El ascensor de Benjamín nos baja al sótano moral
Málaga
No es raro que la historia del crío Benjamín haya sacudido algunas conciencias, al menos entre quienes tienen conciencia, e incluso haya estremecido algunos corazones, siquiera entre quienes –como en el cuadro de Simonet– resulta que tenían corazón. No son todos, claro.
El ascensor de Benjamín nos baja al sótano moral
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Esta es una de esas historias que emocionan en su barrio pero también en Madrid, rompeolas de todos los titulares de la política enfangada, y que lo mismo se puede publicar en Nueva York o en Roma, y sigue provocando emoción. Sí, claro que hay emociones universales. Y quizá que suceda en Marbella, una capital global del lujo con el imaginario de todos los placeres, le añade categoría de aguafuerte al drama.
Pero esto no va de Marbella, sino de Benjamín, un niño de 7 años con un tumor cerebral, con el reloj de su vida en cuenta atrás, quedó condenado a la silla de ruedas en una vivienda sin ascensor. El tumor le había llevado de los campos de fútbol a las olimpiadas de matemáticas, pero para salir a la calle no dependía de sí mismo. Aunque tenían solicitadas ayudas, éstas no llegaron a tiempo. De eso, del ascensor de Benjamín, va esta historia.
Sí, y va de los bomberos que cada día lo bajaban y lo subían a pulso por las escaleras para ir al colegio. Bueno, va de esos bomberos, y de los amigos del gimnasio Sho-Dan que ayudaban, y el propietario de la tienda de camas que le regaló un colchón que no podía pagar... Pero sobre todo de los bomberos, que además han sufragado los gastos del sepelio.
Una buena sociedad es la que no necesita héroes ni heroicidades sino buenos funcionarios y eficacia administrativa. Esta es una historia emocionante y triste, pero es también un aguafuerte feo e incómodo.