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Los muchos oficios y beneficios de las mujeres a lo largo de la historia

En los archivos se conservan documentos que atestiguan sobre los muchos oficios desempeñados por las mujeres a lo largo de la historia. / Wikipedia

Cuenca

El programa Así dicen los documentos, que coordina Almudena Serrano, directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, y que emitimos cada jueves en Hoy por Hoy Cuenca, lo dedicamos a las mujeres en la Historia. Examinando los documentos que se conservan en los Archivos Históricos podemos conocer multitud de aspectos de la sociedad del pasado. Esta vez lo centramos saber de buena tinta algo más de ese mundo femenino de la mano de los oficios que desarrollaban, algunos juegos prohibidos para ellas y la legislación que se aprobó sobre diversos asuntos que iremos analizando.

Los muchos oficios y beneficios de las mujeres a lo largo de la historia

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¿Qué podemos saber de la vida de las mujeres durante todos estos siglos? Pues casi todo. En primer lugar y siendo lo más básico, por supuesto, sus nombres, su estado civil (si eran doncellas, casadas, solteras, viudas religiosas o beatas) qué trabajos tenían, cómo eran los contratos y cómo se les pagaba, a qué edad morían y cuántos años vivían, qué objetos tenían en sus casas, qué comían, que decían en sus testamentos, cómo era la religiosidad que practicaban, si sabían leer y escribir, qué libros tenían y leían (las que podían comprarlos y leerlos) por supuesto; qué ropas usaban y lo que éstas costaban, cómo eran las casas en las que vivían, cómo se trataban entre ellas y cómo las trataban los demás, si se ayudaban y cómo, de qué enfermedades morían, si vivían en casas de alquiler o eran de su propiedad, cuál fue su actitud ante la muerte, qué ideas tuvo la sociedad sobre la mujer, qué dificultades sufrieron en tantos años en los que España padeció una brutal crisis económica, como fue el siglo XVII, con antecedentes ya durante el siglo XVI, en que los impagos empezaron a ser frecuentes.

Entre tantos aspectos de la Historia de las mujeres vamos a centrarnos ahora en saber más de qué hacían, a qué se dedicaban las mujeres hace siglos. Es necesario recordar, en este punto, y vamos a comenzar por hablar de la extraordinaria importancia que alcanzó la industria textil en la ciudad de Cuenca, hecho que tuvo como consecuencia generar trabajo para muchas hilanderas, por ejemplo, que formaban parte del nutrido grupo de oficios que trabajaban la lana desde el siglo XV en nuestra ciudad, además de dedicarse a la hechura de alfombras, tradición recogida de los árabes que se establecieron en Cuenca hace mil años. Las alfombras de Cuenca, junto a las de Alcaraz, fueron de las más importantes de Castilla, precisamente por la calidad de la lana que se empleaba en ellas. Esta industria artesana atravesó los siglos hasta llegar hasta el siglo XX. Ejemplos maravillosos de estas alfombras los podemos contemplar en el Museo Diocesano de Cuenca, donde en varias salas se exponen algunas de aquellas alfombras que debemos a tantas mujeres que con mimo y cuidado las realizaron.

¿En qué otros oficios más comunes encontramos a las mujeres como valedoras de ellos? Las mujeres aparecen en la documentación vendiendo pan por las calles, como panaderas que eran, también como verduleras, taberneras, vendimiadoras (pues la corta de uvas era cosa de mujeres), como bodegoneras, posaderas, enfermeras, hospitaleras y sarmentadoras, sin olvidar el trabajo en el campo y el cuidado de los hijos.

Un importante número de mujeres se dedicaron a ser mozas de servicio. Las más jóvenes se limitaban a acarrear agua, eran las llamadas ‘mozas de cántaro’, que luego tomaban sobre sí otras tareas: ‘servirá de cocer, lavar, barrer y todo lo demás que una moza sirve’.

Lo más habitual fue que a cambio de su trabajo, y según se establecía en los contratos ante notario, se les remunerase su dedicación en comida, zapatos y vestidos, y que los amos les diesen una cierta cantidad de dinero en metálico para la dote, en el momento de casarse.

