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Los buscatesoros del pasado en Cuenca y el caso del alcalde de Castillo de Garcimuñoz

Truhanes y embaucadores, charlatanes y falsos magos se valían de su labia y verborrea para convencer a los incautos y sacar un beneficio propio

Tesoro de Villena, el conjunto de orfebrería prehistórica más importante de la Península Ibérica, y el segundo más grande de Europa. / Wikipedia

Tesoro de Villena, el conjunto de orfebrería prehistórica más importante de la Península Ibérica, y el segundo más grande de Europa.

Cuenca

¿Conocían la existencia buscatesoros en Cuenca? ¿Habían oído hablar de los libros donde estaban escritos los lugares donde se encontraban tesoros ocultos? ¿Quiénes eran los portadores de aquel conocimiento? En el espacio semanal Misterios Conquenses, que coordinan Sheila Gutiérrez y Miguel Linares, y que emitimos los martes en Hoy por Hoy Cuenca, hablamos esta vez sobre riquezas enterradas, conocidos que se juntaban para poder encontrarlos como ocurrió en el caso de dos vecinos y un clérigo, de Huélamo y Tragacete, o de la avaricia de un antiguo alcalde de Castillo de Garcimuñoz. Volvemos hablar de la picaresca, del ansia de ser ricos como por arte de magia y lo hacemos de la mano del libro Brujería y Hechicería en el Obispado de Cuenca de Heliodoro Cordente.

Los buscatesoros del pasado en Cuenca y el caso del alcalde de Castillo de Garcimuñoz

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En el programa que hablamos de la picaresca apuntábamos que una de las razones que más peso tenía al realizar argucias tan poco éticas era la falta de sustento, las épocas de crisis. También explicamos como la superstición tenía un enlace directo con estas prácticas, sobre todo cuando el gancho era el de tener el poder para curar y sanar. Pero aunque fueron muchas las víctimas que cayeron en sus redes, buscando una sanación casi milagrosa por parte de aquellos charlatanes, también es de rigor integrar la palabra avaricia. Y es que en muchos de los casos aquellas víctimas fueron en un principio casi tan truhanes como ellos, y me explico.

En ese programa hablamos del conquense Jerónimo de Liébana quien aseguraba conocer el lugar donde se encontraba un tesoro. Y ahí es donde queremos llegar, un tesoro escondido, una riqueza fácil de conseguir, tan sólo con una pequeña aportación comparada a lo que vendría después.

Nos imaginamos que aquellos truhanes y embusteros, más que trovadores, eran unos oradores maravillosos, con un don de gentes increíble. Eran capaces de convencer al mayor de los incrédulos, inventaban historias inspiradas en hechos y hallazgos históricos, para que su narración no pareciera demasiado fantasiosa y fuera lo más creíble posible. Estos tesoros se encontraban en unas ubicaciones muy determinadas, castillos, cuevas, incluso cerros. Y es que, como nos narra Heliodoro Cordente, casi todos estos tesoros e historias procedían o estaban inspirados en hechos de la época musulmana.

Pero lo interesante era como realizaban estos shows, como eran capaces de convencer a todo aquel que se cruzaba en su camino, para ellos todos eran un cliente potencial. Para ello utilizaban métodos supersticiosos, se valían del conocimiento que tenían sobre la cultura y creencias del lugar en el que se encontraban.

También utilizaban la técnica de sahumar que no era otra que generar un humo con aroma para lograr que algo tenga un perfume agradable o para proceder a su purificación, para dar un aire mágico y esotérico a la representación.

¿Quiénes realizaban esos rituales? Muchos de ellos eran astrólogos y visionarios, con un gran conocimiento de realizar lecturas en frío, según las víctimas les iban contando eran capaces de ir ligando su historia. Tenían conocimiento de las matemáticas y sus combinaciones, conjunciones astrales, todo ello sumado a la avaricia y codicia por aquel que ya se veía nadando en la abundancia, el plan estaba destinado a ser un éxito.

Pero vamos a empezar a poner nombres y apellidos a algunos involucrados.

Juan de Puelles denunciado y apresado por el Santo Oficio en 1519, acusado de tener en su propiedad un libro para poder encontrar y sacar tesoros. En el juicio confesó que el zapatero Vergara que vivía en el barrio del Alcázar le dijo hacía algún tiempo que había escuchado que un mozo le había contado a un caballero de Cuenca una historia sobre la existencia de un tesoro que se encontraba en Torrepineda. El caballero abrumado e interesado por aquella información, esa misma noche partió hacia el lugar señalado y encontró dos alforjas llenas de oro, pero Puelles señaló que era una historia no sólo se la había escuchado al zapatero sino que también se la había escuchado a más personas.

Él nunca oculto poseer el libro de los tesoros, lo que no conocemos es como lo consiguió y declaró que al conocer el éxito del hallazgo fue a consultarlo y siguiendo unas claras instrucciones, cortó ocho varillas de ramas de olivo que se encontraban en un altar, y se dirigió hacia Torrepineda por si hubiera quedado algo de aquel tesoro oculto, pero aseguró y juró que nunca llegó a tal destino.

Y a la pregunta obligatoria de si había usado alguna vez más el libro, declaró que sí que echó mano de él en otra ocasión en Poyos de la Orden de San Juan.

En esta ocasión le acompañó un clérigo de la zona, fueron al lugar donde decían que había un tesoro y según las explicaciones del libro cavaron, pero no encontraron nada, al tiempo se enteraron que aquel tesoro ya había sido recuperado por otras personas años antes, así que aquí acabó esta búsqueda.

