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Una tumba con tu nombre

Una tumba con tu nombre. Firma de opinión de Julio Canto

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Córdoba

Mi familia fue una de las que se acercó el pasado jueves al centro cívico de Poniente para dejar una muestra de ADN. Es el último intento de cerrar un capítulo incierto de nuestra historia familiar que, sin duda, se parece a la de miles de familias españolas. Un miembro de la familia, por lo general un hombre, al que un día se le perdió el rastro: a unos les dieron “un paseo”, a otros los sacaron de los centros de detención y los fusilaron ante una pared, otros fueron a combatir y no volvieron. En cualquier caso nunca más se supo de ellos.

La historia de nuestro familiar, tío de mi madre, está llena de rumores. Noy hay datos concretos con los que comenzar a cerrar el relato; todo lo contrario de lo que sí pudimos hacer con otro miembro de la familia. En este caso se trataba de un tío de mi padre. Es curioso: mis dos abuelos lucharon, más o menos tiempo, en el “frente nacional” y ambos tuvieron al menos un hermano mayor en el bando republicano. Uno es el que mi familia busca en Córdoba. El otro tiene una lápida con su nombre en un cementerio alemán.

El tío de mi padre estuvo en el frente de levante, en algún momento, al final de la guerra, huyó a Francia y desde su llegada allí hemos conseguido documentar casi cada uno de sus pasos: su detención como partisano en 1942, su estancia en dos cárceles de Toulouse, el traslado al campo de concentración de Vernet bajo control nazi en 1944, el infernal trayecto hacia el campo de concentración de Dachau en el que entonces se conoció como “el tren fantasma”, la llegada a un campo externo de Neuengamme y su muerte allí mismo entre el 28 y el 29 de noviembre de 1944. Fue en Engerhafe, Alemania, donde sigue enterrado. Su nombre está grabado en piedra junto a otros 187 nombres de media Europa a los que, como mínimo una vez al año, una asociación local les rinde un homenaje. El primer presidente de esa asociación fue un anciano que cuando tenía 17 años se alistó a las SS para defender su país. Tras la guerra estudió, se hizo pastor protestante y dedicó su vida a propagar un mensaje de paz.

Cada vez que repaso los documentos acumulados que describen el destino del tío de mi padre, pienso en el otro tío de la familia y en los miles de compatriotas que, como él, cayeron en su propio país y nunca encontraron una sepultura digna a la que sus familias pudieran llevar flores. Y cada vez se me hace más incomprensible ese mensaje de que querer abrir las fosas, identificar y enterrar dignamente signifique reabrir heridas y poner en peligro la convivencia en nuestro país.

 
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