Nada ha cambiado, excepto nosotros mismos
Atreverse a mirar a la cara a una persona sin mascarilla, no descomponerse cuando estás rodeado de desconocidos

La línea roja Matías Vallés (21/06/2021)
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Palma
Buenos días. Los retos que se avecinan son imponentes.
Atreverse a mirar a la cara a una persona sin mascarilla, no descomponerse cuando estás rodeado de desconocidos.
No son heroicidades, pero quien asegure que el tránsito a la nueva normalidad procederá sin traumas solo demuestra que es el primer afectado por el mayor confinamiento de la historia de la humanidad.
En diversos grados, somos prisioneros o secuestrados que salen a la luz tras trece meses de oscuridad.
Cuando vemos las imágenes espeluznantes de mil personas sin distancia de seguridad en el Coliseo Balear, o la rebelión anticipada contra la mascarilla en Ibiza y Formentera, no sabemos si festejar la liberación ajena o reclamar una prórroga del confinamiento.
Por fortuna, psicólogos y psiquiatras han validado la convicción de que la población sale mentalmente herida de la experiencia.
Estadísticamente, se ha mejorado el saldo de una pandemia a pecho descubierto, pero el coste de la cancelación que no limitación de las libertades también produce bajas.
La mayoría de confinados nunca hubiéramos imaginado vivir esta experiencia, ni siquiera que alguien tuviera el poder suficiente para mantenernos durante meses en arresto domiciliario.
Y resulta que nosotros mismos les habíamos dado ese poder, así que nada ha cambiado excepto nosotros mismos.