Pero vamos a hablar de otro clérigo, en este caso el del pueblo de Huélamo, Mosén Ginés, quién declaró que una noche fueron a visitarles dos vecinos del cercano pueblo de Tragacete, con la intención de explicarle que por la villa rondaba un hombre que aseguraba poder encontrar tesoros.

Y le propusieron unirse a ellos si les decía posibles emplazamientos de tesoros ocultos. El clérigo aceptó y les acompañó a Villar de la Serna donde había escuchado que allí bajo una piedra escrita había un tesoro. A aquel lugar les acompañó el desconocido que decía tener el don de descubrir y encontrar riquezas, entonces sacó un gallo blanco que llevaba dentro de su ropajes, que portaba al cuello como un papel donde estaban escritos algunos pasajes bíblicos.

El animal se paró en un punto y cantó tres veces. Cavaron pero lo hicieron infructuosamente. De ahí se fueron a otro posible emplazamiento, repitieron la escena del gallo, pero los resultados también fueron nulos. Pero Ginés estaba empeñado en encontrar un tesoro y sobre todo de que no le trataran de embustero, pero ni siquiera con la ayuda de algunos vecinos del pueblo quienes cavaron hasta la saciedad allí donde el gallo cantaba encontraron ni una simple moneda.

Hubo un rumor que un labrador vecino de La Almarcha había encontrado una moneda de oro y otra de plata, y sabemos del hallazgo porque tuvo miedo de que el alcalde del Castillo de Garcimuñoz se enterase y lo pudiera acusar de ladrón o de algo peor, de traición. Así que fue a visitarlo y le prometió compartir con él cuanto encontrase, pero lo haría si le protegía plenamente del peso de la justicia.

Le confesó que conocía ubicaciones secretas donde se encontraban riquezas escondidas y que tal era su convicción sobre estas informaciones que había pensado contratar a un famoso moro descubridor de tesoros.

Pero una vez más la avaricia les pudo y el alcalde teniendo ahora el conocimiento de algunos de esos emplazamientos decidió ir en solitario a buscar un tesoro que decían que se encontraba dentro del castillo de Garcimuñoz. Fue acompañado de su mujer, un criado y de otro acompañante quien portaba una reja para cavar.

Llegaron a la torre del castillo donde debía de hallarse el botín, comenzaron a cavar y pero solo encontraban piedras, las cuales provocaron una herida en el pie de aquel acompañante llamado Juan de la Guardia, la cual sangraba abundantemente, motivo por lo que decidieron abortar aquella operación.

Este hombre se cogió un enfadó monumental con el alcalde y su mujer, algo razonable, había regresado sin el tesoro y encima herido. Pero el matrimonio le aseguraba que aquello era cierto y que aún estaba escondida una gran fortuna. Le juraron que le harían rico, pero nada más lejos de la realidad, ya que en un descuido les oyó decir que habían contratado a aquel moro que encontraba tesoros, cosa que le enfadó aún más si cabía esa posibilidad ya que estaban deshaciéndose de él.

Efectivamente en ese momento comenzó un espionaje sin tregua. Era cierto que al igual que el vecino de la Almarcha, el alcalde contrato a este maese llamado Francisco, y no sólo eso sino que en el más absoluto secreto le tuvo hospedado durante al menos tres días.

Y en una de noches salieron en busca del botín, pero esta vez también les acompañaba un boticario que también acompañaba al buscador de tesoros.

Regresaron a la misma torre donde habían estado anteriormente, el buscador se apartó de ellos, comenzó a silbar y a recitar palabras en árabe.

Pero como os imagináis no encontraron nada, buscaron hasta en dos lugares más, realizando los mismos silbidos y un recital que no entendían. Y tras comprobar que allí no había nada, el hombre erudito advirtió de la presencia de un espíritu que quería tirarle por un barranco, por lo cual pidió que le sacaran de aquel lugar inmediatamente, temía por su integridad física.

Tras esta búsqueda fallida escribió en un papel algunas palabras en árabe, el cual debería llevarlo el alcalde a una cueva que él les indicara y que al día siguiente volverían a recogerlo, pero esta vez le acompañaría su yerno.

Y así lo hicieron, siguieron todas las instrucciones, y con la excusa de estar buscando plantas medicinales y hierbas aromáticas le preguntaron a un pastor la ubicación de la cueva porque no la encontraban. En dichas indicaciones se explicaba que al día siguiente cuando le fuera entregado el papel, anteriormente el yerno tenía que haber recogido unas piedras cercanas a la cueva. Pero tenía que hacerlo de una manera muy especial, recitando una palabra específica cada vez que cogiera una.

¿Y cómo terminó todo aquello? Pues no lo sabemos a ciencia cierta porque nada más se supo de este suceso, pero para que vean cómo cambian las tornas, aquel alcalde decidió contar toda la hazaña, lo que no sabemos si fue por cargo de conciencia por su mal hacer o por miedo de que fuera juzgado por tales hechos, quizá acusado de brujería y practicar la magia.

Pero estas historias de buscatesoros no acaban aquí, nos hemos dejado muchos casos en el tintero, que ya retomaremos en otro programa, creíamos que era necesario pararnos a explicar los detalles de estos hechos, así podemos empatizar en la manera de lo posible con aquellos que se quisieron hacer ricos de un día para otro, o mejor dicho tras cavar un rato en una oscura noche.

 
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