Tenistas con tío

Palma

Cada vez que Rafael Nadal gana un torneo, tiemblan los profesores de tenis de Balears.

Saben que a los días siguientes se presentará el temible especimen del alumno con un padre convencido de que es el nuevo Nadal.

El convencido es el padre, no el niño, que en la mayoría de casos prefería estar jugando con sus compañeros o practicando el tenis como el excelente pasatiempo que es.

Hay una variante del niño tenista con padre, y es el niño tenista con tío.

En este caso, se exige prácticamente que el niño en cuestión gane una docena de Roland Garros, dado que reproduce el esquema familiar del campeón irrepetible.

Este comentario no pretende disuadir a los tenistas con tío, esfuerzo inútil, pero al menos no podrán decir que nadie les avisó.

El envoltorio está muy bien, pero la esencia de un campeón como Nadal es la materia prima que muy pocos seres humanos comparten, y que no puede reproducirse ni repitiendo sus infinitas horas de entrenamiento.

Si además tiene una familia que le quiera, mucho mejor para él, pero sin desviarse de la evidencia de que es un cuerpo contra el mundo entero.

Haber tenido a dos números uno del mundo en diez años, Carlos Moyá y Nadal, no garantiza otros dos en el futuro próximo.

Al revés, nos priva estadísticamente de un número uno para la eternidad.