Lorenzo Goñi promocionó la Cuenca onírica en toda España con sus dibujos
Recordamos la trayectoria del pintor jienense, cómo llegó a Cuenca, cómo se enamoró de esta ciudad y cómo le inspiró en su obra plástica
Cuenca
“Cuenca me ha descubierto un mundo nuevo. Un mundo que tiene con el mío una rara afinidad, con algo que llevo dentro y no lo puedo explicar”. Esta frase de Lorenzo Goñi, en un amplio reportaje que le hizo el periodista conquense Leandro de la Vega Gil, en 1962, revela la influencia que la ciudad de las hoces tuvo para un genial artista que suplía de alguna manera con su mirada la sordera que padecía. Este jueves en el espacio Páginas de mi Desván que coordina José Vicente Ávila y que emitimos en Hoy por Hoy Cuenca, recuperamos a este ilustrador que creó en sus dibujos la Cuenca misteriosa que gustaba decir a Federico Muelas, aunque otros adjetivos como fantástica, misteriosa, mágica, fantasmagórica, insólita o surrealista, la describieron entre sus trazos de casas asomadas al abismo con ventanucos, brujas y gatos, deambulando por los tejados de la onírica ciudad que tanto le impactó. Desde 1994 el nombre de Lorenzo Goñi orla una de las calles del Residencial San José, junto a otros personajes coetáneos de su época como César González-Ruano y Segundo Pastor.
Lorenzo Goñi promocionó la Cuenca onírica en toda España con sus dibujos
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Lorenzo Goñi forma parte de la historia artística de Cuenca, la ciudad que le impresionó vivamente cuando la conoció y de hecho en poco tiempo adquirió una casa en el número 40 de la calle de San Pedro, teniendo como vecinos al escritor Enrique Domínguez Millán y la poetisa Acacia Uceta, y a Mari Paz Viloria, otra gran recitadora poética, y su esposo Antonio Prieto. Desde su planta baja, con ventana y terraza a la Hoz del Huécar, Lorenzo Goñi encontró el lugar idóneo para descansar y dibujar, en los veranos y el otoño, pues su trabajo de ilustrador en periódicos, revistas y libros, le llevaban tiempo en su estudio-taller de Orcasitas o en su casa de Madrid, en García de Paredes. Pero Cuenca le fascinó, le atrajo, y como bien le contaba a Leandro de la Vega en sendos reportajes en “Ofensiva” y “ABC” en 1962, con motivo de su primera Exposición en Madrid, “me descubrió un nuevo mundo”. “Fue un encuentro definitivo y de él salí impresionado vivamente”.
Pintor de origen andaluz, Lorenzo Goñi Suárez del Árbol nació en Jaén el 25 de enero de 1911 y con cuatro años sufrió el sarampión que le dejó como secuela una sordera progresiva. Su familia vivía en Barcelona y allí se trasladó. La dificultad de usar el sentido del oído, aparejada con la timidez, le hicieron buscar otras habilidades y las encontró en la lectura y de manera especial en el dibujo, asistiendo a una academia, siempre confiado en la Providencia, según él contaba, pues reconocía que “no valía para pedir nada, ni trabajo siquiera”.
Las dificultades y la guerra civil le llevaron a presentarse en una ventanilla. “¿Qué sabes hacer?”, le preguntaron: “Dibujar”. Durante ese tiempo bélico, en el que apenas escuchaba las bombas o los tiroteos, pero veía el horror de la guerra, realizó numerosos carteles y pasquines para el sindicato de dibujantes de UGT, firmando sus obras con el apellido de su madre, Suárez del Árbol.
Goñi fue autor de uno de los carteles más famosos de la contienda en el que un soldado caído pregunta acusador: “¿Y tú que has hecho por la victoria?”. Tras el final de la guerra se quedó sin trabajo y sólo en Barcelona se marchó a Pamplona donde tenía algún familiar, que viendo sus habilidades artísticas le mandó a Madrid donde empezó a colaborar en diversos periódicos y revistas como “El Español” o “Estafeta Literaria” hasta recalar en “ABC”. Enseguida alcanzó una gran popularidad y encontró en Conchita no sólo el amor de su vida, sino su oído a modo de caracola.
