Sociedad
Opinión

Un país de pandereta

Marisa Vadillo. / Cadena SER

Córdoba

Es probable que la vorágine a la que nos ha sometido esta pandemia la terminemos de digerir en unos años. Me refiero tanto a un sentido económico como social o psicológico. El virus ha puesto en evidencia qué aspectos de nuestra sociedad estaban debilitados o bien eran pura ficción. Sí, esos que creíamos los mejores del mundo.

Parece que las ramas más afectadas en este caos han sido la sanidad y la educación, las dos referente en el desarrollo digno de un país. La sanidad, desbordada dando respuesta inmediata en el primer frente. La educación, desde la retaguardia tanto online como presencial, según las circunstancias.

He visto inquieta cómo estos primeros días de colegios y universidad los medios de comunicación –de inmediato- alarmaban del cierre de aulas. La noticia no debería ser esta, sino que en mitad de una pandemia mundial el 91% de las aulas andaluzas están abiertas. La noticia es que el profesorado (muchos con edad de riesgo) están dando clase a pesar de que saben que convivirán con infectados que les llegarán desde el exterior a su lugar de trabajo. No se debe asustar públicamente a las familias de ese modo. Normalizar la situación y exigir medidas o actitudes de protección en todos los ámbitos hasta que se desarrolle una respuesta eficiente a la infección, parece que es lo más inteligente.

Lo siguiente sería, cuando todo pase, y en mi modesta opinión, que exigiésemos sin paliativos a los responsables políticos, de todos los signos democráticos que plantearan un Plan Estratégico de Desarrollo para un país que ha vivido de las rentas fáciles del turismo en las últimas décadas. La utópica petición de que piensen en el bien común antes que en sus beneficios de partido a corto plazo. Pensar en qué líneas podríamos ser altamente competitivos, cuál es nuestra singularidad además del sol y la playa, proteger a nuestros investigadores, apostar por un desarrollo tecnológico que va a ser imprescindible tanto en la economía digital como en la formación mundial. Ya está bien de que nuestro personal más cualificado, nuestros universitarios, terminen emigrando o en el sector servicios con dos máster y no sé cuántos idiomas.

Menos mal que muchos de ellos están entretenidos con Instagram, sin pararse a pensar lo que están haciendo con su futuro mientras reciben cientos de likes virtuales.

 
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