Las enfermeras que aparecen en los documentos se localizan en los hospitales, en los palacios y en casas nobles y de personas de la jerarquía eclesiástica, y se encargaban de cuidar a todos los de la casa y de que los enfermos hicieran todo lo que mandaba el médico.

Otro oficio conocido son las célebres amas de llaves en tantas casas pero, por ejemplo, también en una granja, en la que servían aderezando de comer a los obreros, lavando ropa, haciendo camas y guardando el ajuar. Se les pagaba sueldo y se les daba comida.

Las criadas abundaron y su vida fue muy dura y no exenta de castigos corporales y otros abusos físicos y económicos. Las criadas o dueñas también eran contratadas ante notario. Un contrato típico del año 1553 ofrecía a la criada de una viuda cama, comida, bebida, mil maravedís y una camisa al año.

Tenemos el caso de una moza que ‘estando en su casa (de sus amos) faltó un almirez y una gallina y sospecharon mal haberlo tomado la criada por lo cual la trataron mal y la dieron azotes’.

Las amas de cría, que sacaron adelante a muchos bebés porque ninguna mujer de mediana posición criaba a sus hijos al pecho, antes del parto procuraban tener concertados los servicios de un ama de leche, preferentemente de algún pueblo cercano. Pero también alimentaron aquellas amas de cría a tantos bebés abandonados y que fueron recogidos en el Colegio de Expósitos de Cuenca.

Uno de aquellos casos fue el del niño Tomás, que el 8 de marzo de 1810 el niño Tomás fue echado en el torno de esta manera: a los tres quartos para las 7 de la noche del 7 en el torno recién nacido y en vivas carnes. Tuvo ama de cría. Murió el 19 de marzo.

Dos días más tarde llegó Catalina Francisca, a la que hallaron así: recién nacida, desnuda y tirada en el suelo, a las 5 y media de la tarde. Murió el 20 de marzo. Tuvo ama de cría.

Juegos prohibidos

Lo prohibido para ellas fueron los juegos de naipes y lo sabemos porque el 19 de julio de 1583 se aprobó un auto de buen gobierno en la Audiencia de México prohibiendo que las mujeres jugasen a los naipes y dardos en Nueva España.

Ahora nos trasladamos al Palacio del rey Felipe II para conocer a la Lavandera del rey. En el palacio real hubo infinidad de oficios y, efectivamente, entre ellos nos encontramos con un oficio llamado Lavandera de Estado. Aquellas que fueron lavanderas reales dispusieron de una cantidad de maravedís, para comprar leña y jabón, además de asignárseles una criada. Se les daba de comer pan, vino, carne, pescado y sebo, y, por supuesto, se les proporcionaba casa de aposento, médico y la botica necesaria. Y se les facilitaba una cantidad extra de 300 reales en consideración de habérsele agregado el lavar la ropa de los oficios, es decir, la ropa de todos los oficios que se desempeñaban en la casa del rey.

Y ahora conocemos una decisión del rey Carlos III relativa al trabajo de las mujeres en las fábricas. En este reinado nos encontramos con que se aprobó una Real Cédula por la que se dio facultad a las mujeres de España para trabajar en las manufacturas y demás artes en las que quieran ocuparse y sean compatibles con el decoro y fuerza de su sexo. Esto vino determinado porque hubo una mujer quiso dirigir una fábrica ella sola, sin ayuda de ningún hombre. Veamos: Sabed que con motivo del permiso que solicitó doña María Castejón y Aguilar, vecina de la ciudad de Córdoba, para gobernar por sí sola y a su nombre, la fábrica de hilos que tiene en la referida ciudad, sin dependencia de maestro examinado del arte y gremio de lineros, a que la sujetaban las ordenanzas de este gremio, tomó la Junta General de Comercio y moneda seguras noticias del estado de esta fábrica, de la disposición de la interesada para su dirección y gobierno.