Goñi llega a Cuenca
En pocos años Lorenzo Goñi se convierte en uno de los más importantes ilustradores de España, no sólo en revistas y periódicos, sino para decenas de libros que luego serían centenares. A Cuenca llegó con el fotógrafo húngaro, Nicolás Muller, en calidad de ayudante por encargo del Ayuntamiento, pues ya en 1950 Muller, Aristizabal y Martínez Novillo habían realizado una exposición en la Diputación en los días de Semana Santa.
En una entrevista que le hizo Delia Vindel en “Gaceta Conquense” en 1988, apuntaba Goñi que “posteriormente Federico Muelas me hizo ver algunas cosas”. En ello coincidía Enrique Domínguez Millán, amigo y vecino de su casa de San Pedro: “A Goñi lo trajo a Cuenca, como a tantos otros, Federico Muelas. Vino acompañado de Conchita, su mujer, que era también su lazarillo, sus oídos, su vehículo de relación con los demás, y su cable de sujeción a todo lo que la vida tiene de útil y necesario. Goñi quedó deslumbrado por Cuenca. Fue el suyo un enamoramiento súbito, una especie de flechazo”. Para un ser aparte, como él era, Cuenca significaba el hallazgo de ese universo aparte que andaba buscando desde siempre… Cuando consiguió adquirir una casa nada menos que en la calle de San Pedro, asomada al anfiteatro de la Hoz del Huécar, se sintió plenamente feliz. Como vecino suyo que fui hasta su partida, puedo dar testimonio de ello”, señalaba Enrique, que añadía a renglón seguido: “Lorenzo Goñi vivía cada verano en Cuenca la plenitud de un éxtasis casi permanente que le llevaba a una comunión total con la substancia y las esencias de la ciudad. Desde que la conociera, Goñi no hizo otra cosa que dibujar a Cuenca recreándola de mil maneras”.
“Hasta cuando tenía que ilustrar libros sin la más remota vinculación con Cuenca, él se las ingeniaba para que, de alguna forma, Cuenca estuviera presente en sus ilustraciones”, recordaba Domínguez Millán, con quien estos días he hablado sobre cómo Lorenzo Goñi había sido capaz de crear esa Cuenca de tantas definiciones, aunque quizá la de onírica sea la más adecuada por esas ensoñaciones que tenía.
Podíamos decir que la llegada “oficial” de Goñi a Cuenca se produce en enero de 1955, siendo invitado durante cuatro días por el Ayuntamiento, de ahí que en la portada de “Ofensiva” del 3 de febrero de 1955 aparezca un dibujo suyo de las Casas Colgadas con una bruja volando sobre una escoba, con el título de “Goñi en Cuenca”, y un amplio comentario sobre este periodista gráfico “que mayores dotes de imaginación reúne”, aproximándose con su trazo ingenioso y fantástico al Goya de los aguafuertes”. Y subrayaba la bienvenida:
“Si hay ciudades en el mundo hechas a la justa medida de estos geniales intérpretes de la imaginación, Cuenca, con sus Hoces, su Ciudad Encantada, sus callejuelas, todo, en fin, viene a ellos --y a Goñi el primero-- como anillo al dedo. Y ahí está ese apunte frente a las Casas Colgadas, en una noche de este nuestro invierno, en el mínimo lapso de tiempo que duran cinco minutos escasos”.
“Esperamos de Lorenzo Goñi muchas más cosas aún sobre Cuenca, porque sabemos –lo hemos adivinado en sus reacciones de asombro— que en su cabeza ha quedado grabado el sonido inconfundible de los mil encantos que, entre dulces misterios, broncos perfiles e inesperados colores, guarda esta bendita tierra castellana de Alfonso VIII”, concluía la nota de saludo desde “Ofensiva”.
