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Una administración que dormita

Comentario Ana Castaño 06.11.20

Comentario Ana Castaño 06.11.20

01:53

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Asturias

Una vez conocido que el proyecto de presupuestos generales del estado prevé una subida del 0,9 en el sueldo de los empleados públicos, empezaron las voces críticas.

Respeto a los que dicen que no es momento de subidas, por mínima que estas sean; en cambio no puedo estar más en desacuerdo con los que simplemente se limitan a repetir tópicos: son muchos, cobran demasiado y trabajan poco.

En España solo el 15% de los empleos son públicos en Francia representan el 22%.

El salario no es elevado y, si lo parece, es por la enorme precarización del mercado laboral.

Salvo excepciones -como en cualquier otro ámbito de actividad- los empleados públicos hacen bien su trabajo o al menos lo intentan hacer bien.

No obstante no me engaño. El descontento -probablemente justificado- en relación con la actividad de la administración se ha extendido y más aún, si cabe, en estos últimos tiempos. Dicho esto, créanme, las personas que trabajan en ella no disfrutan poniendo obstáculos. La administración en cuanto a modelo organizativo, estilo de trabajo, procesos de selección y promoción, entre otras cosas, está francamente obsoleta y de ahí ese mal funcionamiento.

Con la llegada de la democracia se acometieron, con las dificultades propias de aquel momento, importantes cambios, pero una vez frenado ese impulso inicial, me temo que nuestra administración ha vuelto a dormitar.

Es ineludible, para que sea un instrumento útil para la ciudadanía, adaptarla al siglo XXI. En este un reto, difícil y complejo porque implica enfrentarse a muchas resistencias e intereses, es imprescindible contar con el compromiso y el impulso político. Se necesitan responsables públicos valientes y con altura de miras, que promuevan medidas de medio y largo plazo y no se centren exclusivamente en intereses inmediatos.

De lo contrario, las referencias a la reforma de la administración serán solo palabras huecas y se extenderá el desánimo y el escepticismo entre quienes trabajan en ella. Como ha sucedido, lamentablemente, en el Ayuntamiento de Gijón en el que se lleva hablando desde hace casi una década de reforma sin que apenas se haya visto resultado.

 
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