Política
El Estilita

La Vox de Pandora

A Coruña

Cuando escribo esta columna, lo hago con completa libertad, en parte porque tengo pocos lectores y la mayoría son conocidos míos. Cuento lo que considero que es divertido e interesante, normalmente algo que me haya pasado en el desarrollo de mi profesión. En la última entrada escribí sobre Vox, desaté una oleada de comentarios en Twitter por parte de los seguidores de este partido político, una especie de linchamiento digital provocada por una frase en concreto. Por supuesto, sé que esto está a la orden del día en las redes sociales, pero nunca lo había experimentado en primera persona y por eso lo seguí con interés y certo regocijo, respondiendo a casi todos los comentarios de los señores de Vox.

En la entrada me burlaba sobre todo de la ingenuidad de los políticos aficionados (de cualquier signo) y su exceso de autoconfianza, porque creo que es positivo que los políticos sean profesionales mientras sean honrados. Pero lo que molestó a los de Vox sobre todo fue una frase: "Un furgón de la Policía Nacional vigilaba a distancia que un piquete antifascista no convirtiera aquella tranquila mañana de sábado con niños jugando en la plaza de Vigo en un campo de batalla. Yo habría dado gracias si hubiera ocurrido algo así". Estoy de acuerdo en que no es un pensamiento que me honre, pero me refería a que un poco de acción catapultaría la noticia, condenada al faldón inferior de una página par, a la portada. En mi mente, era algo como esto: Un grupo de exaltados se acercaría a la mesa donde se recogían firmas y empezarían los insultos "¡Rojo!", "¡Facha!" "¡Perroflauta!". Entonces, antes de que la Policía Nacional pudiera intervenir, uno de ellos tiraría de la bandera que se encontraba sobre la mesa, y uno de los de Vox intervendría y tiraría del otro extremo. Bajo la tensión insoportable, la enseña patria se rompería justo en el momento en el que yo sacaba la foto. Los agentes separarían a los contendientes antes de que la sangre llegara al río y yo tendría mi foto y mi titular: "España se rompe en la plaza de Vigo". Pullitzer, allá vamos.

Bueno, siempre se puede soñar. Pero lo que no era más que la elucubración de una mente trastornada por 15 años de calcular el valor en titulares de cualquier acto o situación resultó ser extremadamente ofensiva para los simpatizantes de Vox, que lo consideraron una incitación a que fueran atacados en plena calle por una panda de intolerantes ante los ojos de unos niños traumatizados. Desde 'Vox La Coruña' lo titularon "estupor y repugnancia" y señalaron que desear un altercado decía muy poco de mi calidad humana. Yo alegué que la calidad humana se mide por los actos, y no por los deseos, y que no había animado a nadie a hacer nada. Aquello llevó a una discusión filosófica que se prolongó durante varias horas (cualquiera puede seguirla en Twitter, a través de mi cuenta 'El Estilita') y en la que uno de ellos me llamó "cirujano de la violencia" porque la sujetaba con pinzas, para no mancharme. La ocurrencia me arrancó unas risas. También me preguntaron si odiaba a España, y si tenía algún problema con la bandera, tratando de convertir mi cinismo en una prueba de mi odio a todo lo español. Pero aunque el intercambio de ideas no fue gran cosa, tengo que reconocer que la conversación se mantuvo en unos términos muy educados para lo que es normal en Twitter, con todos tratándonos mutuamente de usted.

Mientras estaba en eso, recibí en la redacción una llamada de un hombre que no se molestó en identificarse (nunca lo hacen) para afearme lo que había escrito. Era un constructor de unos 60 años que me aseguró que nunca se había metido en política hasta entonces. Conversamos durante más de media hora, en un tono agradable. Tanto, que cuando me informó que me iban a denunciar por un delito de odio, el significado de la frase tardó en calarme. Pero como no es la primera vez que me amenazan con llevarme a los tribunales, no me preocupó demasiado. Aquel señor se lanzó a explicarme su idea, muy extendida, de que un ayuntamiento era como una empresa, por lo que se necesitaba un empresario al frente. Era precisamente la clase de simplismo que critiqué en mi anterior entrada, así que le recordé que la Marea Atlántica había pagado cara su inexperiencia en la gestión pública y la negociación política durante los primeros años de su mandato. Mi jefa, molesta porque hubiera pasado una hora al teléfono por un tema que no le iba ni venía al medio para el que trabajo, gesticulaba. Obedecí y colgué después de que aquel señor tan agradable como patriota me asegurara de que si me veía por la calle me invitaría a tomarme algo. Pero la polémica tardó bastante más en morir en Twitter y mientras escribo esto todavía recibo notificaciones. Intento ser positivo y consolarme pensando en que mucha gente habrá leído mi columna pero, conociendo las redes sociales, es más probable que hayan leído la misma frase muchas veces.

 
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