Se da la circunstancia de que en la mayoría de sus dibujos sobre Cuenca los gatos están omnipresentes, formando parte del paisaje. Ahora los gatos se suben a los coches o se meten debajo para evitar los fríos y les hago fotos recordando a Goñi, que por cierto era una persona entrañable. Le conocía y nos saludábamos por la Plaza, pero no tuve la suerte de entrevistarle. Hablar con él tenía su dificultad porque apenas oía, como bien señalaba Leandro de la Vega: “A Lorenzo Goñi hay que hablarle siempre de frente y despacio, y en voz más bien grave, pues los agudos no los coge”. Llevaba un aparato al oído, pero le daba igual. Conchita era su voz. Y en verdad, siempre me llamaron la atención, esos gatos sobre los tejados de Cuenca, sobre todo en un dibujo de la Vaquilla en el que un enorme felino negro observa la fiesta en la Plaza Mayor. En la entrevista con Delia Vindel, Goñi dejaba clara la razón de dibujar a sus queridos mininos: “Hago muchos gatos, es la expiación de un asesinato a una gata cuando era pequeño”. Goñi contaba que en su infancia mató a una gata de una pedrada y ello le hizo tener un doloroso cargo de conciencia, y “empecé a pintar gatos para ganar su perdón”.
Gatos y tejados de Cuenca, de Madrid, de todos los paisajes que pintaba. También pintaba brujas, porque le encantaban las leyendas y Cuenca tenía la suya, decía él, que ganó la primera Medalla del XII Salón de Grabado en 1962 con el grabado “Espectros”, que “las brujas de Cuenca son las que pinto volando sobre zanahorias. Más que brujas, dibujo mujeres extrañas, me gusta pintar más a éstas que a los hombres”.
En esa década de los cincuenta, en los que Goñi se compra la casa en la calle de San Pedro el dibujante ya participa de la vida de la ciudad. Le costó un poco, debido a su problema de audición, pues como bien le contaba a Leandro de la Vega, su mundo auténtico era una pura evasión: “Todo contacto con el exterior me es negado; no existen para mí el cine ni el teatro, en mi vida no hay sonidos…” No escuchaba la lluvia, ni el viento, ni el canto de los pájaros. Imaginaba todo eso a través de los libros, leyendo a Cela o Baroja. Sus ojos eran sus oídos para reflejar en sus apuntes esos trazos que valían más que las palabras. Precisamente Delia Vindel le preguntaba: “¿Cuáles son los ojos de Cuenca?, recordando las vistas desde su casa en San Pedro. Goñi lo tenía claro: “Están en la Hoz del Huécar, encima del hocino de las monjas (se refería al Convento de Carmelitas). Puede ser el reflejo de que oigo con mis ojos”.
En el año 1956, Cuenca celebró el Día del Libro con unas casetas en la calle y actos en el Instituto Alfonso VIII, con la presencia de José María Sánchez Silva, autor del guión de la película “Marcelino Pan y Vino” y del libro del mismo título, cuyas ilustraciones eran de Lorenzo Goñi, también presente en el acto, junto a Federico Muelas. Fue todo un éxito y en una entrevista para la revista “Perfil” que le hizo un jovencísimo Carlos Briones, posteriormente periodista de grandes vuelos, Goñi comentaba que había estado en Cuenca ocho o diez veces, y mientras le entrevistaba fue dibujando un paisaje conquense con dedicatoria para la revista del Instituto, que según Briones lo realizó en tres minutos, ocho segundos y cuatro décimas.
