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La semana

Diario de una periodista confinada: duodécima semana

Así es mi día a día desde que convertí el salón de mi casa en un improvisado estudio de radio

Elena López en el estudio improvisado en su salón / Radio Coruña Cadena SER

A Coruña

Día 80 (01/06/2020)

Diario de una periodista confinada. Día 80 (01/06/2020)

02:22

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Ochenta días llevamos y un mundo dado la vuelta que ni Julio Verne con su caballero británico y solitario. Comenzamos el viaje con jersey y lo estamos acabando con chanclas y en bañador. Una cuesta arriba que iniciamos subiendo a ritmo lento por el interior y que estamos bajando sin frenos y por la costa. Eso sí, con mascarillas.

Este lunes nos mantenemos en la fase dos y Pedro Sánchez, pidiendo una última prórroga, ya ha trasladado la responsabilidad del camino a las comunidades autónomas que serán a partir de ahora quienes marquen la ruta. En Galicia, todo parece indicar que desde el lunes podremos pasar de provincia en provincia. Y seguro que, sin motivos, saltaremos las fronteras, aunque sólo sea por estrenar la siguiente pantalla de la liberación. Y así fue como ayer acudimos a uno de esos parajes únicos de esta tierra. Y como nosotros, muchas más personas. Mar adentro... As Fragas do Eume vuelve a recibir visitantes y su mar de dentro vuelve a ver como el ser humano irrumpe de lleno en sus orillas. Quizás con más libertinaje que libertad. Eso sí, con mascarillas.

Cuando comenzamos con esto, algunos creímos que la guerra y su superación nos haría mejores, hoy vemos cómo los derechos individuales y el bien propio pisan el acelerador en mitad de la naturaleza en aras de los derechos reconquistados. Y un poco más allá, observamos los disturbios por la brecha racial en Estados Unidos. El grito de "I can´t breath" se recupera en la mayor revuelta contra el racismo en décadas. Eso sí, con mascarillas.

No nos hemos hecho mejores, tampoco más solidarios. Y hay quien ya dice que lo que se recoge en los bancos de alimentos se vende en el mercado negro Prefiero pensar en los que sí lo llevan a casa, porque que las excepciones existen pero no pueden conformar la regla. El buen tiempo nos ha terminado de desconfinar casi del todo, pero la vuelta al mundo sigue siendo en ochenta días. Eso sí, con mascarillas. Ha sido un día más o un día menos. Que la radio no pare.

Día 81 (02/06/2020)

Diario de una periodista confinada. Día 81 (02/06/2020)

02:06

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Llueve y hasta parece una novedad en el país de la lluvia en donde las gotas tienen diferentes nombres según su intensidad, su temperatura y su frecuencia. Llueve y hasta parece una novedad que no podamos salir corriendo a una terraza o a la playa menos concurrida, o a caminar como si no lo hubiéramos podido hacer debido a una pandemia.... Las casas han dejado de ser refugio y ya no huelen a pan. Los zapatos van desalojando el descansillo y seguimos ansiosos por recuperar antiguas libertades y por eso escuchamos más atentos que nunca los discursos de los que mandan. Cómo esos partes informativos en blanco y negro, con la diferencia de que ahora sabemos antes de que se diga lo que van a decir y el color se lo ponemos en los corrillos tras las mascarillas. En una semana pasaremos a la fase tres, aunque los encuentros ya se han producido, y puede que hasta nos dejen pasar entre comunidades al mismo nivel.

Una libertad a punto de culminar que se vive con los comercios abiertos provistos de dispensadores, guantes y agentes de seguridad que indican por donde entrar y salir y nos recuerdan que debemos taparnos la cara. Los hurtos no son importantes, mientras fuera se producen abrazos furtivos y besos robados con tanta nocturnidad que pueden ser motivo de multa o reprimenda con más alevosía que nunca.

Llueve y puede que en unos días cojamos el coche más allá de la frontera, cuando aún hay trabajadores sin cobrar su ERTE. Llueve a días de que finalice esta prestación de alarma. Llueve y los escolares piensan en su fin de curso virtual. También los padres que virtualmente se han convertido en profesores. Esto va acabando. Mientras, llueve. Ha sido un día más o un día menos. Que la radio no pare.

