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El relato de un robo de joyas en el convento de San Pablo de Cuenca

Ocurrió en 1698 y en el Archivo Histórico Provincial se conserva un expediente sobre la investigación con todo lujo de detalles

Convento de San Pablo, hoy Parador de Turismo, en la hoz del Huécar de Cuenca. / Diego Albaladejo

Cuenca

En el programa Así dicen los documentos que coordina Almudena Serrano, directora del Archivo Histórico Provincial, y que emitimos cada jueves en Hoy por Hoy Cuenca, esta vez nos trasladarnos al año 1698 para conocer un robo que se llevó a cabo en el convento de san Pablo, hoy Parador de Turismo, y que les relatamos según consta en el proceso judicial que se inició por el Corregidor de Cuenca.

El relato de un robo de joyas en el convento de San Pablo de Cuenca

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En este expediente, como van a comprobar, se nos dan muchos detalles de la vida de entonces, con curiosidades que es importante conocer de nuestros antepasados. Veamos, sin más demora, qué sucedió a finales de enero de aquel año 1698, en el que tenemos varias desgracias incluidas, como consecuencia de aquel robo de joyas y alhajas que se realizó a la imagen de santo Tomás de Aquino para adorno de su festividad, en la iglesia del convento de san Pablo.

Lo primero que se hizo fue comunicarlo al Alcalde Mayor de Cuenca:

Se le ha dado noticia que en el convento de san Pablo se celebró la festividad de Santo Tomás de Aquino, para lo qual y su culto se le adornó con joyas de mucho precio y valor, las quales hoy día de la fecha, por la mañana, juntamente con el escapulario, en donde estaban prendidas, las han hurtado.

Este hurto se hizo del siguiente modo:

Abriendo las puertas principales de dicho convento, y quitando para dicho efecto la soga de cáñamo de la campana mayor dél.

De modo que para averiguar lo ocurrido y poder castigar a quienes resultasen culpados, se mandó iniciar proceso y se encargó al alcalde de la Santa Hermandad y a los quadrilleros que se dirigieran al convento para registrar a todas las personas que saliesen y prendiendo a quienes hallasen con alguna de aquellas joyas robadas.

Además de esto, el Alcalde Mayor se personó en el convento e hizo una inspección ocular, que entonces se llamaba vista de ojos, intentando averiguar cómo ocurrió todo. Veamos cómo se hizo aquella indagación:

El dicho Alcalde pasó al convento y habiendo entrado a la iglesia dél y reconocido se halló estar una efigie del cuerpo entero de santo Tomás, en un altar portátil, al paso del presbiterio, día de su fiesta, y faltarle el escapulario, y en el suelo se hallaron cinco ramilletes de rosa de mano y cuatro candeleros de alquimia, al parecer todo desliado de las gradas de dicho altar, y asímismo se halló en él la correa de dicho santo, una cadena de oro de cordoncillo que pesará dos onzas.

Convento de San Pablo. / Cadena SER

A continuación, recorrió el convento intentando averiguar por las huellas cuántos fueron los ladrones y cómo accedieron a la iglesia. Y fíjense que da detalles del número de los zapatos que calzaban los que robaron:

Y pasando a reconocer el convento para ver la parte por donde se introdujeron, se halló en una pieza que hay al lado de las campanas, sin puerta, pisadas de tres gentes, las más de más de doze puntos y de zapatos de clavo pasado.

Otras de entre once y doce de zapato ancho con tacón y otras hasta ocho con fulle y tacón pulido.

Y en dicha pieza hay restregaderos de haber estado echada persona junto algunos agujeros que hay en ella, por los quales se ve el coro y la iglesia.

Y, asimismo, se halló una maroma quitada de la campana mayor, y pasando al coro se halló todo el corredor dél muy lleno de polvo, y en el corillo que hay debajo del órgano, un pedazo del limpio de dicho polvo, como de haberlo restregado.

Y en una verja que hay debajo de dicho corillo y sale al claustro se vio una huella que parece corresponder a la de ocho puntos que va referida. Y en la verja que hay de la capilla mayor se vio otra pisada y restregadero, como de haberse descolgado por ella, todo lo qual mandó su merced poner por diligencia y lo firmó.