Claro, los hombres del gremio no querían que aquello sucediera pero el rey entendía que si había más mujeres en las manufacturas, los hombres podrían dedicarse a otros oficios del campo, más penosos para las mujeres:

Y examinados también los fundamentos de la oposición que hicieron los individuos del gremio de lineros de Córdoba, meditó dicha Junta general sobre los capítulos de las ordenanzas que sujetan a las viudas e hijas de fabricantes a la dirección de maestros examinados.

Y así mismo, con la idea de ocupar las manos de las mujeres en todas aquellas manufacturas compatibles con la decencia, fuerzas y disposición de su sexo, habilitando así mayor número de hombres para las faenas más penosas del campo y demás oficios de fatiga, me propuso en la citada consulta lo que estimaba conveniente, a remover todo estorbo que impida a las mujeres y niñas la ocupación en las labores que permita su sexo.

Y por real resolución me he servido mandar que la referida doña María Castejón y Aguilar continúe gobernando su fábrica de hilos de la ciudad de Córdoba, por sí sola y a su nombre, bajo las condiciones que la están prescriptas.

Y he venido en declarar a favor de todas las mujeres del Reino la facultad de trabajar, tanto en dicha clase de manufacturas como en todas las demás artes en que quieran ocuparse y sean compatibles con el decoro y fuerzas de su sexo, revocando y anulando qualquier ordenanza o disposición que lo prohíba.

Ahora vamos a hablar de las maestras del siglo XIX, tan importantes en la Historia de la Educación, siendo hoy día uno de los mayores colectivos profesionales femeninos. Y todo esto arranca del pasado. En concreto, nos detendremos en la Real Orden de 21 de julio de 1864, la reina Isabel II permitió que las aspirantes a maestras fueran admitidas a los exámenes de reválidas desde los 17 años, siempre que se comprometan a hacer los estudios para el título superior.

Enterada Su Majestad de la comunicación del Rector de la Universidad Central, consultando si el derecho que se concede a los aspirantes al título de Maestro elemental antes de cumplir los 20 años de edad es igualmente aplicable a las Maestras, la Reina se ha servido resolver que sean admitidas a los exámenes de reválida, desde la edad de 17 años, las aspirantes que lo soliciten, siempre que se comprometan a hacer los estudios para el título superior, sin que por motivo alguno se les expida el de elemental antes de cumplir la referida edad de 20 años.

Por aquellos años ya había construidos en España muchos kilómetros de ferrocarril, al que dedicaremos por entero otro programa. Por supuesto, las mujeres viajaban y algunas lo hacían solas. Y por eso, el 26 de octubre de 1863, se aprobó una Real Orden por la que se establecía la obligación en los trenes de que hubiera un compartimento reservado para las señoras.

Se dispuso que para facilitar que las señoras que viajasen en tren y si quisieran hacerlo solas, tuvieran un compartimento propio. Se pondría en éstos un tarjetón colocado en la parte exterior donde se lea ‘reservado para señoras’, recordando a los gobernadores de las provincias y empleados de inspecciones la más estricta vigilancia en ello.

El artículo 98 del reglamento para la ejecución de la ley de Policía de los ferrocarriles dispone que las empresas reserven siempre un compartimiento de primera clase en los trenes de viajeros para las señoras que, viajando solas, lo soliciten. Tan importante prevención, aconsejada por la moral y por la conveniencia de las personas a que la misma se refiere no es sin embargo cumplida por la mayor parte de las compañías de ferrocarriles, más por falta de costumbre que porque lastime sus intereses.

En su virtud, la Reina se ha servido disponer se recuerde su observancia y que para facilitar a las señoras que se encuentren en el caso del artículo mencionado el hacer uso del derecho que en el mismo se les concede, lleve el compartimiento reservado un tarjetón, colocado en su parte exterior, en que se lea Reservado para señoras, recomendado a los Gobernadores de las provincias, a quienes está encomendada la policía general de la explotación de cada línea y a los empleados de las inspecciones, la más eficaz vigilancia porque no vuelva a caer en desuso la citada prescripción.

