Mario Roso de Luna: ateneísta, masón y teósofo
Muchos se preguntarán quién este señor de nombre tan poético y rimbombante. Pues fue uno de los intelectuales del siglo XX, amigo de todas las "estrellas" de la generación del 98 y, como él mismo le gustaba presentarse, ateneísta. Este era Mario Roso de Luna, el gran olvidado
Mario Roso de Luna: ateneísta, masón y teósofo
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Madrid
El mago de Logrosán nació en esta localidad de Cáceres en 1872. Le llamaban mago por su apego a la parte de la cultura quizá menos comprendida o estudiada. Fue profesor del Ateneo de Madrid durante muchos años en donde daba clases de temas que hoy podríamos definir como “marginales”. Masón, teósofo -ahora explicaré qué era eso- y amigo de Unamuno, Galdós y Valle-Inclán, Roso de Luna marcó toda una generación de conocimiento y saber en el primer tercio del siglo XX.
La teosofía en España
Nuestro protagonista abrazó desde un principio las teorías de Madame Blavatsky, esa mujer que ha sido definida como vieja, gorda y fumadora de puros, que en el siglo XIX lanzó el movimiento teosófico. Roso de Luna fue uno de los primeros en conocer esta filosofía que ya entonces era seguida por numerosos artistas y escritores. A pesar de ser algo excéntrico, incluso entonces, este madrileño de adopción consiguió hacerse con un reconocido espacio en el Ateneo de Madrid en donde se codeó con todos los sabios de la época, siendo él uno más del grupo.
Doctor en derecho y en ciencias, a él se le atribuyen varios descubrimientos en el campo de la astronomía, una de sus grandes pasiones.
En una época en la que los nombres de las calles van y vienen con una alegría que desconcierta a cualquiera, especialmente a los carteros, no estaría mal recuperar la calle que el centro de Madrid le otorgó cuando falleció en 1931. Se trata de la calle del Buen Suceso, en Argüelles. Cuando Roso de Luna murió el Ayuntamiento de Madrid decidió dedicarle la calle donde vivía. Sin embargo, con la llegada del franquismo, se revirtió esta decisión y volvió a llamarse como antaño.