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Llamada al orgullo

El estilita / Radio Coruña

A Coruña

Pocas cosas hay que me den más pavor que un anciano en posesión de un micrófono. Por supuesto, he sido educado en el respeto a mis mayores, pero encuentro difícil conversar con ellos y me he dado cuenta de que, cuanto más atento es su público, más tienden a divagar hasta que el tiempo parece detenerse y los minutos se arrastran como si fueran horas. Así que me preparé mentalmente cuando asistí a la última rueda de prensa del Ayuntamiento, hace un par de viernes, y la concejala de Deportes, Mónica Martínez, cedió el turno de palabra al presidente de la Cocina Económica, que frisaba los 80 años. Me sentí traicionado. Todo el mundo contemplaba a aquel sujeto con la sonrisa condescendiente que se suele dedicar a los ancianos mientras avanzaba renqueando hacia el atril. "Tenéis que perdonar que camine un poco torcido, es que vengo del podólogo y me acaban de arrancar una uña del dedo gordo del pie", nos confesó.

Que lo primero que hiciera fuera contarnos sus achaques era, sin duda, un mal presagio, pero, al principio, todo fue bien. El presidente de la Cocina Económica, Jacinto Torres, era, como indicaban su edad y su nombre, un sujeto de otra época, un afable caballero y un verdadero filántropo, que habló con sincero orgullo de la labor encomiable que lleva a cabo la institución que preside. Describió las colas que formaba la gente necesitada para recoger las raciones y la generosa reacción de la ciudad, que respondía sin falta cuando la Cocina Económica hacía un llamamiento de ayuda. "Se han volcado. Volcado". Luego dio las gracias y se dispuso a retirarse. La concejala declaró que era un orgullo escucharle y Torres, se ve que estimulado por el elogio, volvió a tomar la palabra para hablar de la visita que el famoso chef José Andrés, al que llamó el "cocinero dicharachero de Washington", había realizado a la Cocina Económica en junio. Al ver cómo la gente hacía cola para donar, "el tío no salía de su asombro".

Todo podría haber acabado allí, pero aproveché para preguntarle si la situación actual había alcanzado ya los peores niveles de la anterior crisis. Él aseguró que sí, y luego volvió a hablar del chef, conocido por sus actos humanitarios. "Llegó a Madrid y preguntó cuál es la ONG que más funciona y dijeron 'La Cocina Económica de A Coruña, y punto' y vino aquí y se quedó asombrado de la labor que estábamos haciendo". A medida que Torres se alejaba de la actualidad, la información se iba convirtiendo en anécdota, terreno en el que obviamente se sentía cómodo. "Me preguntó '¿Cómo es posible que la gente haga colas para hacer donativos?' y yo le dije 'Mira, tú ya no estás en Washington, estás en A Coruña ¿Comprendes?'". Las risas que suscitó aquello terminaron de animarle. "Bueno, ahora que ya empecé... Este es el chiste".

Por un momento, creí que había oído mal, pero no: aquel simpático anciano se disponía a deleitar a la concurrencia con uno de sus mejores chascarrillos. Miré a la responsable de prensa, pero se limitaba a sonreír. Nadie iba a hacer nada para detenerlo y yo tampoco. El pánico había hecho que me quedara clavado al asiento. Con un carraspeo, Torres comenzó: "Hay un periodista americano que dice 'Este año voy a ganar el premio Pullitzer' y le responden 'Estás loco, ¿cómo dices eso?'. 'Porque me dijeron que si hago un reportaje bueno de España ganaré el premio Pullitzer'". Así que el periodista coge un vuelo a Sevilla: "La Giralda, la Torre del Oro, y debajo de la Giralda ve que hay un teléfono dorado y dice el tío: '¿Un teléfono dorado, qué hace aquí, en la catedral?' Así que se acerca al teléfono y encuentra un cartel 'Si quiere hablar con el Paraíso y con Dios, directamente, 10.000 euros'".

El periodista, lógicamente, se quedó asombrado, explicó Torres: "Ostras, ¿será posible esto?' y llama a un monaguillo. 'Sí, sí, tenemos las fichas en la sacristía'. 'No me lo creo, es una broma, paso del tema. Me voy a Barcelona", pensó el protagonista. En la Sagrada Familia

también tenían un teléfono dorado con su correspondiente cartel, pero el periodista era un tipo difícil de convencer. "Mira, no me creo nada", se dijo. Aquel colega de profesión me empezaba a caer bien. Admiraba su tenacidad en la búsqueda del Pullitzer y su actitud descreída. Al mismo tiempo, empezaba a sentir cierto rencor hacia Torres, a medida que el viaje se prolongaba más y más.

La siguiente parada fue Santiago de Compostela. "Pórtico de la Gloria y Santiago aguantando el teléfono dorado y el periodista dice: 'Bueno, esto ya es de risa' y lo mismo '10.000 euros llamada al Paraíso y con Dios directamente'. El sacristán estaba por ahí y le dijo: 'Mira, ¿esto?' 'Sí, sí, no te preocupes, esto lo aprobó el obispo'". A medida que el presidente enriquecía su historia con nuevos personajes y paisajes, yo temía que la lucha por obtener el Pullitzer de aquel periodista, como la mía propia, no iba a terminar nunca: "Mira, me voy hasta A Coruña para ver la Torre de Hércules'. Llega y exclama: 'Grandioso esto'. Se acerca para subir y, al lado de la puerta, el teléfono dorado: 'Para hablar, 50 céntimos'. Pasa alguien por ahí y le dice 'Mire, perdone, pero vengo de Sevilla, Barcelona, Santiago y piden 10.000 por hablar por el teléfono dorado y, ustedes, ¿50 céntimos?' y le responde: 'Neno, que esto es Monte Alto, ¿te enteras? Estás en el paraíso y aquí se vive como Dios. Es una llamada local'. Y aquí acaba el cuento".

Hubo más risas y Torres no necesitaba más para seguir divagando sobre su orgullo koruño. Estaba más desatado que un chukelo: "Para mí, ser coruñés es un orgullo, un verdadero orgullo. Y os lo dice un hombre de 80 años, nacido el 13 de diciembre de 1940. Y llevo pasadas muchas, y conozco mucho, y no hay que ser espectador de lo que sucede en la ciudad, sino vivir las secuencias de la ciudad. Eso de quedarte en casa porque pasa una carroza por ahí y no ir a verlo. ¡Tú no conoces qué es la vida! ¡Hay que gozar el Carnaval! Y si te tienes que vestir de mascarita, te vistes de mascarita, y te lo dice un hombre que ganó 25 años consecutivos el primer premio de Carnaval. El año pasado me disfracé y el año anterior, también. Por eso os digo: por favor, disfrutad de la vida y mandad a la mierda todo esto".

Luego dio las gracias a su público y pidió perdón por la broma, aunque no hacía falta. Todo el mundo sentía que había recibido la misma llamada y que compartía el mismo prefijo.

 
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