Entre tantos dibujos sobre Cuenca no podemos pasar por alto sus apuntes sobre la Semana Santa. Realmente espectaculares, que sirvieron para ilustrar en “Ofensiva” el pregón de Domínguez Millán de 1957, también editado en librito, y posteriormente repetidos en programas y el propio periódico, aprovechando los clichés tipográficos. La Virgen de las Angustias con el fondo de las Casas Colgadas, San Juan Evangelista, Cristo de la Agonía o Yacente, amén de otros apuntes nazarenos con San Martín de fondo, si bien cabe destacar su visión de la “Procesión de las Turbas en Cuenca”, como así tituló el impactante dibujo en color que publicó en su sección “La ventana de Goñi” en el suplemento dominical de “ABC” del 8 de abril de 1979. Pese a su sordera, parecía trasladar Goñi en su impagable aguafuerte los sonidos del Amanecer del Viernes Santo, con la luna en su rosicler apareciendo entre nubes y las rocas de la Cuenca vertical, y la turba vociferante delante del Jesús. Un dibujo para el Museo.
Goñi no era muy partidario de Exposiciones, pero Cuenca no podía faltar para que los conquenses conociesen más de cerca la visión que tenía de la ciudad. La primera Exposición la hizo en Madrid cuando ya tenía 51 años, en la librería “Afrodisio Aguado”, y allí expuso varias obras con visión conquense. Leandro de la Vega define a Goñi en esa Exposición como “Caracola de sí mismo”. El dibujante jiennense –“sólo visité Jaén una vez en 1987, y no conocí a nadie”, decía--, que ya se había hecho conquense de adopción, había hablado con Fidel Cardete para exponer en Cuenca, una vez que se terminase de construir la Casa de Cultura. Por fin, en la primera quincena de septiembre de 1968 presentó su obra con el título “Goñi, dibujos y pinturas sobre papel (1962-68). El propio artista escribía unas líneas citando a Baroja que no creía en la teoría de Calderón según la cual la vida es sueño, sino que por el contrario, creía que el sueño es vida…” de ahí que “para mí la tarea artística es como una zambullida y consiguiente deambulación por un mundo onírico, en el que los límites del papel o lienzo resultan como los de una ventana por la que evadirme”. Un dibujo de esa caracola que citaba Leandro invitaba a ver la Exposición de las cincuenta obras que en crónica nacional de Martín Álvarez Chirveches resumía así: “Hay grandiosidad, incógnita, sueños de irrealidad en toda esa concepeción de Goñi que plasma con insuperable fidelidad el espíritu de una ciudad tremendamente desequilibrada y grandiosamente cautivadora e inverosímil”.
Lorenzo Goñi volvió a exponer en la Casa de Cultura en 1973, pero esta vez sin poner precios, pues no quería él, en palabras de Fidel Cardete, que la gente pensase que venía a ganar dinero”. Precisamente a raíz de esa Exposición, Federico Muelas escribió dos artículos en “Ofensiva”, con dos días de diferencia, en los que pedía un homenaje para Goñi con la consiguiente cena o comida. El propio pintor mostró su negativa a ese homenaje, en dos ocasiones, pues no era amigo de ese tipo de manifestaciones. A él le gustaba dibujar en la terraza de su casa mirando a la Hoz del Huécar, por donde alguna vez cazaba mariposas para su colección, o jugaba con sus soldaditos de plomo, que tanto gustaban a su esposa Conchita y su hija Inés.
Goñi fue muy feliz en Cuenca, pero parece que los últimos años de su vida una serie de circunstancias le hicieron marcharse y vender la casa. Fueron más de treinta años de idas y venidas entre Cuenca y Madrid. En la que sería posiblemente su última entrevista en un medio conquense, Goñi hacía un poco de repaso sobre su vida en nuestra ciudad. Le comentaba a Delia Vindel en la “Gaceta” en abril de 1988 que cuando llegó a Cuenca, allá por 1950, se encontró una ciudad muy similar a los grabados de Doré.
