.

Me contaba José, nacido en 1927, que él tenía 12 años cuando estaba en la alfarería, con un señor que era el jefe de su hermano, que tenía unos 21 años cuando se fue a la “mili” en Vicálvaro; el jefe era Félix Pérez, el dueño de la alfarería, que llevaban entre su mujer y sus hermanas. José recuerda que Félix le dijo a su hermano: “Antonio cuando vengas de la “mili” os quedáis con la alfarería porque yo soy bastante mayor. Con lo que hagáis tu hermano y tú yo lo voy vendiendo en la tienda”, que la tenía en la desaparecida mercería de La Palma de la antigua Plaza de Cánovas. Comentaba José con toda la tristeza de su alma: “Tuvo mi hermano la desgracia de que a los seis meses de estar en la “mili empezó” la guerra. Vino con permiso y el 26 de diciembre de 1938 hubo un bombardeo en Cuenca, y estando comiendo en el paraje de la Casa Blanca, que era la finca agrícola de la familia de Juan Giménez Aguilar, tuvo la mala suerte de que cayó una bomba en la misma puerta y lo mató”. A José le temblaba la voz y seguía con su estremecedor relato:

Yo ya no pude seguir en la alfarería, pues ese señor (Félix Pérez) era republicano, aunque no se metía con nadie; su cuñado se llamaba Alfredo García, que tenía una fábrica de mosaicos en Ramón y Cajal, enfrente de la Diputación; durante la guerra estuvo de alcalde de Cuenca, y sin hacer nada, porque era muy buena persona, lo fusilaron. A Félix Pérez lo metieron en la cárcel y estuvo diez años en Uclés, y cuando vino ya era viejo; tenía 70 años y a ver dónde iba. Entonces Pedro Mercedes, casi por lástima, lo metió en la alfarería y yo vino de la “mili” y entré en la alfarería con Pedro Mercedes, que se la había comprado a Félix Pérez.

En el alfar trabajaba, además de Pedro Mercedes y José, Florentino Merchante, padrastro de Pedro Mercedes, casado en segundas nupcias con su madre. Recordaba José que en años cuarenta y cincuenta hacían sobre todo vasijas, botijos, cántaros, orzas, tubos de alcantarillas y de estufas, macetas, piezas utilitarias, porque entonces la alfarería era muy necesaria para las ollas de la lumbre, para los cántaros del agua y aquellos blancos botijos. Comentaba José que “cuando en la mayoría de las viviendas iban poniendo fuentes, el botijo y el cántaro iban en decadencia; los tubos empezaban a hacerlos de uralita y de plástico y ya no se vendían; las macetas también de plástico. La alfarería tradicional iba decayendo y ello nos causó algunos problemas”. Vamos, que era como la crisis industrial pero en alfareros autónomos.

Era por tanto la hora de reciclarse, como se suele decir, pues la alfarería tenía poca salida por aquellos años y había que tener imaginación y creatividad. Podíamos decir que el oficio estaba como “embarrado” y José lo expresaba muy bien: “Fíjate, la gente ya no quería el botijo para beber agua”. Cuenta que llegó una época en la que Pedro Mercedes estaba desesperado: “Se iba a la calle y venía aún más enfadado. Recuerda que una vez estaba haciendo una tabla de botijos, que se componía de diez cuerpos, una labor trabajosa, en la que hacían la boca, el pitorro y el asa, cuando ya se había oreado el cuerpo. “Pedro vino desesperado, su mujer le echó la bronca porque abandonaba la alfarería, se enfadó conmigo y me volcó la obra que estaba haciendo con los botijos. La tiró. A mí aquello me sentó muy mal porque en el torno, para hacer las cosas bien, hay que poner todo el gran amor que se tiene. Tanto es así que me enfadé mucho, me quité el mandil y le dije:

“¡Pedro, hasta aquí hemos llegado!, si no cambias yo me marcho”.

Al recordar esas palabras, José se emociona y comenta a renglón seguido:

“Nos abrazamos los dos y me dijo, “José, no te preocupes que voy a cambiar. Esto no ocurrirá más”.

El origen del arte

“Empezamos a hacer otro tipo de alfarería. Yo hice unos vasos de cerveza y él los decoró. Le dije, Pedro esto que estás haciendo es muy bueno; él me dijo que no, pero hice la jarra y la decoró también. Vino un señor valenciano, le gustó y se llevó el primer juego de cerveza. Tanto es así que le encargó más y ya hicimos seis o siete juegos de vasos y jarras de cerveza decorados. Viendo el resultado, Pedro empezó a decorar platos y cambió la alfarería y en lugar de hacer vasijas utilitarias empezamos a hacer el arte que tanta fama le dio.

Los platos los hacía yo en el torno y las tablas que se decoraban también. Yo a Pedro Mercedes le daba la vasija ya terminada para que él las decorase. Pero no solamente un jarrón se termina en el torno y decir que se va a decorar, sino que lleva mucha elaboración después. Estas piezas hay cuidarlas muy bien…”, recuerda José.

