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"La reina sin reino" (Espasa) de José María Pérez "Peridis"

El arquitecto y dibujante cántabro cierra con esta novela su trilogía sobre la Reconquista

Santiago de Compostela

Arquitecto, dibujante, colaborador de a Vivir que son dos días y escritor, José María Pérez “Peridis” acaba de publicar “La reina sin reino” (Espasa) que completa la trilogía sobre la reconquista que se iniciaba con “Esperando al rey” y que continuó con “La maldición de la reina Leonor”.

La reina sin reino” se enmarca en un momento muy apasionante de la historia de España, la muerte de Alfonso VIII convierte en rey a su hijo Enrique con tan solo doce años y que fallecería 3 años más tarde en extrañas circunstancias lo que abre una guerra de sucesión en la que Berenguela, hermana de Enrique, maniobrará para situar a su hijo mayor, Fernando, en el trono.

La reina sin reino, de José María Pérez "Peridis"

09:16

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Fragmento de “La reina sin reino”:

Capítulo 1

Toledo. Burgos. Sahagún. 1212-1214

La reina Leonor y sus hijas Berenguela y Leonor apenas habían conciliado el sueño desde que el 20 de junio de 1212 salieron a despedir a los ejércitos cristianos que, liderados por el rey don Al­fonso de Castilla, se dirigían hacia el sur para enfrentarse en batalla campal al inmenso ejército que el Miramamolín había reunido para asestar un golpe definitivo a los reinos cristianos.

Las tres mujeres se hallaban en un estado de gran agita­ción porque tras varias semanas con el corazón en un puño tuvieron que ordenar el cierre de las puertas de la ciudad.

Desde las azoteas del alcázar toledano habían visto, como un anticipo de la derrota, la llegada camino de Francia de una horda de ultramontanos desertores de la cruzada que campa­ban por la vega del Tajo, intentando asaltar la ciudad para saquearla como si fueran bandidos.

Mientras el negro tiempo y el voluble destino jugaban a los dados, Berenguela y su madre pasaban las horas espe­rando el regreso del ejército del rey don Alfonso, hilando venturas y desventuras de la familia, en la rueca de la memoria.

—Ay, hijas mías, ¡cuánto echo de menos a vuestras herma­nas Blanca y Urraca! A estas horas estarán rezando por la victoria de vuestro padre y que regrese con bien. A Urraca no tanto porque Portugal está ahí al lado, pero me temo que nunca más volveré a ver a Blanca en esta vida. Nunca, nunca.

Lo supe desde que se la llevó mi madre para casarla con el delfín de Francia, igual que supe que nunca volvería a ver a mi padre cuando, con solo diez años, me trajeron a España para casarme.

»Al contrario que mi madre cuando vino a buscarla, yo ahora no tengo edad ni salud. Tampoco Blanca encontrará la ocasión de venir a vernos con la disculpa de peregrinar a San­tiago porque ya va siendo hora de que alumbre de una vez al heredero del trono de Francia. Y quiera Dios que no se le ma­logre cuando se presente, como me pasó a mí con los prime­ros partos y embarazos.

 
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