Día 82 (03/06/2020)

Diario de una periodista confinada. Día 82 (03/06/2020)

02:22

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Después de 24 días encerrado en su habitación, mi hermano mayor ha salido. Tres días sin llamarlo y desconocía su nueva situación. Y es que lo que no se cuenta no existe. Ha estado 24 días y 25 noches entre cuatro paredes y a día de hoy desconoce si realmente ha superado el coronavirus. Es la realidad detrás de los datos oficiales. La realidad que a veces no se cuenta porque queda enredada detrás de las cifras totales, de las cuentas que no se cuentan, de la suma de votos para aprobar un nuevo estado de alarma o de las mentiras piadosas de políticos que, ellos no, no causarán baja en estos tiempos de pandemia.

24 días de no ver a nadie, de no moverse ni al pasillo, no han llegado, sin embargo, para estar seguro de que el Covid ha pasado por su cuerpo. Los test no lo aclaran y está pendiente de una nueva prueba... Casi un mes después está físicamente débil y psicológicamente... en ruinas. El primer día que salió de su dormitorio al salón no sintió liberación, sintió como que "eso no podía estar pasando, que esto que había pasado nada tenía que ver con su vida". Pero, ¿Y qué es la vida? Más que una sucesión de historias que, con suerte, tienen hilo conductor y argumento. Relatos cortos cuyo protagonista se afana en coser con ese hilo para crear una buena trama y conducirla a un final feliz. "Todo tiene su aquel", dicen algunos, sin saber si a ese "aquel" se le da bien o no la costura.

Vivimos pegados a la información. Y como ocurre antes, mientras y después de una pandemia, lo que no se cuenta no existe. Si habláramos del 1900 diríamos que vivimos una continua jornada de transistores. Hoy a los datos de la pandemia se sumó una nueva tragedia en las vías de un tren en Zamora que nos llevó a la tragedia de Angrois. Pesadilla, relato corto, con muchos flecos por hilvanar. Y es que lo que no se cuenta no existe. Ha sido un día más o un día menos. Que la radio no pare.

Día 83 (04/06/2020)

Diario de una periodista confinada. Día 83 (04/06/2020)

02:12

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83 días y casi no nos ha dado tiempo a despedirnos. La "nueva normalidad" va tiñiendo de colores el día a día y ya no es la naturaleza la que nos sorprende con ellos. Tampoco el sonido de los pájaros irrumpe en las mañanas, tampoco quedan delfines en Riazor, ni cisnes en La Marina. Y no nos ha dado tiempo a despedirnos. Los colores vienen estampados en las mascarillas y la irrupción en nuevos espacios llega por parte de las mesas de las terrazas que aparecen en donde antes no existían ampliando su perímetro de negocio. La nueva normalidad tan deseada y que, sin embargo, no nos ha dado tiempo a despedirnos.

Ya no hay días enteros en casa, ya no hay necesidad de hacer barro, ni de mirar por la ventana y, aunque mantenemos los arbolitos pintados, ellos también han perdido su color. Pero ahí están, me gusta ver la huella del paso del tiempo. Ya no escuchamos los silbidos del vecino llamado al de enfrente para charlar un rato en el patio de luces. Habían creado, incluso, un sistema de cuerdas para pasarse entre ventanas la prueba de la comida del día. Mis pequeños encontraron el escodite perfecto para ver la transferencia. Asombrosos inventos en tiempos de pandemia. Y no nos ha dado tiempo a despedirnos. La persiana de las ocho de la que estudia oposiciones ya no se escucha y tampoco le preguntaré si mi percepción ha sido acertada.

El Congreso ha aprobado la sexta prórroga del estado de alarma y será la última. Algunos trabajadores en ERTE vuelven a su horario. Otros esperan aún a saber cuándo regresará esa nornalidad que nunca volvera a ser igual. Los niños siguen siendo el temor de muchos y juegan entre mascarillas combinadas con su ropa sin saber si volverán al patio del colegio tal y como lo conocían. Y no nos ha dado tiempo a despedirnos. Ha sido un día más o un día menos. Que la radio no pare.

