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Despoblación

Monterrubio, entre la felicidad y la desesperación

Un año después el señor Pepe sigue siendo un tipo feliz, pero Ángel está desesperado por las trabas que sufre cualquier iniciativa y llega a cuestionarse seguir en el pueblo

Monterrubio, entre la felicidad y la desesperación

Monterrubio, entre la felicidad y la desesperación

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Zamora

El Ayuntamiento de Rosinos de la Requejada tiene un buen número de anejos: 9 poblaciones y a cada cual más despoblada. A una de ellas, Monterrubio, llegamos el año pasado después de observar que allí no ha entrado ni Google con su street view. Es otro de esos lugares a los que se llega y no hay salida.

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La carretera desemboca en una única calle, que acaba ante un valle y en cuyas márgenes se levantan poco más de media docena de viviendas, sólo 3 de ellas habitadas. Al menos el pasado fin de semana. La iglesia, que la hay, está a la izquierda según se llega al pueblo, algo disimulada entre unos árboles. Tan discreta que hace un año, ni reparé en su existencia.

Hace un año andaba por allí, en la última casa del pueblo, María Socorro. El sábado pasado no estaba. Hace un año, sentado frente a su vivienda, en la mitad baja del pueblo, estaba el señor Pepe, rodeado de su fauna doméstica y en particular de una paloma blanca que convivía en armonía con el gato.

Pero esta vez, el señor Pepe está atareado en un huerto ubicado en la trasera de su vivienda, hasta donde nos acompaña su hijo. Allí encontramos al señor Pepe sentado ante una caja, afanado partiendo patatas para la siembra. También está por allí su esposa.

Hace un año, el señor Pepe se definía como un hombre feliz. Y no parece haber cambiado, si no fuera por las cosas de la salud. La edad no perdona: tiene 84 años y nos cuenta que ya se puso la primera vacuna. Y está contento, afirma. Apenas ha salido del pueblo más que lo necesario.

El señor Pepe rememora viejos recuerdos de episodios amargos de mala vecindad, cuando le preguntamos por su vida en el último año. Y rememora la etapa final de su vida laboral en el País Vasco, donde dice que tenía una paga “muy bestia”, aunque en Monterrubio, añade, el dinero sobra.

Vamos terminando y con su campechana locuacidad, el señor Pepe suelta un “no me publiques mucho”, para concluir que es feliz en ese pequeño enclave perdido, donde no tiene miedo al virus… Ahí no, pero si estuviera en Madrid sí, apostilla.

Y a todo esto, el señor Pepe acaba de partir todas las patatas de la caja. Tarea que no dejó de hacer mientras nos contaba sus cosas. Nos acompaña hasta la calle, y nos llegamos hasta la primera vivienda del pueblo.

Allí vive Ángel, con su esposa y su hijo, que ya ha cumplido 8 años. También se llama Ángel y es quien nos recibe a la puerta de casa y nos acompaña a la parte trasera, donde su padre está preparando la leña para el próximo invierno.

Esa misma tarea le trajo un disgusto cuando la Guardia Civil pasó por el pueblo (entonces pasaban mucho) y lo pilló preparando su leña en los días del confinamiento, cuando no se permitía hacer prácticamente ninguna tarea ordinaria en el entorno rural. Y la multa, 600 euros (la va a recurrir, nos dice), le acaba de llegar un año después y no oculta su enfado mayúsculo.

Y estalla: en el último año no ha mejorado nada la vida en Monterrubio, al contrario, sólo sufren trabas. Insiste, como hace un año, que en Monterrubio están bien, pero todas las trabas a las que asegura que se enfrentan le llega a hacer pensar en abandonar y dejar el pueblo. Está tan enfadado como desesperado.

A nuestro lado, el pequeño Ángel enreda en el tractor de su padre. Luce una mano escayolada, porque se partió la muñeca jugando hace algunos días en la vecina Anta de Rioconejos, según nos cuenta. Es un niño despierto y vivaracho, pero poco locuaz.

Dejamos a Ángel, padre e hijo, y nos despedimos de Monterrubio para ir a otros puntos del extenso, disperso y despoblado municipio de Rosinos de la Requejada. La intención era volver a encontrarme con otro Ángel, el locuaz taxista madrileño de Carbajalinos. Pero se había ido hace unos días, nos informó un vecino.

Así que seguimos camino hacia Escuredo, otro pueblo donde se acaba el camino y donde el año pasado recogíamos las quejas de los cuatro vecinos que había y a cuyas mujeres multó la Guardia Civil, más o menos cuando al vecino de Monterrubio, por salir del pueblo a buscar cobertura de móvil y poder hablar con sus hijos.

Pero nos encontramos con un pueblo vacío. En Escuredo hace un año había 4 personas, dos matrimonios. Un año después, lo único que se mantiene es el rumor del abundante caudal que llevan los dos arroyos que confluyen en el pueblo y acaban dando origen al Río Negro.

Una lástima la soledad de unos lugares tan hermosos.

 
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