Misterios y leyendas de La Almarcha y del pozo Airón
Este pueblo de la Mancha de Cuenca mantiene historias antiguas arraigadas en el acervo popular que se remontan tiempos pasados, algunas tan curiosas como la de Don Bueso
Cuenca
¿Existe un pozo en la localidad conquense de La Almarcha donde en sus profundidades podría vivir el dios del inframundo? ¿Un lugar donde la más alta nobleza se dirigió a comprobar la existencia de seres sobrenaturales? ¿Cuál es la leyenda de don Bueso y de sus doncellas? De estas historias y leyendas hemos hablado esta semana en el espacio Misterios conquenses que coordinan Sheila Gutiérrez y Miguel Linares y que se emite cada martes en Hoy por Hoy Cuenca.
Misterios y leyendas de La Almarcha y del pozo Airón
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El pueblo de La Almarcha nos hace viajar al último período de la Edad de Piedra, al Neolítico. Por eso no nos extraña cuando nos hablan de hallazgos de hachas por parte de pastores que haciendo sus labores cotidianas se toparon con estas armas utilizadas para la luchas entre los hombres o contra los animales salvajes.
El origen de La Almarcha se le otorga a los árabes, pero podríamos haber errado en la adjudicación si nos hubiéramos guiado por los hallazgos en los alrededores, como por ejemplo en Los Villares y en otros terrenos cercanos al pueblo donde se han encontrado restos romanos, entre los que se encuentran monedas, tuberías de plomo, pesas de telares, piedras de sillerías, tejas, ladrillos o trozos de vasijas de terra sigillata, característico tipo de cerámica romana de color rojo brillante, lo que nos da pie a pensar que allí hubo un asentamiento romano.
Quizá hablaríamos de un origen que pertenecería a la época romana si no se hubiera encontrado la cita más antigua que se posee y que nos confirma que el origen se les atribuye a los árabes. Una prueba de ello la encontramos en el análisis etimológico al-march o al-marg como se llamaría en sus comienzos al pueblo de La Almarcha.
La cita más antigua en que aparece La Almarcha procede la crónica árabe de 1172, al-Man Bil Imãma, que describe la expedición del sultán Yusuf contra la ciudad de Huete.
Pero no estábamos tan desencaminados en haberle adjudicado el origen a los romanos, ya que sabemos por estudios realizados sobre el terreno, que el pueblo de La Almarcha se construyó sobre los restos de un poblado romano.
Cuando un poblado se construye encima de otro e incluso se respeta parte de su estructura, nos hace pensar que no sólo aquel lugar fue escogido por ventajas estratégicas o por una vistas inigualables, tenemos que dar cabida a la importancia de las energías, un lugar elegido por profesar diferentes modos de fe, costumbres, sin entrar en conflicto por un sesgo cultural anterior, por lo menos algo curioso que resaltar en estos lugares.
La Almarcha es un pueblo en el que sus casas bajas y sus callejuelas nos hacen adentrarnos en un lugar digno de un cuento de los que hemos imaginado en muchos de nuestros sueños. Nos encontramos en uno de esos lugares que tantas veces se describen en el Quijote, y en los que podemos encontrarnos con una placa que nos recuerda en lugar de nacimiento del escritor y diputado en las Cortes don José Torres Mena, abogado, político, periodista y escritor español, autor del libro Noticias Conquenses publicado hace más de cien años, historiografía de la provincia de Cuenca, valiosa obra por la cantidad de datos geográficos, estadísticos e históricos que da de cada uno de sus pueblos.
Un lugar donde su gente no tienen ningún problema en contarte aquellas historias con las que han crecido en la que la que sucesos divinos se mezclan con historias de dioses indígenas, historias en las que nos encontramos con la ermita blanca de San Bartolomé, donde la tradición nos cuenta que el apóstol con dicho nombre se apareció sobre una zarza a un pastor que daba de comer al ganado por aquellos contornos y le honran desde hace siglos, y que curiosamente bajo su pavimento yacen 35 almarcheños, enterrados allí entre el 2 de agosto de 1834 y el 7 de abril de 1835, al prohibir el gobierno enterrar en las iglesias a causa del cólera morbo asiático, pero también nos encontramos muy cerquita con la joya de la corona, donde una vez más nos encontramos con el elemento agua. Estamos hablando del Pozo de Airón. Que no se trata de un pozo al uso, sino de un lago de agua salada, con un tamaño aproximado a una plaza de toros, algunos también lo llaman el ojo de mar.