Y no podemos dejar de mencionar a las mujeres escritoras. Hubo muchas mujeres que nos dejaron sus escritos y hoy vamos a recordar a algunas que ya lo hicieron en la Edad Media, como María de Francia, que es la más antigua poetisa de la lengua francesa. Sabemos que nació en Normandía, vivió en Inglaterra, frecuentó la corte literaria el rey Enrique II y Leonor de Aquitania, conoció muy bien el latín y escribió fábulas, breves novelas en las que se recogen leyendas.

Christine de Pisan fue otra de las grandes escritores que enviudó, pasando una viudez muy penosa que la sumió en una tristeza desesperada, sentimientos que impregnaron toda su obra poética. La guerra la a refugiarse en la abadía de Poissy, donde seguramente acabó sus días. F En sus libros en prosa El libro de las tres virtudes, Los hechos y buenas costumbres de Carlos V y Lamentaciones de la guerra civil, defiende siempre a la mujer frente a las acerbas sátiras de Jean de Meung. Vamos a leer algunos versos de la Balada a la viudez que escribió:

Y si mis tristes días fueran breves,

al menos cesaría el dolor que me atenaza;

pero no será así, bien al contrario,

viviré con pena infinita y sin mesura,

quejándome y llorando por tan punzante herida.

de todas las dolencias estaré servida

justo es que mi tiempo transcurra de tal modo

cuando está muerto quien me daba la vida.

Y si de escritoras hablamos, no podemos dejar de mencionar a Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, que no necesita presentación.

En sus biografías y en los textos de historia se la suele evocar en su peregrinaje por tierras de Castilla y Andalucía, fundado monasterios de la orden que había reformado. Ella escribió con un estilo lleno de espontaneidad y sencillez, en aquel recorrer incansable por los caminos de España, fundando monasterios.

En alguna ocasión se ha escrito que el Libro de las fundaciones es un maravilloso libro de aventuras, peripecias, luchas y dificultades, y descripciones de tipos. En esta obra dejó plasmado el gran esfuerzo que hizo en aquel deambular: No pongo en estas fundaciones los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves que venía ver no cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino…

Y finalizamos el repaso de mujeres escritoras con Teresa de Cartagena, mujer que vivió en el siglo XV, y que según escribió Lewis J Hutton en la tesis doctoral que le dedicó es la primera mujer de la Historia de la Península Ibérica, que escribiera en defensa del derecho de la mujer a ser literata.

Muchas de las escritoras fueron religiosas porque tuvieron una formación asegurada en conventos y monasterios. Los géneros literarios que cultivaron estas mujeres monjas fueron las Hagiografías, Biografías y autobiografías, Crónicas (uno de los más desarrollados), la Poesía, Epístolas, Tratados de ascética y mística, Tratados de teología, Relaciones de viajes y las Composiciones musicales.

Además tenemos a alguna célebre pintora que no podemos dejar de mencionar. Este es el caso de Sofonisba Anguissola, que perteneció a una familia influyente, y que nació en Cremona (Italia) hacia el año 1535 y murió en 1625, es decir, que vivió casi 90 años, algo extraordinario para la época. Ella, en sus dotes de pintora, cultivó el retrato y el autorretrato. Lo que la hizo célebre es que trabajó en la Corte de Felipe II, de quien hizo uno de los retratos más célebres que se conocen, y que se encuentra en el Museo del Prado. Sofonisba tuvo gran influencia, siendo un precedente para otras mujeres.

Y para terminar este artículo dedicado a las mujeres en la Historia hablaremos de las mujeres en los cafés. Una curiosidad del siglo XVIII fue el establecimiento de los cafés en España, aunque en aquellas casas-café, además de que se prohibieron salas interiores o reservadas, tampoco se permitía el acceso a las señoras, fuesen solas o acompañadas.

En el año 1758, se inauguró en Cádiz el primer café y los propietarios de estos establecimientos presionaron hasta final del siglo para que se permitiese la entrada de las mujeres. No dejaban de ser un público que consumía y gastaba… Y el comerciante velaba por su interés.

 
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