Vemos que había en Cuenca un Alcalde Mayor que realizaba a conciencia su trabajo de investigador. A continuación, tocaba que compareciesen los testigos a los que se llamó para ir averiguando lo sucedido. El primero en ser preguntado fue Lorenzo Maestre, que asistía en la sacristía del convento, y que fue quien descubrió el robo porque como encargado de tocar a misa de alba, se encontró con que no pudo hacerlo al faltar la soga de la campana que habían usado los ladrones en su robo. Veamos lo que declaró el sacristán, al que el padre prior del convento le recriminó que por qué no había tocado la campana, y ahí fue cuando se enteró de lo que había sucedido:

Dijo que siendo las cinco de la mañana, se levantó y fue a tocar a la misa del alba y vio que no estaba la soga de la campana mayor asida como lo quedó dicho día.

Y bajó a la iglesia, y estando en ella el padre prior desde el coro le dijo que por qué no tocaba al alba, y este testigo le respondió que porque no tenía soga la campana.

Y abriendo la verja de la capilla mayor vio entre abiertas las puertas de la iglesia que salen a la calle, con lo qual dijo el que declara:

‘¡Padre prior, la iglesia está abierta!’.

Y el dicho padre bajó, y los dos juntos fueron a dichas puertas de la calle y las hallaron entre abiertas y, al parecer, lo necesario para salir un hombre, y arrimada a ella una mesa que suele estar al lado siniestro, como se entra en dicha iglesia, como puesta para abrir el cerrojo de dichas puertas, las quales habían quedado la noche antecedente solo con dicho cerrojo, sin echar la llave que en él hay, por estar clavado con dos clavos a los lados, los quales vio habían quitado.

Veamos ahora dónde apareció la soga de la campana y lo demás que se encontraron el sacristán y el prior:

Y con asistencia de dicho padre, vio este testigo en el corillo que hay al lado derecho del coro debajo del órgano, la soga de la campana atada al corredor dél doblada y pendiente a la yglesia con tres nudos, el uno arriba y las dos abajo, con lo qual pasaron a reconocer la iglesia y hallaron que a la efigie de santo Tomás, que estaba en un altar en que se le puso para la fiesta que se celebró ayer, bajo del presbiterio, le faltaba el escapulario y todas las joyas que tenía puestas y quitados unos candeleros y zamilleteros de las gradas de dicho altar, como azoradas para subir a poder alcanzar al cuerpo de dicho santo.

El Alcalde Mayor preguntó al sacristán por las personas que acudieron a la fiesta de Santo Tomás y que pudieran parecer sospechosas de ejecutar el robo:

Dijo que ayer tarde, todo el día, asistió en este convento e iglesia dél y a las oraciones, registró la iglesia sin dejar sitio alguno y la cerró en la forma que siempre lleva para las puertas grandes y llaves en los dos postigos, y no echó la del cerrojo por estar clavado.

Y aunque asistió mucho tiempo por tarde y mañana a la iglesia y vio la gente que a ella concurrió, no puede hacer juicio de ninguna persona por ser forastero.

El Alcalde Mayor mandó despachar requisitorias por correo por si los que han cometido el hurto han sacado la joyas y alajas fuera desta ciudad, para venderlas, y, así, mandaba y mandó se despachen requisitorias a la villa de Madrid, ciudades de Toledo, Huete, Granada y las demás que convenga, con inserción y señas de todas las dichas joyas, y que hecho se pase a las casas de Francisco Igualada, llamado Canalejas, la qual se registre y se le tome su declaración, atento a tener su merced noticia, haver asistido el referido día de santo Tomás en el dicho convento y subido a los tejados que hay junto a las campanas por donde, según la vista de ojos, parece se introdujeron a la iglesia lo que cometieron el hurto referido.

La casa de Francisco Igualada, que era albañil, fue registrada. Sabemos que entonces se hallaba trabajando en el martinete del Conde de Siruela. Interrogaron a su mujer que dijo que su marido había comido en el convento de san Pablo y luego volvió a salir della y estuvo fuera hasta las siete de la noche que se recogió y no volvió a salir hasta esta mañana a la hora que lleva declarada, y no sabe en qué ocupó este tiempo ni con qué personas.

