Las peripecias de un cura de Cuenca en la Guerra de la Independencia
Cuenca
En el espacio Así dicen los documentos que coordina Almudena Serrano, directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, y que emitimos los jueves en Hoy por Hoy Cuenca, relatamos algunos hechos ocurridos en la provincia de Cuenca y en la capital durante los años de la Guerra de la Independencia y posteriores. Esta vez hablaremos de Tarancón, Iniesta y Cuenca, además de contar algo del párroco de Alarcón, un afrancesado que emigró a Francia.
Las peripecias de un cura de Cuenca con los franceses en la Guerra de la Independencia
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En este periplo por nuestro pasado, nos vamos, en primer lugar, a Tarancón, a marzo del año 1811, a las diez y media de la noche, para ver qué estaba sucediendo. Y es importante en la documentación de guerra conocer la hora exacta a la que sucedían las cosas o llegaban noticias, porque la toma de decisiones era fundamental y las consecuencias de éstas, mucho más. En definitiva, que había ocasiones en que se debía justiciar a qué hora habían sucedido los hechos.
Así, el 27 de marzo de 1811, a las diez y media de la noche se dejó por escrito lo siguiente relativo a la custodia del dinero:
Es absolutamente imposible el trasladar a estas horas al fuerte de esta villa los caudales y efectos pertenecientes al Rey, nuestro señor, pero desde mañana, al amanecer, deberán entrar en la caja principal que existe y es guardada en dicho fuerte todos los caudales que haya existentes y subcesivamente, los que vayan entrando diariamente en la administración del cargo de vuestra merced, en el concepto de que si así no lo dispusiese me tendré que valer de muchos fuertes para obligarle a ello, a fin de que todos los caudales del rey entren en la única caja que debe haber y es la tesorería principal de la provincia.
Y ese mismo día, a las doce menos cuarto de la noche, llegó la noticia al prefecto que respondió: Mañana, al amanecer, pondré como vuestra señoría ordena en su oficio de esta noche, los caudales existentes en la Administración de mi cargo, en la Tesorería principal de la provincia, y los que vayan entrando diariamente.
Las cuentas, patentes y demás papeles y efectos pertenecientes al rey, nuestro señor, son de la mayor consecuencia y entidad, y me obligan a repetir a vuestra señoría la súplica de que me permita se coloquen en el único quarto que ha franqueado a vuestra señoría el señor Coronel que manda las armas hoy en esta plaza, en el momento en que se creyó el riesgo y cuidado en que estamos.
Unos meses más tarde, el 12 de octubre, se envió este documento referido a cómo se debía proceder para la mejor custodia de objetos valiosos: En contestación al oficio que vuestra merced me ha pasado ayer, le autorizo para que pueda poner una tercera llave en el quarto donde se custodia la caja en el fuerte, para la seguridad de las alajas y efectos que deposite en él, de la administración de su cargo, y respecto a que este depósito es eventual, luego que no haya ninguno de dichos efectos en el referido quarto de la caja entregará usted la llave que ponga en él al tesorero principal.
Principio del formulario
Ahora nos trasladamos a un destacamento que se estableció en los alrededores de Tórtola y La Parra de las Vegas, que el 15 de mayo de 1812 abandonaron estos lugares: A las dos de la mañana del día 10 salimos retirándonos por Tórtola y La Parra, a fin de unirnos, si era posible, con la columna a quien se habían enviado, varios con dirección a Iniesta, sin bagajes en que poder transportar efecto alguno, bien que por lo que respecta a mí ya nada me había quedado de importancia.
Además, por este documento sabemos cuándo llegó a Cuenca y lo que en nuestra ciudad ocurrió, el célebre Juan Martín, El Empecinado, aquel guerrillero que hizo frente a los franceses por numerosos lugares:
Y entre 10 y 11 de este mismo día ocuparon la ciudad las tropas del expresado Empecinado, y han perseverado hasta el 13, concluyendo de consumar el saqueo y destruir las barreras de la fortificación y quemar el Hospital de Santiago y partes de la Inquisición, que eran los dos puntos de apoyo.
