Pongamos que hablamos de la muerte
El agnóstico Hawking tenía todo el derecho a decidir sobre su vida al enterarse, siendo veinteañero, de que le acosaba la esclerosis lateral amiotrófica

"La línea roja" de Matías Vallés (12/04/19)
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Palma
La muerte no es el asunto más agradable para abordar a esta hora, y quizás a ninguna otra.
La muerte siempre es impertinente, pero ha vuelto al debate a raíz de la primera persona detenida en España por cooperar al suicidio de una enferma terminal.
La muerte no podemos retrasarla ni un segundo, pero podemos adelantarla tanto como queramos.
Un filósofo de estirpe menorquina, llamado Albert Camus, recordaba al principio de ‘El mito de Sísifo’ que la pregunta esencial es si la vida merece la pena ser vivida, y que todo ciudadano se la plantea cada mañana a estas horas.
A partir de aquí, se impone la libertad absoluta para decidir sobre la propia vida, pero siendo cuidadosos con la imposición de modelos.
Existe el modelo Ramón Sampedro, que modificó para siempre la perspectiva española sobre la eutanasia.
Pero no debe olvidarse la experiencia de Stephen Hawking, el hombre que ha viajado más lejos en el Universo desde la inmovilidad absoluta de una silla de ruedas.
El agnóstico Hawking tenía todo el derecho a decidir sobre su vida al enterarse, siendo veinteañero, de que le acosaba la esclerosis lateral amiotrófica.
Su decisión enriqueció a la humanidad entera gracias a un trabajo de sesenta años.
La elección será personal, por mucho que el Estado pretenda mediatizarla.




