El Sporting regala otro derbi
El Oviedo vuelve a sacarle los colores al equipo rojiblanco, que no se libera de esa aparente vitola de superioridad moral que le condena siempre ante el eterno rival
Gijón
Algún día, ojalá en el siglo presente, el Sporting jugará un derbi. En los últimos cuatro años no lo ha hecho. El Sporting se dedica a jugar partidos contra el Oviedo. Y no se trata de eso. Los derbis son derbis. Mientras en Mareo no se conciencien y se desprendan de esa vitola de superioridad moral con respecto a estos partidos, como si esta guerra no fuera con ellos, seguirán haciendo el ridículo, una vez tras otra. Porque es evidente que hay objetivos bastante más importantes que ganarle al eterno rival, pero a esas metas se llega ganando partidos, no regalándolos. Ya no es una cuestión anímica (que también), es una cuestión de afrontar cada partido como este requiere. Un derbi precisa máxima motivación antes y durante, y cuando el árbitro pita el inicio del partido hacen falta alma, intensidad, orgullo a flor de piel y un poco de fútbol. Eso de lo que el Sporting adolece cada vez que se encuentra al Oviedo. Más sangrante es que esto suceda cuando en la tabla les separaban 16 puntos. Está muy bien aspirar a objetivos ambiciosos, pero la experiencia demuestra que corres el riesgo de no celebrar ni una cosa ni la otra. Si acaso, al Sporting le podrán dar el premio al juego limpio. Pero eso, que es obligado, no está discutido con tomarse este partido como una final. Antes, durante y después de jugarlo.
La imagen de este sábado fue lamentable y preocupante. Porque el Sporting fue inferior en todo al Oviedo. Diegui marcó pronto, a los seis minutos, a centro de Lucas Ahijado, en una acción en la que el portero y la defensa gijonesa pudieron hacer más. El partido se acabó ahí, con 84 minutos por delante, más el descuento. Empieza a cobrar fuerza la teoría de que el Sporting tiene un solo guion; si el rival lo altera, se acabó la función. No hay nada que hacer. Es un equipo incapaz de remontar, torpe para llevar la iniciativa y con pocas alternativas en el banquillo para cambiar la dinámica del partido. Lo supo el Oviedo, que se dedicó durante hora y media a defender su renta y tratar de aprovechar alguna contra, algo que no supo hacer Nahuel en un claro mano a mano con Mariño. La posesión rojiblanca era absolutamente estéril. Asfixiado en el mediocampo, superado en las bandas, más blando de lo habitual en defensa y con su delantero centro desaparecido. Ya podía durar el partido tres días; el Sporting era la viva imagen de la frustración.
¿Dónde ha quedado aquel Sporting que dominaba las áreas, que cerraba la suya a cal y canto y aprovechaba media ocasión? ¿Dónde está aquel Djurdjevic que convertía en oro todo lo que tocaba? ¿Jugó ante el Oviedo? ¿Dónde ha quedado el Diego Mariño que daba puntos? ¿Dónde está el Manu García de la selección española sub 21, y que en su equipo aparece en alguna ráfaga puntual y para de contar?
No vale justificar la mala imagen en el derbi amparándose en la clasificación general. Son cosas distintas. La temporada tiene mucho mérito y es cierto que aplaca, pero no anula el dolor de caer otra vez, de esta forma, ante el eterno rival. Perder tres partidos seguidos no es un drama, pero es una señal. ¿Habremos visto a un Sporting por encima de sus posibilidades, al que la realidad está poniendo en su sitio? El tiempo lo dirá. Si hay capacidad de mejora futbolística, esta debería aparecer espoleada por esa imagen del eterno rival celebrando en tu cara otra victoria. Así debería ser para cualquiera con sangre en las venas. Y para el próximo derbi (si es que se juega la temporada que viene) los sportinguistas desearán un equipo y un club que no aspiren al Premio Princesa de la Concordia sino a ser un equipo que compita, si puede ser gane y, si no, que caiga con todo el honor. Por ahora, toca seguir esperando.
David González
Vinculado a SER Gijón desde 1998. Director de SER Deportivos Gijón y voz de los partidos del Sporting...