“Había gallinas, cerdos y gatos por las calles de la Cuenca alta con corrales mirando a la Hoz… Algunas zonas sin alcantarillado; había mal olor y también lo había bueno cuando venían los burros de Buenache cargados de espliego. El valle del Huécar tenía menos vegetación, era más mineral. Encontré hocinos abandonados. Era una cosa extraña, salvaje. Cuenca parecía una ilustración de Gustavo Doré. Los conquenses tenían la idea de que no poseían nada y al mismo tiempo hablaban de espiritismo, fantasmas… Por tanto, era muy fácil fantasear”.
Delia le comentó a Goñi que se decía que con sus dibujos había inventado a Cuenca y su respuesta era tan sencilla como comprensiva: “No lo creas, ya existía, lo que pasa es que yo la vi. Me creó impresiones que he reflejado en mi trabajo: todo con un aire de decadencia y medio podrido, pero muy bonito”. Para entonces su esposa había fallecido y se sentía muy solo como bien contaba:
“Tengo una casa en Cuenca a la que ahora me da miedo ir, tiene unos muros de más de un metro de espesor; no me gusta estar allí, los objetos hablan, los muebles, las paredes... Todo me ha sido sugerido. Yo no he inventado a Cuenca”.
Lorenzo Goñi confesaba que habían tenido una buena relación con los artistas que fundaron el Museo de Arte Abstracto, pero que con quien mayor relación había tenido fue con Fernando Zóbel y Gustavo Torner. Zóbel veía a Cuenca más literariamente de lo que parece; en vez de pintarla, la perfilaba.
En aquella charla con Delia Vindel Goñi echaba de menos las grandes bandadas de grajos, vencejos y estorninos que sobrevolaban Cuenca. Confesaba que descubrió una ciudad que todavía no figuraba en las Guías turísticas y le asaltaba la melancolía de los recuerdos antiguos de aquella ciudad, envuelta por el aire del medioevo, sin apenas contaminar por el Siglo XX.
En un test de preguntas cortas, Goñi revelaba, pese a la magia y encantamiento de sus dibujos sobre Cuenca, que la Ciudad Encantada nunca le había interesado, y que le gustaban más Las Majadas, que son más misteriosas y temibles”. La última pregunta era sobre Cuenca y ésta fue la respuesta: “Ya no sé qué es hoy en día; que lo digan los jóvenes que se han apoderado de ella”. Domínguez Millán era más contundente:
“A Goñi lo expulsaron de Cuenca los gamberros. Cuando el gamberrismo se adueñó de la parte alta gracias a la pasividad y hasta en ocasiones la complacencia de las autoridades, Lorenzo Goñi fue pasando de la incomodidad a la indignación y de la indignación a la exasperación”.
Goñi regresó a Madrid, con la pena de dejar aquella Cuenca onírica, y debido a su estado de salud se marchó a vivir a Lausana junto a su hija Inés, y allí vivió los dos últimos años de su vida, falleciendo el 25 de febrero de 1992. La revista “Cuenca” de la Diputación le dedicó un ejemplar monográfico de 110 páginas, el número 43 del bienio 1994-95, coordinado por su gran amigo Raúl Torres, con 29 trabajos de distintos autores, entre ellas su hija Inés, de quien recogemos este párrafo sobre su padre:
“El peculiar paisaje de Cuenca ha sido el vehículo de expresión, el elemento material que ha permitido la encarnación de ese mundo torturado y mágico, al mismo tiempo tan próximo a la banalidad cotidiana: mujeres gordas lavándose en casas semiderruidas, bajo la mirada de gatos vagando por tejados celtibéricos, rodeados de rocas extrañas pobladas de brujas..”
En el año 2001 la “Galería Pilares” presentó una magnífica Exposición, incluyendo su “Tauromaquia Onírica”, de la mano de Santiago Catalá, quien recogió en el catálogo aquellas entrevistas de la década de los cincuenta de Raúl del Pozo y Raúl Torres en “Ofensiva”, que mantuvieron con aquel artista tan sencillo como grandioso, que en palabras de Acacia Uceta, fue “Alquimista de la pintura y alquimista de Cuenca”. Y siempre recordado.