Hubo otros interrogatorios que dieron con diversas personas en prisión, hasta que se fueron averiguando más detalles del robo:

De las personas que se hallan presos por el hurto de joyas que se hizo en el convento de san Pablo, extramuros de esta dicha ciudad, se ha sacado una de la cárcel real, de noche, la qual han llevado diferentes personas eclesiásticas y seculares a la puente que hay junto al convento, y de debajo de ella han sacado dichas joyas, de orden extrajudicial del señor corregidor, y que habiéndolo ejecutado han vuelto a dicha persona a la prisión, y las dichas joyas no se les da paradero ni testimonio a sus dueños.

¿Cómo fue que esta persona confesó dónde se escondieron las joyas? Veamos lo que se deduce del texto y que, no hay otra posibilidad, de que fuese confesado el asunto en secreto de confesión:

Los hechos se rebelaron por medio de persona eclesiástica, y que se hallaron enterradas bajo de la puente de dicho convento, y de su orden fueron a sacarlas dos eclesiásticos, un criado suyo y el alcaide de la cárcel, sacando para ello uno de los presos, sin noticia de su merced.

Y con efecto las sacaron y entregaron al señor obispo de esta ciudad, el día 14 de marzo, y que hasta dicho día no se habían vuelto a los dueños que las prestaron.

Pero en este caso no faltó la tragedia. Hubo un suicidio en la cárcel de uno de los detenidos. La cosa se complicó más con una muerte por suicidio, al parecer. Recordemos en este punto a uno de los encausados que, hasta ahora, no había aparecido en nuestro relato, y que era Fernando de Medina, preso en la cárcel real por la causa criminal que se hizo y fulminó sobre el hurto de las joyas en el convento de Nuestro Padre Santo Domingo.

La tragedia ocurrida es que fue allado muerto, colgado de la cadena que tiene por prisión, y para saber y averiguar su muerte y todo lo demás que convengo, mando se pase a la dicha cárcel y se ponga por diligencia la forma en que se hallare, y se reconozca si tiene alguna herida, y se hagan las demás averiguaciones necesarias, y para ello se llame a Antonio Moreno, cirujano.

El cirujano fue a la cárcel real y a la puerta del calabozo alto se halló colgado de los pies a Fernando de Medina, pendiente de la cadena, en carnes, que al parecer se había caído o dejado descolgar, cuya altura era de dos varas.

Inmediatamente descubierto el cuerpo, el alcaide mandó descolgar y apear al dicho Fernando de Medina, y ponerle en el suelo, y que le reconociese el dicho cirujano.

Al cirujano se le tomó juramento y prometió decir verdad.

Y habiéndole reconocido el dicho cadáver dijo que no tiene herida ni golpe alguno en la cabeza ni otra parte de su cuerpo y la muerte le parece no puede haber sucedido de otra cosa que de haberse voluntariamente dejado caer por el poyo del calabozo, o con algún accidente haberse caído, y por haberse quedado boca abajo, y que él no podía por sí volver arriba, se le bajo el vientre a la boca y le ahogó.

El cirujano entiende que este testigo anduvo aturdido todo el tiempo que estuvo en prisión, con lo que no le resultó raro se pudiera haber quitado la vida, por su actitud en esos días que estuvo preso:

Y le parece que el susodicho se habrá desesperado porque dos día a que de orden de su merced pasó el declarante a quitarle la barba, y reconocerlo si estaba enfermo, y después de haberla cortado le limpió la inmundicia y comezón que tenía, y queriéndole hacer comer no lo quería hacer porque a juramento los aturdía a todos, dando a entender era la causa su larga prisión, y nunca le halló calentura, y de orden de su merced se le dejó abierta la puerta del calabozo para que bajase a la luz para si por este medio se consolaba.

A continuación, se tomó juramento a Domingo López, preso en la cárcel, en averiguación de lo sucedido y, efectivamente, este preso de compañía, que diríamos hoy, reconoció ese estado de nervios:

Tres días a que el declarante asiste a Fernando de Medina, porque se hallaba melancólico y con furias de no querer comer, sin embargo de haberlo hecho su merced sacar del encerramiento donde estaba y cortádole la barba.