Se le denominó con el nombre del Pozo de Airón ya que toda la zona de la Mancha fue asentamiento de los celtíberos, quienes adoraban al dios Airón, dios indígena cuyo culto fue respetado por los romanos, se relaciona con aguas profundas, con el inframundo, con la dualidad, cuya antigüedad probablemente se remonte al neolítico.
Un lugar donde la tribu de los Usetanos, incondicionales de Airón, creía sin ningún tipo de duda que la morada de su dios estaba en el fondo del pozo e incluso se baraja la posibilidad de que le pudieran ofrecer sacrificios humanos.
Estamos hablando de un lugar que fue visitado por emperador Carlos I y del rey Felipe II, en un viaje a Valencia, quienes llegaron a La Almarcha, entusiasmados por las historias que se contaban. Historias en las que se hablaba de que aquel lago albergaba criaturas casi mitológicas, tiburones, serpientes verdes, cubiertas de escamas, con unos ojos fosforitos que iluminaban el fondo lúgubre y pestilente de sus profundidades, siendo los únicos seres vivos que lo habitan debido a la salinidad.
Moradores que deseaban que algún insensato se sumergiera en aquellas aguas y justo en el momento de estar disfrutando de aquella agua salada, atacarlo por sorpresa, arrastrarlo al fondo para poder engullirlo en la tranquilidad y soledad de sus aguas.
Estamos hablando de un lugar especial, donde su leyenda quedó plasmada en Cervantes en su Viaje al Parnaso, o párrafos escritos por el gran polígrafo del siglo XIX, José María Cuadrado, en su obra Guadalajara y Cuenca.
Pero la leyenda o más bien fabula que dio una gran fama al Pozo de Airón, la encontramos en un rumor que creció en el siglo XVII y que se hizo eco entre los noticieros. Se hablaba de lo que hoy conocemos como la leyenda de Don Bueso, lugarteniente en La Almarcha del rey moro de Sevilla, en el que se narraba cómo tiró en aquel lago a veinticuatro amigas suyas.
La leyenda la ubican más o menos después de la Reconquista, donde aquel caballero de romances populares, con fama de buen amante, que tenía más de moro que de cristiano, vamos... un truhán en toda regla, un buen día llevó a todas sus amantes al pozo, muchachas engañadas por un falso amor con el único fin de desnudarlas y robarlas todas sus alhajas.
Como toda fábula tiene un trasfondo y en este caso no es diferente. Las muchachas asustadas le imploraron clemencia viéndose venir el fatal desenlace, a lo que Don Bueso se negó, y le hicieron una petición de lo más inocente, que por favor se diera la vuelta mientras se desnudaban que el pudor las superaba, momento en el que la más joven y bella de aquel harén aprovechó para atacar a su depredador. Lo golpearon en la nuca mortalmente, quizá por una piedra que cogieron de la orilla del lago, cayó hacia aquellas aguas tragado lentamente. No sabemos si fue engullido por aquellas criaturas horribles, o su cuerpo quedó en anclado en el fondo para la eternidad.
Lo que sí sabemos es que hoy en un lugar devorado en sus orillas por la vegetación, recordado por aquellos que van en busca de leyendas y aventuras, pero también por algunos habitantes del pueblo que a día de hoy siguen dejando un legado cultural, en el que al preguntar por el pozo, nos narran la aparición divina de la ermita de San Bartolomé, indicaciones para llegar hasta a la laguna y con un curiosos aviso: El agua para beber no es buena, pero que tiene propiedades curativas y saludable para la salud.
Es beneficiosa, debido a su alto contenido en sal, para problemas en la piel, afecciones en los ojos, buen cicatrizante para heridas.... cualidades para algunos casi mágicas.