Una de las frases de Pedro Mercedes era la de que “el barro se orea a su amor”. Me decía José que, efectivamente, las piezas hay que cuidarlas muy bien, porque se secan por arriba por el medio ambiente del aire y luego hay que darles la vuelta y echarles un engobe de tierra roja de Valdecabras, porque la tierra de Cuenca tiene un color muy feo. Luego había que echarle otro engobe de manganeso, galena y sírite, y cuando se coloreaba un poco Pedro ya podía decorar. Todo eso lo hacía yo”, apunta José, que es el momento en el que pronunció la frase que ya está acuñada en los libros de Pedro Mercedes, y que hemos escuchado sobre la admiración o el enamoramiento al hacer un jarrón, y no le hizo hablar a la pieza como Miguel Ángel a su Moisés, sino que quiso compartir el trabajo que hacían al unísono moldeando la tierra: “yo estoy haciendo este jarrón que es el cuerpo y tú le pones el alma”. Pero además de los jarrones, platos y cuadros, había otra pieza consustancial con el alfar, el toro ibérico, el toro de Cuenca y yo quería saber entonces sus orígenes.

“No se sabe quién fue el autor del toro ibérico, porque creo que tiene cientos de años. Haciendo unas excavaciones, cuando se hundió la antigua alfarería, salió un toro, pero no completo, un poco estropeado; luego encontramos otras piezas y lo juntamos. No sabíamos cómo había sido ese toro, el original. Creo que el primer toro ibérico se hizo en la alfarería de Pedro Mercedes, pero no sabemos el autor. El primer edificio alfarero que se hizo en San Antón fue el alfar de Pedro Mercedes, porque es un horno más que centenario, aunque el edificio fue remodelado en su día. Dentro del alfar se ven las vigas antiguas”.

 Se puede decir que a partir de que aparecen los restos de ese toro en el alfar se intensifica la tradición de poner en valor tan característica pieza conquense. Es nuestro tótem. El toro o torico de Cuenca viene de siglos pasados y uno de los lugares originarios es Huete. El propio José comentaba que el toro ya se hacía por los alfareros de antaño. Y abundaba: “Lo que quiero decir es que el primer toro se hizo en este alfar, por ser tan antiguo. Nosotros hemos hecho miles de toros. Hay que explicar que el torico se compone de diecisiete piezas; primero se hace el cuerpo, luego la cabeza, se le ponen los dos cuernos, las dos orejas, los ojos, las cuatro patas, el asa, la boca que da el tipo de botijo, el rabito, en total las 17 piezas, además de ponerle mucho sentimiento. Y yo le decía. “Luego estaba el toro de lidia, “el barbas” como le llamaba Pedro cuando lo colocaba en el torno y le daba vueltas para ver el trapío… y así contestaba José: “Es que a Pedro Mercedes le gustaban mucho los toros; me contaba que una vez en Las Majadas, de donde era su madre, había fiestas y él se tiró al toro como los espontáneos, y le cogió. Cuando él despertó se vio en la cama, y ya no quiso ser torero, pero le gustaban mucho los toros de lidia y tanto es así que hizo la Tauromaquia. Era muy aficionado de Manolete y le hizo un botijo con su cara”.

Un botijo que apareció casi setenta años después y que adquirió Ángel Muñoz “El Curi”. Volviendo a nuestro “torico conquense”, merece la pena citar el cuadro titulado “El Bodegón del Toro”, del pintor cubano Wifredo Lam, realizado en torno a 1925 en el que destaca sobremanera el torico de Cuenca de color marrón que parece esmaltado, lo que viene a indicar que era una pieza ya muy conocida que llamó la atención del pintor cubano, que lo reflejó en el cuadro dándole además protagonismo. Escribe Carmen Pérez García, más conocida como May, en el libro “Lam en Cuenca y la Cuenca de Lam”, que el “bodegón del toro formaba parte de una colección de otros tres cuadros que guardaba la familia Conversa en Villares del Saz, donde cree que Wifredo Lam hizo esa pintura. “El Bodegón del toro” fue un homenaje de Lam a la madre de Cayo Conversa, a quien profesaba gran cariño y respeto.

Bodegón del toro, de Wifredo Lam, de 1925.

Bodegón del toro, de Wifredo Lam, de 1925. / Del libro 'Lam en Cuenca y la Cuenca de Lam'

Me decía José que en diciembre de 1988, cuando se jubilaron los dos, se coció la última hornada. Por cierto, José Luis Pinós, siempre al pie de la noticia, hizo las fotos de aquel horno a reventar y el fuego que acariciaba los cacharros que habían pasado por las manos de José y Pedro, mientras la última “fumata negra” salía por los cielos de San Antón, con pena, pero con mucha gloria. José aún emocionado por aquel recuerdo, sentenciaba: “La última hornada en diciembre de 1988. No sabemos quiénes fueron los primeros alfareros en aquel viejo alfar, pero los últimos alfareros con ese horno hemos sido Pedro Mercedes y yo”.

La alfarería conquense mantiene su pujanza y José es testigo de ello. Ahí están Adrián Navarro, que ha creado estilo propio, admirado por el propio Pedro Mercedes; Fernando Alcalde, Antonio Hernansanz, Tomás Bux, Rubén Navarro, Daniel López y Fernando Moya, amén de otros artistas que van a seguir moldeando el barro para convertirla en arte de esta tierra.

 
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