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El hombre en la Luna

Escucha aquí el comentario de opinión del catedrático de Literatura, Pepe Belmonte

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Murcia

El hombre en la Luna

Micromentario/Pepe Belmonte (15-07-19)

03:05

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El 16 de julio de 1969, es decir, tal día como mañana de hace medio siglo, una nave espacial llamada Apolo XI era enviada a la Luna. Llegó a su destino cuatro días después ante la mirada incrédula de quienes observaban atentamente el cielo.

El 20 de julio de 1969, el astronauta Neil Armstrong se convertía en el primer humano que ponía un pie sobre la Luna. Tanto él como su compañero Collins recorrieron el suelo lunar durante más de cuatro horas y recogieron más de veinte kilos de muestras de la superficie.

Un polvo lunar que, según ellos mismos confesaron, olía, sorprendentemente, a pólvora sin que nadie se explique aún las razones.

Ni qué decir tiene que existe una teoría de la conspiración sobre este hecho histórico. Hay quien insiste en que los alunizajes del programa Apolo, acaecidos entre 1969 y 1972, que fue el último año en el que el hombre pisó la Luna, jamás ocurrieron, que fueron falseados por la NASA a instancias del gobierno de los Estados Unidos, donde, por cierto, aún no campaba a sus anchas el autoritario presidente Donald Trump.

A finales del año 2000, una sonda espacial que orbitaba alrededor de la Luna pudo fotografiar, con absoluta precisión, los restos de los módulos abandonados del Apolo XI, así como las huellas impresas para siempre por los dos astronautas.

Unos cuantos años antes, entre septiembre y octubre de 1865, un escritor francés llamado Julio Verne publicaba en una revista gala una novela por entregas titulada De la Tierra a la Luna, donde describe minuciosamente los problemas existentes para poder llegar a este satélite de la Tierra.

En la aludida obra, Verne anunció que el trayecto podría hacerse en cuatro días y una hora. Ciento cuatro años después, el primer viaje tripulado que envió la NASA a la Luna duró cuatro días.

Verne habla de tres astronautas, el mismo número que componía la tripulación del Apolo. Todos ellos, en la obra de ficción, viajaban en un proyectil llamado Columbiad, el mismo nombre del módulo de mando del Apolo.

Y en la obra de Julio Verne la nave despega desde la ciudad de Tampa, en Florida. Es decir, a un centenar de kilómetros de Cabo Kennedy, lugar de operaciones de la NASA.

La forma y las dimensiones de la nave inventada por Verne son casi idénticas a las diseñadas más de un siglo después. Ambas, tras el alunizaje, amerizan, a su regreso, en un lugar del Océano Pacífico.

Todo estaba escrito y previsto de antemano gracias a la portentosa imaginación de un francés al que, por sus ideas disparatadas, se le acusó de lunático.

Armstrong, Aldrin y Collins viajaron al espacio con la tranquilidad de que la aventura más grande de la historia de la Humanidad jamás contada tendría, con absoluta seguridad, un final feliz.

 
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