Los pequeños placeres de la vida
'Diario de cuarentena', de David Perdomo.
Las Palmas de Gran Canaria
Con esto de la cuarentena me he dado cuenta de todas las pequeñas cosas que antes hacía sin pensar y que, en realidad, eran pequeños placeres de la vida.
Quién me iba a decir que iba a echar tanto de menos tomarme un cortado en la churrería que está debajo de mi casa. O saludar a Paco, el portero de pinta seria pero muy amable que nos recibe en el portal de la SER. O dar los buenos días en la redacción muchas veces sin esperar respuesta, simplemente queriendo que les llegara algo de energía positiva a mis compañeros. Quién me iba a decir que iba a echar en falta el olor del periódico, mi mesa de trabajo llena de papeles y hasta mi silla mal amañada.
Quién me iba a decir que iba a echar tanto de menos pisar la arena de la playa, pasar un día en el campo y hasta meterme en la jungla de una gran ciudad. No sé ustedes, pero no sabía que me gustaba tanto sentarme en un terraza y tomarme una caña o una copa de vino. Que adoraba empezar una charla de día con mis amigos y ver como atardece entre risas y confidencias.
Quién me iba a decir que iba a tener tanto miedo de perder a los míos. Vivía sin saber que quería tanto a mi hermana, que me gustaba tanto ver a mi sobrino crecer, o que iba a tener que quedarme sin el potaje y los besos de mi madre para no hacerla enfermar.
Quién me iba a decir que caminar por un parque era un regalo de la vida. O sentarse en un banco de una plaza, o ver una película en el cine y hasta bajar la ventanilla de un coche en marcha. Que subir al Teide, bajar una duna de Maspalomas, sentir el calor del Timanfaya o el frío de la Caldera de Taburiente eran tesoros que siempre estaban ahí pero que no valoraba cómo se merecían. Quién me iba a decir que al quedarme en mi casa iba a maravillarme aún más la naturaleza. Qué iba a ser aún más consciente del daño que le hacemos con nuestro ir y venir sinsentido.
Quién me iba a decir que debería haber escogido aquella casa con balcón, sobre todo para situaciones como ésta. Y que iba a estar tan orgulloso de mis vecinos y de todo mi país. Que al separarnos me iba a sentir más cerca del resto. Quién me iba a decir que un pequeño y microscópico virus iba a abrirme los ojos para que descubriera lo afortunado que era. Lo afortunados que somos. Quién nos iba a decir que nos tenían que obligar a parar unas semanas para volver a empezar a vivir de verdad.