Y hoy estuvo el declarante con él dos veces y comió con mucho gusto, y a la noche, cuando fue el alcaide a encerrarle, le halló colgado de los pies, pendiente de la cadena que tenía, y muerto, y lo pasó a poner en noticia de su merced.

Abundando en lo que sabemos de Fernando de Medina y antes de que ocurriera esta desgracia, sabemos que uno de los que finalmente fueron condenados, llamada Mateo Angulo, y que era labrador, fue ayudado y socorrido en su casa por Fernando de Medina, quien le dio cobijo y le procuró de comer en su propia casa. Este Mateo Angulo procedía de una villa del Reino de Valencia y había venido a trabajar en la presa que se hizo en el río Júcar. Estuvo trabajando y desde que dejó de trabajar en parte alguna y para mantenerse gastó un poquillo de dinero que tenía.

Pero el dinero se le acabó…

Y que habiéndose acabado se halló precisado a ir a la limosna a algunos conventos desta ciudad, como son al de carmelitas descalzos de la ysla, a los de los descalzos de san Francisco y al de dominicos de san Pablo, y al colegio de san Julián, y que Fernando de Medina que sirve a la ciudad le daba algunas veces que le faltaba.

Sabemos que el día del robo, a eso de las tres de la tarde, se ausentó de la casa y dijo que salió al lugar de Palomera a pedir un pedazo de pan y no habló con persona alguna, más que pedir por las casas limosna, y en una de ellas le recogieron en un pajar.

Y en el camino se encontró a un mozo que asiste en el convento de san Pablo y se llama Antonio y traía unas truchas para dicho convento, y se saludaron, y le preguntó al mozo en qué se ocupaba y le respondió que asistía en el convento.

El mozo le dijo: ‘Hombre, vuélvete el viernes que aquel día hay fiesta y se comerá, y yo te sacaré lo que pudiere’.

Le preguntan que declare lo que pasó entre el declarante y quien le había acogido en su casa, Fernando de Medina esa noche, sentados en la cocina por la noche, quando dice que llegó a casa:

Lo que hablaron fue preguntarle adónde había estado y respondió que a buscar un pedazo de pan, y el dicho Fernando le dijo que por qué no se venía a su casa y comerían lo que hubiese en ella.

El condenado Mateo declaró que había preguntado a Fernando de Medina que qué se hablaba por el lugar, y le respondió:

¿Qué quieres que se hable?, de esas joyas que han hurtado en san Pablo, sobre que hay muchas personas presas.

Le dijo Fernando de Medina que si las joyas estuvieran en nuestras manos, esto lo supiéramos componer porque nos fuéramos a Sevilla o a otras partes lejos, donde las despacharíamos.

Y que con esto cesaron la conversación, y salió de la casa el dicho Fernando dejando la misma forma encerrado al declarante, y habiendo vuelto y movido otra vez la conversación, el declarante le dijo: señor Fernando, vámonos a Sevilla porque importa.

Es decir, que el tal Mateo alguna culpa debió tener en el robo para hablar así. Pero es que Fernando de Medina le contestó:

Vamonos norabuena.

Y cesando en la conversación volvió a salir de casa el dicho Fernando en la misma forma que las demás veces, y habiendo vuelto a ella le dijo el declarante al dicho Fernando:

Yo no tengo culpa en cosa alguna ni por dónde me puedan agarrar, pero sentiré que me lleven a la cárcel porque no soy amigo de verme en ella.

Recordemos que luego de estar unas semanas en la cárcel se ahorcó.

Y acabamos el programa de hoy conociendo la condena para los que fueron hallados culpables:

El corregidor de Cuenca, dijo que por la culpa que de ellos resulta contra Matheo de Angulo y José de Salas, presos en la cárcel real debía condenarlos y los condenaba al dicho José de Salas en quatro años de destierro preciso desta ciudad y su jurisdicción, y al dicho Mateo de Angulo en diez años de destierro preciso de ella, su jurisdicción y veinte leguas en contorno, lo qual cumplan pena de cuatro años de presidio de Africa.

También fueron condenados en costas.

Un trocito más de la Historia de nuestra ciudad y de uno de sus monumentos más emblemáticos, el convento de san Pablo.

 
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