Y en las palabras que siguen tenemos un caso, tan repetido en la Historia, de pérdida de documentos, algo irreparable:
Delante de la casa de la Administración han quemado todos los papeles, libros, patentes y efectos que no les convenía exportar, habiendo quedado únicamente una porción de ropas de iglesia tiradas, las quales dispuse se recojan, y se está formando la lista para tener cuenta de ello. Final del formulario
El cura de Alarcón
Ahora vamos a contar el caso del párroco de Alarcón, Juan González, el afrancesado que se fue a Francia. Estos documentos son de agosto del año 1818. Y lo ocurrido y lo que sabemos de este párroco, tan amigo de los franceses, nos lo cuenta el expediente que comienza el 25 de agosto de ese año 1818, en que se solicita que se sirva mandar al obispo de Cuenca que el provisor Juan González, residente en la misma ciudad y cura párroco de Alarcón, vuelva a ejercer este ministerio, sin embargo de que emigró con los franceses mediante a las causas que le obligaron a verificarlo, y que por medio de sus relaciones con los jefes de aquella nación hizo al pueblo muchos beneficios.
Todos los comarcanos conocieron los beneficios que obtuvo el cura afrancesado a favor de Alarcón, suscitando las envidias de los pueblos y aldeas de alrededor: Que las ventajas que sacó de los Jefes franceses a favor de Alarcón le acarrearon entre las gentes poco instruidas de los lugares comarcanos la nota de adicto al intruso, cuya calificación tan odiosa como poco merecida le hizo incurrir en la debilidad de retirarse a Cuenca, dominada de los enemigos en 1812, donde aceptó el encargo de Secretario del Gobernador eclesiástico que solo sirvió por dos meses.
Al párroco le entró miedo por haberse puesto del lado del enemigo de modo que, enseguida, temiendo ser vejado por este primero yerro, se vino a Madrid, donde permaneció, aun después de haberlo evacuado los franceses, en agosto de 1812, siendo uno de los que, por sospechosos de adhesión a dicho gobierno fueron puestos en prisión.
Pero ahí no acabaron sus desgracias. Veamos qué le pasó cuando estaba decidido a volver a su dedicación en Alarcón.
Pero al cabo de algunos días se le puso en libertad, y resuelto ya pasar a su curato y salídose con efecto de Madrid, tuvo la desgracia de ser robado y maltratado a corta distancia, contratiempo que le obligó a volverse, existiendo en la corte hasta que la evacuaron las expresadas tropas del intruso, y siguió con ellas a Francia, en donde estuvo hasta que en 1815 se restituyó a España, a virtud del Real decreto de 30 de mayo de 1814, y permanece en Cuenca, ejerciendo su ministerio sacerdotal.
Por estas causas solicita que vuestra merced se digne mandar al obispo de Cuenca que el expresado Juan González vuelva a ejercer su ministerio a dicha villa de Alarcón.
Veamos qué resolución tomó el obispo de Cuenca, que respondió el 7 de diciembre de 1818.
El obispo de Cuenca, con el debido respeto, y en cumplimiento del Real decreto de 30 de mayo de 1814 y Orden circular de 30 de septiembre de 1815, dirige y presenta a Vuestra Majestad la causa formada de oficio, con audiencia del Fiscal general eclesiástico y sustanciada en su Tribunal diocesano, contra don Juan González, cura de la parroquial de la Santísima Trinidad de la villa de Alarcón de este obispado, y remitiéndose a lo alegado y probado por una y otra parte debe exponer e informar a vuestra merced:
Y a continuación es donde vamos a saber, con mucho más detalle, qué fue lo que verdaderamente pasó al párroco: Que don Juan González Cavo – Reluz fue nombrado cura de la Santísima Trinidad de la villa de Alarcón en 1814, que desempeñó fielmente su ministerio con personal residencia, aun durante los tres primeros años de la última guerra y hasta principio de el de 1812.
Entonces, sabemos que fue a Tarancón, porque era su pueblo y con motivo de la muerte de sus padres, desde donde, en lugar de regresar a su parroquia, se vino a esta capital ocupada entonces por las tropas francesas que tenían establecidas bajo de su dominación todas las autoridades, hasta un gobernador eclesiástico intruso.
El cura de Alarcón entabló contacto con este gobernador eclesiástico de quien pidió y aceptó el nombramiento de su secretario, le sirvió dos meses, lo dejó, se fue a Madrid con el fin, según dice, de sincerarse y purificarse, restablecido el gobierno legítimo.
Pero fue preso entre la multitud, se le puso en libertad, se le dio pasaporte por el ayuntamiento para volver a esta dirección y como a pocas leguas le robase y maltratase una partida, retrocedió a Madrid, y desde allí se fue al Reyno de Francia, de donde regresó y se presentó a ser juzgado en esta ciudad, en fin del año de 1815.
