Fútbol

Riquelme

Manolo Riquelme, en su segunda etapa como presidente del Xerez / Cadena SER

Jerez de la Frontera

No han dado todavía las cuatro de la tarde por mi reloj y después de un buen rato jugando con los niños de mi edad –todos entre los doce y los catorce años- he querido dejarme ver de nuevo por la cantera. Allí los mayores charlan divertidos después de disfrutar de un almuerzo campero. Mis padres, mi hermana y yo solemos ir mucho los domingos. Me encanta perderme entre los lentiscos con mi perra Mika, con Gina, Don y Coto. Disparar con la escopeta de plomillo con mi primo Pedro, con Luis, Fabri, Carlos y Héctor y asar castañas al atardecer en la candela.

Veo a mi madre, a tía Paloma y a tía Beli que no paran de reírse con alguna ocurrencia de tía Petra o de tía María Antonia, que seguro han sido pinchadas previamente por tía Petra madre. En un aparte, mi padre, tío Luis, tío Borja, tío Mamel, tío Perico y tío Manolo están en plena partida de dominó. En medio de la quietud del campo sólo se oyen las risas de las señoras, el hielo de los vasos y el golpeo de las fichas en la mesa de madera que está bajo el sombrajo. Al levantar la vista un instante y verme rondando por allí, Manolo esboza una sonrisa y comenta algo al grupo: “ya se ha dado cuenta el Camachito que se acerca la hora del partido y viene para que le vea y me lo lleve”.

En efecto, el Xerez, nuestro Xerez, juega esa tarde a las cinco en el Domecq y me temo que o me lleva con él o me quedo en La Torre de Melgarejo y sin partido. De repente oigo: “Eugenio, ¿te vienes al fútbol?”. Asiento aliviado y de un salto, como cualquiera de los cocker con los que he estado hasta hace un momento, me subo al coche y nos dirigimos al fútbol. Así fueron muchas veces, innumerables las tardes en las que entraba por las puertas del estadio junto al presidente que reunió a primeros de los ochenta a un plantel de jugadores irrepetible.

Porque gracias a sus excelentes contactos, Manolo Riquelme trajo el fútbol moderno a Jerez. En torno al húngaro Antal Dunai, que le recomendó su compatriota Kubala, confeccionó un equipo compuesto por jugadores que son leyenda del xerecismo, como Recio, Felipe Rivas, Perdigones, Pozo, Diánez, Cabral, Francis, Eloy o Mansilla.

Cuando el ascenso ante el Ceuta con el gol de Poyatos, a Manolo le cogió en el Rocío, como a otros muchos buenos aficionados xerecistas y devotos de la Virgen. Por mediación de mi padre, del que era amigo desde joven, me encargó una crónica del partido para que se la llevara el lunes por la mañana temprano hasta la Aldea. Según me contaron, lloró como un niño, no por la calidad del texto desde luego, sino por la manera tan especial con la que la vida le devolvía tantos detalles del pasado con aquél pequeño.

Años más tarde volvió a ser presidente, en esta ocasión del consejo de administración de la SAD. En la primera mitad de la década de los noventa, con un servidor haciendo sus primeros pinitos como periodista deportivo, procuramos disimular el enorme afecto que nos profesábamos. Incluso algún tirón de orejas me dio en privado por alguna publicación con la que no estuvo de acuerdo. Gajes del oficio.

Después nos vimos menos. Él dejó de ir a Chapín y no coincidíamos tanto. Pero cada vez que lo hacíamos, en alguna Feria en la caseta de Lebreros o en alguna boda, como en la que estuvimos en Córdoba el verano pasado, no faltaban la conversación amena y distendida, las anécdotas, las risas, los recuerdos…

Ahora que nos ha dejado, de repente y sin avisar, se le reconoce su trayectoria como arquitecto de referencia en el último cuarto del siglo XX. Pero yo me alegro de haber conocido a Manolo Riquelme de la mejor manera posible, a través de los ojos de Lola, su hija mayor y su gran debilidad. Lo que lamento es no poder darle un beso a ella, a María, a Manolo y a tía Petra en estos momentos de dolor.

Descanse en paz.

 
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