Día 84 (05/06/2020)

Diario de una periodista confinada. Día 84 (05/06/2020)

05:09

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Última hoja de mi diario. El confinamiento ha terminado y los ciudadanos ya vivimos sin casi restricciones y no hay barreras para salir de casa. Siempre detrás de una mascarilla. En dos días estaremos en la fase tres, que es el último paso de la desescalada, podremos viajar entre provincias y sólo nos quedará pasar entre comunidades. No hay personas en las UCIs desde hace días y sólo hay siete ingresados, 2.500 curados, 138 en tratamiento y una prevalencia del 1 y medio por cierto. Se reducen las cifras y se abren las fronteras, mientras yo cierro este diario que comencé un día sin saber ni cómo, ni cuándo iba a terminar.

Doce semanas que nos han cambiado la vida, la han puesto patas arriba, para después recolocarla como si nada hubiera pasado. Si somos los mismos, diferentes, mejores o peores son reflexiones que ya hacemos sin saber que somos ese yogurt al que no se le ha quitado la tapa pero que ya saboreamos sin nisiquiera llegar al postre. 84 días de vivir al día y de parar... a vivir.

Ya no hay aplausos, ya no hay conversaciones de balcón, ni de patio de luces, ni invención de juegos, ni fuertes o cabañas en desmontadas y mágicas habitaciones, ya no hay cenas especiales, ni momentos en la ventana queriendo ver más allá del cristal. Ya no hay silencio en las mañanas y el sonido del día a día ya retumba hasta la noche. Mi salón va recobrando su vieja imagen y los espacios creados pierden sentido al pasar de nuevo a escenarios bajo el cielo.

Con los pies aún descalzos y frente a esta ventana que me ha visto desperezarme cada día, escribo la última hoja de un espacio que ha marcado, para mí, esta etapa y que me deja mucho más que espacios de dos minutos de palabras entrelazadas y cosidas con nostalgia e indignación por momentos. Parar a vivir me deja muchos abrazos, muchos más de los que pensaba que había, sin horarios, ni despedidas... sin adioses. Abrazos abrigados hace casi tres meses y casi desnudos en este semiverano que se ha instalado ahí fuera. Abrazos que me devuelve la vida de cuando era yo la que me escurría entre los brazos. Me deja un archivador lleno de tareas, clases virtuales que me han devuelto divisiones por tres cifras, fracciones, ángulos y pronombres. Una jarra y ocho vasos rotos, dos batidoras estropeadas en una cocina 24 horas que ya no da para más y aún polvo de purpurina en alguna esquina por más que me afano en limpiar. Un megáfono estropeado y un altavoz necesario. Me deja mañanas de pelo revuelto y besos frente al ordenador. Madrugadas de conversaciones en la penumbra a través del quantum, ése aparato que me ha permitido estar en varios sitios a la vez... sin nisiquiera calzarme. Risas a través de un cable que también guardo como un tesoro en estas páginas.

Mañanas de desayunos a tres después dos informativos y un diario, "sillas de confinamiento" y palabras adquiridas. Risas, pero también lloros desde dentro, y palabras clave que lo paralizan todo. "Entro". Esa contraseña que blinda el silencio para coger aire y abrir el micro, más fiable ya que cualquier aislamiento de triple refuerzo. Nunca lo pensamos posible, cómo tantas otras cosas en esta guerra del virus. Situaciones antes inverosímiles que se han sostenido en una sociedad con manos de mujer.

Me gustaría decir "la pandemia ha terminado" pero para el fin de esta guerra falta conciencia y un arma eficaz contra un dictador con ganas de reinventarse. Aún no tenemos vacuna, pero ya hemos sido vacunados ante algo que temíamos: "quedarnos en casa", así de duro y grave. A cambio hemos heredado la peor crisis económica desde la segunda guerra mundial. Ya hay luto oficial, aunque el negro de dentro se pierde en las terrazas y sobre un césped. Te echaré de menos, diario. Que la radio nunca pare.

 
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