Se recabaron informaciones de diversos testigos, con el fin de averiguar cuál había sido su conducta durante la guerra en Alarcón: Por la disposición de testigos de su prueba acredita los buenos servicios y auxilios reales y personales que hizo en beneficio de la justa causa de la nación de las tropas españolas y sus individuos enfermos. Y de los vecinos de la villa de Alarcón, que depositaron en él su confianza por dicha causa, y su inteligencia en el idioma francés.
Como el párroco hablaba francés confiaron en él con el fin de que mediase con los soldados franceses, con el fin de evitar males mayores y daños en personas y haciendas, de modo que le comisionaron: Para que así en la expresada villa, como en los pueblos comarcanos, contuviese a los comandantes franceses, evitando mayores exacciones, saqueos y daños personales.
Pero el hecho de ejercer aquella mediación llevó a que muchos confundiesen sus verdaderas intenciones con la traición a los españoles:
Cuyos oficios y la necesidad de tratar a los citados comandantes, le acarrearon de parte de algunos de los lugares de la circunferencia el equivocado concepto de afecto a los franceses.
Al ser conocedor de esta irreal fama, y por el temor que le entró de ser perseguido y molestado, fue lo que llevó a dejar su parroquia, que por la misma razón y sin otro objeto se dirigió a Francia, y que el corto tiempo que sirvió de secretario al gobernador eclesiástico intruso, no causó vejación ni daño, antes, por el contrario, contribuyó a evitarlos en algunos vecinos de Cuenca y de los lugares.
Cuando volvió a Cuenca fue detenido en el año 1815.
Con los documentos que obran en el expediente de su residencia y porte en Francia, y pasado algún tiempo después que le fue recibida su confesión y prueba, suplicó al obispo que para acreditar más la arreglada conducta que había observado hasta entonces, le ocupase en el ejercicio de las funciones sacerdotales.
El obispo consideró conveniente aquella petición y para comprobar cómo desempeñaba sus funciones lo destinó en clase de vicario ecónomo de una de las iglesias de esta misma capital vacante, suspendiendo la remesa del expediente, hasta probar el desempeño de dicho ministerio, en que continúa sin queja en contrario, ya tres años de residencia en esta capital, en clase de detenido y sequestradas las rentas de su curato de Alarcón, que se sirve por un vicario ecónomo.
Esto fue lo que informó el obispo para que se tomase la solución que se considerase en Madrid por parte de Su Majestad.
Veamos, finalmente, qué fue lo que el rey Fernando VII decidió sobre la suerte del párroco de Alarcón, y que comunicó al obispo de Cuenca, quien en 10 de diciembre de 1818 escribió lo siguiente: He recibido con fecha de noviembre último la representación del ayuntamiento de la villa de Alarcón, que devuelvo, y vuestra excelencia se sirve remitirme de Real orden del Rey, para que informe lo que se me ofrezca y parezca, acerca de la solicitud de que Su Majestad se digne mandar que el presbítero Juan González Cavo Reluz, residente en esta ciudad y cura de la Sm Trinidad de dicha villa, vuelva a ejercer su ministerio sin que obste para ello el haber emigrado con los franceses, en atención a las causas que le obligaron a dar este paso, y a que por medio de sus relaciones con los jefes de aquella nación proporcionó al pueblo muchos beneficios.
En obedecimiento de la expresada Real orden debo decir a vuestra excelencia que habiéndose seguido y sustanciado causa en mi Tribunal diocesano contra el referido Juan González Cavo Reluz, la tengo remitida a la Real Cámara de Castilla con mi informe en su razón.
Que atendida la arreglada conducta observada por Juan González Cavo Reluz en esta ciudad y su fiel desempeño de las funciones sacerdotales en el ministerio de vicario ecónomo de una parroquia vacante en ella, en que continúa.
Y creí oportuno emplearlo para probar más y más su celo y procederes. Y mediante a la solicitud del ayuntamiento de Alarcón, no encuentro inconveniente en que, siendo de la soberana aprobación de Su Majestad, vuelva Juan González Cavo Reluz a servir su curato de la Santísima Trinidad de dicha villa.
Finalmente, quien pareció un afrancesado mereció con su conducta la vuelta a su anterior desempeño. Un ejemplo más de que las circunstancias personales en una guerra pueden no ser comprendidas por todos.